Los Cuentos sin Dueño

Blanco a Negro

El despertador retumba en la habitación y me saca de mi estupor.  He pasado las dos últimas horas tan solo observando el techo. Los primeros rayos del sol se colaron por mi ventana alrededor de las 6 de la mañana, típico amanecer veraniego, y (tras un par de idas y venidas al baño) busque que la imagen del concreto pintado de blanco me devolviera a mi sueño. Me cuesta horrores dar un paso fuera de mi cama, y a regañadientes camino hasta la cocina para poner agua a calentar, acto seguido entro al baño por una ducha.

La infusión amarga y refrescante me activa los sentidos, mientras a tientas busco una medialuna como para buscar un contraste con el sabor del mate. Me mantengo en ese estado reconfortante durante unos minutos, de vez en cuando saboreando otra factura, y tras inhalar hondo me dispongo a salir de casa.

Siento el teléfono vibrar en mi bolsillo, es la primer llamada del día. Ni siquiera miro el celular, tan solo lo dejo estar mientras me distraigo ante la presencia del guitarrista que ha subido al ómnibus. El hombre entona en su guitarra destartalada un par de canciones folclóricas:

 

“Sueño, sueño del alma

Que a veces muere sin florecer…”

La Zamba de mi Esperanza sigue sonando de fondo mientras me detengo a observar el paisaje por el que circula el ómnibus. El verde de los arboles pasa fugaz frente a mis ojos y se funde con el gris de los hombres trajeados y los edificios, y a la vez el azul del cielo y el brillo opaco de los vidrios se van uniendo al baile mientras a mi izquierda el hombre deja de cantar para anunciar que pasara un gorro para recaudar dinero.

-El existencialismo pone en el centro a la existencia, y no a la esencia. Por lo que nuestra naturaleza, no pasa por quienes vinimos a hacer sino por quien decidimos ser. Nos vamos construyendo, con cada acto, con cada decisión. Nos define nuestra existencia y a la vez somos responsables de ella.

Una de las alumnas levanta la mano tímidamente, y me es difícil distinguirla entre la homogénea masa de estudiantes, todos con sus uniformes idénticos.

-¿Y qué hay de esos momentos que no dependen de uno? Como la muerte de un familiar, o una enfermedad.

-En estas, llamémosle “situaciones límites”, lo que importa es como enfrentamos estos obstáculos, no podemos controlar lo ajeno a nosotros pero si… somos responsables de como elegimos afrontar eso ajeno – hago una pausa e inhalo un momento – de hecho un psiquiatra vienes, Viktor Frankl, desarrolla una terapia en base a esto…

El humo asciende en espiral y su color se confunde con el de las nubes negras, que han reemplazado al sol que imperaba la mañana cuando salí de casa. Nuevamente una pitada y vuelvo a sentir el calor invadiendo mi cuerpo y una suerte de plenitud tramposa que seguramente me engañara para que en instantes saque nuevamente un cigarro del paquete. A mi lado en la mesa se encuentra el plato casi lleno de bife con puré, y en la silla donde hace segundos estuve sentado se encuentra mi bolso. La llamada entrante número 11 se vislumbra en la pantalla del celular que se encuentra  a un lado del plato. Hecho un último vistazo a la ciudad y salgo de la terraza, no sin antes guardar (solo por si acaso) el celular en el bolsillo.

La biblioteca se encuentra vacía a estas horas de la tarde, lo cual me es grato. Me acerco a la mujer que está detrás del escritorio y, tras darle mi documento como garantía, me pasa el libro que he solicitado. Pasó gran parte de la tarde sumergido en un mundo de letras y me resulta agradable, podría tal vez haber elegido ir al casino como hacía antes cuando tenía que matar tiempo por las tardes, aunque bien si me quedase algo de tiempo tal vez podría pasar por ahí, aún tengo algo de dinero en el bolsillo, de aquel que saque al partir de casa. Sonrió con suficiencia al terminar las últimas líneas del libro, cierro y lo dejo allí reposando en la mesa. Seguramente alguien lo notara y lo devolverá a los estantes.

El olor del mar llega hasta la costanera, mientras la brisa fresca revuelve mis cabellos y hace temblar ligeramente mi cuerpo. El choripán, que compre en uno de los tantos puestos instalados a lo largo de la calle, chorrea un poco de grasa en el asfalto. Lo levanto y doy otro bocado, los sabores se mezclan y en mi cabeza se forma el pensamiento de mandar al diablo cualquier control de bromatología, simplemente el sabor vale todos problemas que pudiera ocasionar semejante aperitivo. Una vez terminada la comida, me dispongo a fumar el último cigarrillo restante en el cartón.

Una mujer se encuentra parada apoyada en la barandilla, que separa la calle de la playa, simplemente apreciando el vaivén de las olas. Imito su gesto y percato que se fija en mí. Se acerca a pasos lentos con una sonrisa en el rostro mientras el viento revuelve su pelo, dándole un aire un tanto desprolijo, pero hermoso.

-Discúlpame ¿tenes fuego?- pregunta y acto seguido saco el encendedor del bolsillo para encender el tabaco que ella ya ha sacado de su cartera –linda noche ¿no?




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