―Vaya día de mierda ―exclamó.
Arturo soltó un soplido y acurrucó su cara contra la carpeta. No es que fuera un mal estudiante; de hecho, estar allí le gusta más que estar en su casa, donde su trabajo era lavar platos o barrer salas, pero la verdad es que justo ese día tuvo un día de mierda.
Para comenzar, su mamá no se levantó para hacer el desayuno, así que en sus artes de gastronomía, que más parecían manotazos lanzados al azar contra las ollas, hirvió agua, puso un huevo dentro, y eso fue todo; acompañado claro de una taza de café, preparada con la misma agua, para ahorrar tiempo. Luego, cogió el dinero exacto, salió de casa y tomó el bus rumbo a la academia.
Pensó en echar una siesta, y lo hizo, tanto que terminó por bajarse diez cuadras pasado su destino. Se bajó, caminó por el filo de la acera, hasta que pasó por un jardín y pisó las gracias de algún perro que no pudo aguantarse. Llegó al portón del centro educativo justo cuando estaban por cerrar la puerta.
Y así lo tuvimos allí, a punto de escuchar su clase menos favorita: matemáticas. Cerró los ojos, se dispuso para dormir.
―Hola,¿este asiento está disponible? ―dijo ella, y señaló la carpeta de al lado.
Esa niña, de figura como tallada en mármol por algún escultor griego, debía tener por lo menos quince años, y sus ojos, que más parecían esmeraldas, no dejaban de mirarlo, lo intimidaron.
―Nnnnnno ―contestó él, que de un momento a otro se volvió tartamudo.
―Gracias ―dijo ella.
Puso sus cosas en el suelo y tomó asiento.
—¿Como te llaman? —volvió a preguntar.
―Mmmi...
«Relájate», pensó él. «Solo es una chica, una hermosa chica».
Mi nombre es Arturo. ―Intentó mostrar seguridad.
―Hola, Arturo. Mi nombre es Vidya. Se nota que estás aburrido.
―Pues... —sus palabras calmaban la tempestad que produjo su presencia— sí, la verdad sí.
Ambos se la pasaron toda la clase conversando a través de papelitos. Ella se asemejaba una belleza que no terminaba de comprender, y por algún motivo la comparaba con las ilustraciones que le gustaba ver en su libro sobre piedras preciosas. Una cara de rasgos finos y una sonrisa que con solo verla, le inspira paz.
¿Tan rápido te enamoraste Arturo? Pero si apenas la conoces.
Luego de unas horas que al principio, pensó él, serían de somnolencia, y que gracias a la señorita, fueron todo un gozo, el timbre de salida resonó en los ambientes del lugar.
Recogió sus cosas y salió a la calle.
―¿Quieres ir a comer a mi casa? Mamá preparará tallarines —Le dijo ella, cuando lo abordó en la puerta.
«Si este ha sido un día de mierda» pensó él, «sin duda fue un feliz día de mierda».
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Editado: 28.02.2019