Los cuentos del mundo fantástico

La máquina destructora del futuro

Era otra época y tiempo cuando sucedió. Cada paso que daba la humanidad en avances tecnológicos era extraordinario, sin embargo, cada vez más anhelada desafiar todo lo que no conocía. Así fue como crearon los robots y las máquinas que se movían independientemente, haciendo muchas imposibilidades y acciones interminables. La conciencia fue lo último que lograron implantar en sus cabezas llenas solo de cables, alambres y conexiones tecnológicas. Cuando esto sucedió se desequilibró lo que se suponía que era la barrera que separaba entre humanidad y la robótica. El amor y sobre todo el romance surgió entre dos seres tan especiales como diferentes, por causa de las barreras sociales que los separaban. La humanidad y la atracción que se ejercía era infinita, sin embargo, el padre de Minerva era un científico conservador que quería tener todo lo que se propusiera, sobre todo después de haber fallado en sus últimas creaciones. Cuando se enteró del romance que había entre su hija y Pablo, el hijo del zapatero, la ira lo invadió totalmente y obligó a su hija a permanecer para siempre en su laboratorio, en donde estaba creando un nuevo robot.

La furia y decepción de Minerva fue tan escandalosa que desde afuera de la casa se escuchaban sus gritos. Estaba tan triste porque nunca volvería a amar y menos después de haber pasado casi dos años. Su encierro la hizo olvidar todo con el tiempo, pero cuando su padre terminó el robot, no pudo evitar enamorarse de un ser tan único y a la vez tan sensible. 

—¿Cómo te llamas?.—le preguntó mientras se acercaba y miraba sus ojos mecánicos pero a la vez encantadores.

—Alexei, mi señora, ¿bailaría usted una pieza con este humilde joven robot?.—esa noche bailaron, cantaron, jugaron y aprendieron el uno del otro. Los días, meses y años pasaron allí encerrados mientras el científico vigilaba de vez en cuando la actividad tan humana que desarrollaban dos seres totalmente diferentes tanto en aspectos físicos como naturales. 

De esta unión llegaron los nuevos cambios, el científico desarrolló en su creación el organismo completo de un ser hombre, pero con algo de cables y metal. Así fue como después de algunos meses Minerva quedó embarazada y tuvo después un niño con el cuerpo de un humano, pero con la cabeza de un robot.

El deforme ser mitad máquina y humano fue criado de una manera tan cruel por el científico, después este vendió a su padre y encerró en un sótano a Minerva, en donde murió por una enfermedad pulmonar. El niño creció con odio y rencor, cada vez que crecía se hacía más malvado, mataba animales por diversión y se infiltraba en las redes de los demás para robarlos, estafarlos, engañarlos, a veces hasta citarlos solo para asfixiarlos y llevarlos al laboratorio donde hacía experimentos con su macabro «cuidador». Cuando los casos aumentaron se marcharon sin dejar rastro.

En un lejano laboratorio fuera del tiempo continuó, el anciano científico estaba haciendo algunos experimentos. Aunque cierto día llamó una voz lejana, alguien gritaba su nombre: Hocus, Hocus, Ho… Cuando salió a revisar no había nadie, pero al dirigirse a la inmensa jaula en donde tenía a su creación híbrida, se decepcionó al ver el gran desastre que había hecho, al no encontrar otra salida, decidió marcharse y dejarlo solo en ese lugar.

Los bosques de aquella ciudad parecían un laberinto, el día en el que Mateo decidió regresar a la casa de su padre, en donde había pasado toda su infancia, con los recuerdos de sus antepasados, incluyendo los del tatarabuelo Robinson, quien de niño se había tomado una foto con un robot, él suponía que era solo un modelo para tomarse fotografías, ni siquiera parecía real. Se quedó unos cuantos días allí, donde conoció a una bella mujer llamada Andrea, la primera vez que ella lo vio, logró ver en sus ojos aquel enamoramiento juvenil que siempre había ignorado.

Cierto día hicieron una competencia para llegar a lo alto de la casona abandonada, quien llegara y tomara fotos las enviaría al grupo y sería el ganador del dinero que habían apostado todos. Así fue como comenzó la competencia, se sumergieron en aquel interminable bosque, solos y sin ayuda. Él iba muy despacio para evitar caer en alguna trampa, pero fue una mala idea, pues la noche lo tomó por sorpresa. Se escuchaban ruidos extraños, susurros, búhos ululando y lobos aullando. Luego escuchó pasos y salto de un brinco cuando alguien lo tomó del hombro.

—Necesitas mi ayuda.—era Andrea, no sabía como había llegado allí, pero podía distinguir su largo cabello marrón claro. Estudio mucho su rostro, el cual delataba que estaba a punto de soltarse a reír, pero se contuvo, llevaba un jean y camisa blanca larga con unos botones.

—¿Qué haces aquí?.

—Este bosque es un laberinto, si quieres llegar debes marcar tu paso.

—Pero, ¿cómo?.

—Mira tu celular, he logrado adquirir una aplicación que alcanza altas coberturas, si buscas en el mapa te encontrarás y finalmente el camino para llegar.—después ella se marchó y se dirigió por otro camino para llegar al final del bosque. Él continuó mirando el mapa en el celular y caminando con cuidado hasta que llegó a la inmensa casona y se sumergió en la oscuridad. Al ver a la enorme máquina mitad humana, se espantó, pues era algo horrible, su aspecto era terrorífico y parecía algo endemoniado. Tuvo que correr y esconderse, hasta que en un intento por atraparlo, comenzó a hablarle y hacerlo entrar un poco en razón.

—Te lo pido, déjame irme, por favor, no seas una máquina destructora.—gritaba el joven con mucho terror.




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