Los demonios del ayer.

4.- Las ruinas de Arrivey

                  El muchacho retrocedió un par de pasos y estuvo a punto de huir cuando Eleadan lo alcanzó y lo tomó del brazo.

—Tranquilo chico, te contaremos todo, solo confía.

   

   Isaac lo miró confundido, si él era amigo de una criatura de ese tipo, ¿podía seguir confiando en él?, de todas maneras, no había mucho que pudiese hacer, huir ¿hacia dónde?, hizo un gesto de afirmación dando a entender que se quedaría, pero se mantuvo lo más lejos posible de la criatura mientras comenzaban a caminar entre las ruinas.

    La ruta los llevó entre los restos de lo que parecía haber sido en algún momento un poblado de casas muy grandes, quedaban restos de las construcciones y se podían ver fogatas entre las paredes, cada una de ellas rodeada de gente cocinando, secando su ropa, o simplemente cerca para capear el frío, en un principio Isaac pensó que todos ellos eran criaturas como Meldor, pero al irse acercando se dio cuenta que eran humanos, viejos, hombres, mujeres y niños, familias completas habitaban los restos de Arrivey.

 

—¿Por qué toda esta gente está viviendo aquí? —preguntó el joven.

—Eran esclavos —se apuró Eleadan a contestar —y Meldor y su gente los liberaron.

—La comunidad libre de Arrivey, —gritó con su fuerte voz el enano —todos tienen un deber que cumplir, pero nadie es forzado, no hay pobres ni ricos, solo hermanos trabajando juntos para vivir. —el enano sonrió orgulloso —bien continuemos, aún hay mucho que mostrar.

     El reino era inmenso, caminaron alrededor de treinta minutos por entre las ruinas, en cada lugar había más gente, Isaac pensó que al menos trescientos refugiados vivían entre las paredes semi-destruidas, y Meldor, a pesar de todo no podía ser tan maligno como las historias contaban, recordó que muchas veces de hecho en sus primeros años de vida cuando hacía alguna travesura, o no hacía caso en algo, su madre siempre lo amenazaba con que las criaturas oscuras se lo llevarían, al parecer no era tan malo que te llevaran pensó. Llegaron a una vieja iglesia, al parecer era uno de los edificios que menos daño recibió, medía alrededor de unos 12 metros de altura, imponente, las gárgolas acechaban en la altura como defendiéndola de los intrusos.

 

—Hemos llegado, aquí descansaran por lo que resta de la noche, mañana nos contaremos nuestras historias —dijo Meldor mirando a Isaac, luego abrazó a Eleadan —es un gusto que estés de vuelta hermano, también tenemos bastantes cosas que hablar, pero todo a su tiempo.

     Eleadan asintió con la cabeza las palabras de su gris amigo, y se dispuso a entrar a la iglesia, el enano les dio la espalda y desapareció entre las ruinas.

 

—No creo poder dormir —señalo Isaac.

—El cansancio te terminará venciendo, además, no hay nada que temer en este lugar.

 

     Abrieron las puertas de la iglesia, adentro todo estaba limpio, una estatua de Valheim, dios de la sabiduría, de unos 3 metros de altura era lo primero que podías ver, la iluminación tenue de varios candelabros lograba hacer identificar a varios bultos envueltos en mantas desperdigados por el gran salón. Tomaron un espacio y sacaron unas mantas que estaban dispuestas en una mesa cercana a la entrada, se envolvieron tal como el resto y descansaron como no habían hecho en estos últimos días de extensa cabalgata.

 

     La mañana siguiente despertaron con el ruido de las puertas al abrirse, la gente empezó a entrar a la iglesia, así que tanto Eleadan como Isaac se pusieron en pie rápidamente, desde adentro de la iglesia salió un grupo de personas que empezó a repartir hogazas de pan recién horneado y un trozo de carne, la gente empezó a enfilarse para poder recibir su desayuno.

 

—Creo que debemos ponernos en la fila si queremos comer algo —dijo Eleadan tomando del brazo al muchacho.

—¿Qué es esto? —preguntó el chico.

—Cada uno tiene su labor en la comunidad, en el sótano de esta iglesia está la cocina de la comunidad, aquellos que tienen conocimientos en esa área trabajan allí, el resto llega a pedir su comida tal como lo hacen ahora, aparte de los cocineros están los cazadores, los guardias, los sastres, los lavanderos, bueno, para cada deber la gente se ofrece y debe participar en al menos un trabajo para que la comunidad fluya.

—¿Y nosotros también participaremos en eso?

—Bueno si quieres quedarte claro, pero por ahora somos visitas.

 

    Al cabo de un rato les dieron su desayuno y se sentaron a comerlo en un rincón de la misma iglesia.

 

—Bien, debiésemos ir donde Meldor  —dijo Eleadan sacudiéndose las migajas de la ropa.

—¿Y dónde es eso?

—Muy cerca, salgamos.

 

       Salieron de la iglesia y al cabo de unos 5 minutos encontraron la entrada a lo que parecía ser una mina, cruzando el umbral el espacio se abría en una sala única cuya pared de fondo era un derrumbe de rocas, debía medir unos 6 metros de largo por unos 5 de ancho, había un pequeño escritorio, algunas sillas, una especie de cama improvisada y una mesa en el pequeño espacio, Meldor estaba sentado escribiendo algo en su escritorio cuando entraron sus visitas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.