Los demonios del ayer.

3.- Mur Ugur

      El bosque ya había quedado atrás, para dar paso a una pedregosa ladera, montañas de diferentes tamaños empezaban a acercarse a los viajeros, arbustos y algunos matojos de hierbas eran lo único verde del lugar, el cambio había sido drástico, de un bosque lleno de vida a un rocoso y árido espacio en cosa de de un par de horas de cabalgata, además sin sombra y el sol acompañándolos muy encumbrado en el medio cielo hacían que el viaje se volviera tortuoso.

—Detengámonos un momento —señaló Eleadan— Álagos necesita descansar y beber algo de agua. — se apearon y en un cuenco Eleadan le dio agua a su peludo amigo, mientras Isaac bebía de una redoma de cuero.

—Disculpe señor dijo el chico —nunca he estado en Igramor, pero había escuchado que estaba rodeado de bastante vegetación

— Jajajaja, tranquilo muchacho, ¿crees que pasar de un reino a otro es cosa de un par de días? Para llegar a algún pueblo solamente que ya sea parte de Igramor debemos cabalgar un par de semanas.

—No lo sabía, perdón.

—No te disculpes, de todas maneras, nos desviamos un poco del camino, iremos a ver a un viejo amigo.

—¿Aquí?, ¿vive alguien por aquí? —preguntó sorprendido el muchacho

— Jajaja, no alguien, muchos, es un buen lugar para esconderse cuando no quieres ser encontrado.

—¿Por qué dice eso?

—Me imagino que te preguntaste por que cambió tanto el paisaje en solo unas horas.

—Si —dijo el chico que llevaba un par de horas con la duda a cuestas.

—Bueno eso es porque aquella montaña —señaló la más grande que se podía ver —es el volcán Mur Ugur, sus erupciones han hecho que las tierras se empiecen a secar y no deja que el bosque continúe su flujo natural.

— Y ¿hay gente que vive cerca de un volcán activo? — pregunto sorprendido Isaac.

—Como te dije, es un buen lugar para ocultarse.—despreocupado se echó un trozo de pan a la boca mientras le extendía uno a Isaac.

—Pero pueden morir. — señaló mientras cogía el trozo de pan y su estomago rugía sabiendo que había comida a la vista.

—En los reinos existe el mismo peligro, tu estuviste a punto de morir ayer, sin vivir cerca de un volcán, el peor peligro es el que no podemos ver.

 

       Isaac quería replicar algo, pero no se le ocurrieron palabras para contrarrestar lo que el elfo le decía, después de todo tenía razón, pero no se imaginaba viviendo al lado de un volcán.

      Al cabo de una media hora se volvieron a poner en marcha a través del inhóspito territorio y esa cabalgata se extendió por dos días más, descansando a cada tanto para reponer fuerza, durmiendo en oscuras y húmedas madrigueras, Eleadan cazó una cabra de monte que les sirvió de alimento todo ese tiempo, pero ya al cabo del segundo día Isaac no se podía en pie, jamás había estado sobre un caballo tanto tiempo por lo que sus muslos resentidos ya habían empezado a generar heridas que ardían como que le refregaran brasas calientes en la entrepierna, sumado a las noches de poco sueño por los insectos y los ruidos que a cada tanto despertaban al joven muchacho, pero lo peor es que miraba al elfo y parecía estar igual al primer encuentro, la misma sonrisa, sin un jadeo, ni una gota de sudor, él no quería dar una mala impresión, no quería que pensara que era débil, o peor aún, convertirse en un estorbo.

                   Se detuvieron en la cima de un mirador que daba a una hondonada, estaba lleno de piedrecillas y parecía dirigirse a un pasaje entre dos montañas.

 

—Muy bien, —Dijo Eleadan —de aquí continuaremos a pie, no quiero que Álagos se tuerza un tobillo.

—Señor, no quiero molestar, pero ¿seguiremos de noche? —señaló confundido el muchacho.

—Aún queda algo de luz, vamos confía en mi guía —dijo guiñándole un ojo.

 

      No podía no confiar en quien lo había rescatado de su cruel destino, además se había ofrecido a ayudarlo sin ningún deber para con él, Isaac se armó de fuerzas y empezó a descender por el pronunciado declive para llegar a la hondonada. Cuando llegaron abajo ya la luz del día se había ido casi por completo, el elfo saco una antorcha y la encendió con rapidez con su pedernal, Isaac a cada segundo que pasaba se convencía más de que el hombre que tenía en frente no era un simple vagabundo, y que tenía muchas más habilidades de las que quería demostrar.

 

—Este es un pasaje antiguo —mencionó mientras avanzaban entre las montañas —hubo una época en la que un reino entero habitaba acá.

—¿Y qué pasó con ellos?

—Eran mineros, estas montañas guardan antiguas vetas de minerales preciosos, pero la ambición a veces cuesta mucho más cara que la mesura. El antiguo rey de este lugar Lord Antherd mandó a buscar gente a los reinos vecinos, la mayoría de ellos como esclavos para que explotaran las minas a cabalidad, pero debajo de estas tierras existen otras tierras, más arcanas, más peligrosas, así se abrió el primer paso a las tierras oscuras, criaturas de diversas especies brotaron desatándose una gran guerra que duró décadas, dicen que la madre tierra cansada de las guerras hizo escupir por primera vez a Mur Ugur, sellando así este paso a las tierras oscuras, pero también destruyendo todo el reino de Arrivey, Antherd murió en esa erupción, y los sobrevivientes decidieron irse dejando las ruinas del reino totalmente abandonadas.




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