La mañana siguiente, mientras desayunaba en silencio, el pensamiento de lo que había leído no lo dejaba en paz. Una parte de él quería probar la "teoría" de su tío, aunque otra parte le advertía que no jugara con cosas que no entendía. Pero Daniel no podía resistir el impulso. Decidido a probar que no había nada de sobrenatural en esos espejos, caminó hasta el vestíbulo.
Frente al enorme espejo, respiró profundamente y comenzó a contar en voz baja.
"Uno, dos, tres…", dijo, observando su propio reflejo. Todo parecía normal.
"Cuatro, cinco, seis…" Notó que sus ojos en el reflejo se veían más profundos, como si el brillo natural hubiera desaparecido.
"…Siete, ocho, nueve…" El aire a su alrededor pareció enfriarse repentinamente, y su corazón comenzó a latir con fuerza. Había algo en sus ojos, en la forma en que lo miraban desde el otro lado, que lo llenaba de una sensación de peligro.
"Diez." De repente, su reflejo sonrió.
Daniel retrocedió, su corazón en un puño. Él no había sonreído. Se quedó helado mientras veía cómo su reflejo lo observaba con una expresión que no era la suya. Era como si esa sonrisa maliciosa hubiera estado esperando.
Se dio la vuelta rápidamente, mirando a su alrededor, como si esperara encontrar alguna explicación lógica. Cuando miró de nuevo al espejo, su reflejo estaba inmóvil, con una expresión neutra. Como debía estar. La sensación de peligro no se fue. ¿Qué había sido eso? El temor lo invadió, y por primera vez desde que llegó, consideró dejar la mansión y no volver jamás.