Los Cuentos sin Dueño 2020

Percepción de la Muerte

¿Acaso puede haber algo más gracioso, que ver a un gordito cayendo por una tribuna? Imaginen, el tipo saltando prácticamente, aterrizando con un pie en cada una de las gradas, balanceándose adelante y hacia atrás y rogando con todas sus fuerzas que en el próximo nivel pueda asentar firmes los pies sobre el suelo hasta finalmente caer de rodillas en la base de la tribuna sin más rasguños que el de su propio orgullo. Nada más gracioso. Al menos eso es lo que pensaron mis compañeros de colegio, sin embargo para mi ese fue uno de los momentos en que realmente vi mi muerte acercándose, a sabiendas de que si no apoyaba el pie de la manera correcta o perdiera mi equilibrio precario, el único destino que me podría esperar era el de romperme el cráneo contra el cemento de las gradas o partirme la columna en la esquina de uno de los tantos escalones.

No fue la única vez por supuesto que tuve esta certeza. Uno o dos años antes al incidente de las gradas, por un error bastante estúpido terminé colgado de la puerta del colectivo que me llevaría a casa. El tipo aceleró sin darse cuenta que una persona aún no había llegado siquiera a asomarse a la puerta de ascenso y tontamente había agarrado la manija por fuera de la unidad. No debo haber aguantado mucho la aceleración repentina del colectivo y fácilmente me solté a los diez metros. Debo agradecer que había llovido la noche anterior y el barro se acumulaba al fin de la vereda. Caí nuevamente sin rasguños pero el sentimiento de espanto de saber que si caía mal las ruedas del colectivo me romperían el cuerpo, o que ninguno de los vehículos que iba atrás notaria al adolescente tirado en medio de la calle y sin importarle mucho pasaría sin cuidado, se hizo presente. Tal vez también fue gracioso, y seguro que algún infeliz se habrá reído.

Lo mismo me pasó el año pasado en la última salida en mi vida a un baile. Al momento de ver los faros del Fiat 600 color blanco, supe inmediatamente que la percepción de mi propia muerte me acompañaría una vez más, tal vez potenciada, tal vez definitiva. Un golpe que me elevó por los aires, segundos de expectativa antes de caer al pavimento y darme con el escenario de una pierna inmovible y sangre que brotaba de mi cabeza. Preferiría mil veces que el golpe me hubiera matado, me dije, si después de todo al impactar con el capot del auto ya me había hecho a la idea que mi más temida fantasía se había hecho realidad, revivía una vez más la caída en las gradas, un tiro de suerte a ver si al volver a la tierra seguía vivo o no. Pero sobrevivir a la caída fue aún peor, ahora debería preocuparme de posibles contusiones, de cuando y como podría recuperar la movilidad.

Todo salió mejor de lo esperado y pese a todo pude volver a caminar al poco tiempo y salí totalmente ileso del accidente salvo por una herida al orgullo, y una pierna que duele de cuando en cuando y por supuesto también una nueva historia que contar.

Hoy en día, he aprovechado la oportunidad de subirme al camino de las risas y estas tres historias no son más que anécdotas para matar la tensión en una conversación, incluso a veces me animo a la burla, o la ironía a la hora de relatarlas. Sin embargo el trauma nunca cesa y a veces me sorprendo con el corazón saliéndose del pecho cuando una bocina retumba en las avenidas, o la goma quema el asfalto a la hora de dar una curva. Otras veces cuando estoy acostado y sin otras cosas que distraigan mi mente, siento nuevamente el golpe en las piernas y como mi cabeza se estrella contra el parabrisas partiendo el vidrio en mil pedazos. No hay más calma, ni risas ni comentarios burlones que me dejen tranquilo cuando pienso que tal vez no hayan habido nuevos días y todo lo que he vivido hasta ahora sea una ilusión, un desesperado intento de conservarme lucido hasta que finalmente mi cuerpo terminé de volar por los aires y ya sin vida, se desplome en la ruta.




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