Los Cuentos se Mezclaron

Caperucita y los Tres Cochinitos.

Érase una vez un boque muy lejano, de esos en los que los árboles son más altos que un edificio, donde no hay ni carros ni nada eléctrico, solamente árboles inmensos y muchos animales.

En medio de ese boque, lejos de la ciudad, vivía una niña de piel blanca, como la espuma del mar, y de cabellos rojos. Sus ojos verdes parecían esmeraldas brillantes, y su sonrisa deslumbraba más que las estrellas en una noche sin luna.

Esa niña se llamaba Karina, pero todos le decían Caperucita Roja, pues siempre llevaba puesta la caperuza que su mamá le había regalado. Era roja como las fresas que tanto le gustaban y era más suave que una nube del cielo.

Le gustaba tanto que se la quitaba solo para bañarse y para dormir. Su mamá, año tras año, le cocía más tela para ponerla más grande, porque Karina no quería una nueva, ella decía que esa era perfecta, tal cual como estaba.

Pero Karina y Mamá Anita no vivían solas en el bosque. Del otro lado del bosque vivía Abuela Sarita, la abuela de Karina. Ella era una señora muy vieja, pero siempre estaba saludable.

Cuando se despertaba lo primero que hacía era recoger agua del río para lavarse y beber, luego cuidaba del jardín, de donde sacaba sus frutas, verduras, hortalizas, hierbas para remedios, flores para decorar y regalar, luego limpiaba, lavaba, cocía, cocinaba, volvía a lavar, volvía al jardín, y así durante todo el día.

Abuela Sarita era muy fuerte para ser tan vieja, tenía más energía que un toro, más fuerza que un elefante, y era más divertida que un mono. Se sabía más historias y cuento que todos los libros del mundo, más bromas y juegos que el payaso del rey, y cuidaba a los niños como nadie.

Karina se sentía tan suertuda de ser hija única que no le importaba caminar todo el bosque para ir a ver a su Abuela Sarita, es más, si tuviera que hacerlo todos los días, no le molestaría en lo absoluto.

Pero resulta que un día, como esos en los que no parece que pasará nada interesante, a Karina le llegó un mensaje con un hada. El hada, que era una mujercita vestida con plumas azules y verdes, le dijo que Abuela Sarita estaba muy enferma.

Cuando bajó, Mamá Anita ya había hablado con el hada mientras que Karina se lavaba y se vestía. Mamá Anita le había preparada una cesta con miel, comida, frutas, medicina y agua traída directamente del País de las Hadas.

Karina no era una niña. ¿Qué padre enviaría a su hija pequeña a un bosque peligroso? Ninguno. Ninguno de los que yo conozco, no sé tú. Karina ya tenía trece años, y estaba por cumplir catorce. Era inteligente, era buena en deportes, y tenía muy buenos amigos en el bosque.

Mamá Anita le dijo que ella tenía que ir a la ciudad, así que tenía que llevarle la cesta a su abuela. Para estar más segura de que su hija estaba bien, le dijo al hada que fuera con ella, y Karina aceptó.

Antes de irse, Mamá Anita le dijo que tuviera cuidado con extraños, que solo hablara con los amigos que conocía, y que si tenía miedo le dijera al hada, Merlina, para que ella la ayudara. Luego de esto, cada una fue caminando a donde tenía que ir.

Pasó mucho tiempo antes de que Caperucita Roja encontrara a sus amigas las mariposas; ellas le dieron agua y comida porque se había olvidado de desayunar. Luego se encontró con sus amigos los gatos, que la vigilaron mientras ella descansaba. Por otra parte, hay unos amigos de Caperucita de lo que seguro ya te contaron. Los Tres Cochinitos.

Ellos son tres hermanos que se pelean siempre por quién tiene la razón, tanto así que no soportan ver la cara del otro y viven en tres casas distintas. El menor vive en una casa de paja, el mediano vive en una casa de madera, y el mayor en una casa de piedra.

El mismo día en que Caperucita estaba llevando la cesta a su abuela, el Lobo Negro estaba vigilando al cochinito menor. Estaba gordito, rosado, y comía muchísimo. Sería la mejor cena que habría tenido el Lobo Negro.

Cuando trató de atraparlo, el cochinito se fue corriendo a su casa de paja. El lobo le dijo que saliera o la derribaría, pero el cochinito no salió. El lobo, enojado, sopló y sopló hasta que la casa se derrumbó.

El cochinito indefenso corrió muy asustado hasta la casa de su hermano mediano, y cuando el cochinito mediano vio a Lobo Negro corriendo para comerse a su hermanito se olvidó de las pelea y lo dejó entrar.

El lobo de nuevo lo amenazó con tirar la casa si no salían, pero los cochinitos le dijeron que no. El lobo tomó más aire, sopló, sopló, sopló y sopló, hasta que la madera de la casa se vino abajo. Los dos cochinitos corrieron aterrados hasta la casa de su hermano mayor.

Igual que antes, el hermano mayor se olvidó de lo mal que se llevaban y abrió las puertas de su casa. Esta vez, el lobo, cansado, sin aire para soplar y al ver la casa de piedra que tenía en frente, decidió irse. No tenía caso, ya encontraría algo para comer.

Mientras lo cochinitos festejaban comiendo zanahorias y maíz, el Lobo Negro fue al bosque buscando qué comer. Justo cuando Caperucita se despedía de sus amigos los gatos, el Lobo la encontró. Se escondió por un rato para que no lo vieran, y luego saltó en donde estaba Caperucita.



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En el texto hay: retelling, cuentos de hadas, magia

Editado: 10.02.2019

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