Los demonios del ayer.

8. Himmel Brille

 

                 El bosque se hizo espeso, costaba avanzar por entre la poblada vegetación, claro que los salvajes avanzaban sin mayores problemas, de hecho, cada cierto tiempo debían detenerse para esperar a que el grupo pudiera alcanzarlos, caminaron así alrededor de dos horas hasta que de pronto uno se detuvo.

—Ya llegamos —dijo mirando el lugar.

                Lleno de gruesos troncos la luz apenas pasaba a través de la frondosa y antigua arboleda, no se veía nada que pudiera denotar que en ese lugar habitara gente.

—Parecen confundidos —les señaló el hombre al tiempo que se acercaba hacia el tronco de un árbol —¿no les parece extraño que llevemos diez años atacando a los reinos y aún no nos descubran? —diciendo esto tiró de una liana y una escalera de cuerdas cayó a su lado — Bienvenidos a Himmel Brille.

 

                 Incrédulos comenzaron a subir por el tronco del árbol ayudados por la escala de cuerdas, que no era cosa fácil de usar, Isaac pensó que el árbol medía una eternidad, sus brazos y piernas entumecidos por la extensa escalada le hacían perder poco a poco la seguridad de si llegaría a lograr subir a donde quiera que llevara el camino que habían tomado, pero de pronto pudo llegar al cielo de hojas que cubría casi toda luz de sol, Irina que iba delante de él se interno sin miedo hacia lo desconocido dejando caer algunas de las hojas, una de ellas quedó en el hombro de Isaac, el chico la sacudió y recomponiendo algo de fuerzas se internó entre ramas y hojas que si bien no lo dañaban, no lo dejaban ver absolutamente nada, el miedo de no tomar bien la escala y caer desde esa altura se empezó a hacer latente, pero de pronto la luz lo cegó obligándolo a cerrar los ojos y empezar a pestañear repetidamente para empezar a acostumbrar su vista a la luz, la mano de Irina y una sonrisa radiante fue lo primero que logró ver entre parpadeo y parpadeo, Irina lo alzó y quedaron de pie en un puente de madera, Isaac se refregó los ojos, no podía creer lo que estaba viendo, una ciudad entera en los árboles, cabañas construidas a base de madera y paja sostenidas entre el ramaje del anciano bosque, conectadas todas por puentes colgantes que se mecían suavemente a la brisa del viento.

 

—Es hermoso ¿no? —mencionó Irina mientras el viento agitaba su cabello, soltó una pequeña risa, como arrebatada por un pequeño cosquilleo, y se lanzó a correr hacia adelante, agraciada y bella en el encantador lugar parecía ser una imagen sacada desde la mente de algún poeta, Isaac la miraba embobado —te vas a quedar ahí —le dijo de pronto deteniéndose y mirándolo.

 

                    por un instante el muchacho olvidó todo y corrió a la siga de la bella chica, dejando que el viento se agolpara en su cara, corrieron y saltaron por entre los colgantes puentes tratando de alcanzar el cielo, tratando de atrapar cada rayo de sol, cada canto de ave, cada risa emitida, cada gramo de felicidad. Agotados se sentaron en un tronco.

—¿Los demás ya habrán llegado? preguntó Irina volviendo a la realidad.

 

—No lo sé, debiésemos volver ¿no?

 

—Si, —le regaló nuevamente una hermosa sonrisa —Vamos —dijo mientras le tomaba la mano e iniciaba el trote de vuelta sonriendo, brillando como un sol en la mano del muchacho.

 

—Donde fueron —preguntó malhumorado y cansado el enano que al parecer había sido al que más le había costado la agotadora escalada.

 

—Fuimos a conocer un poco el lugar —se adelantó a responder Irina.

 

—Bueno —dijo Eleadan con una sonrisa burlona y dándole un codazo al enano— no pasa nada Meldor, fueron a conocer un poco el lugar.

 

—Aaah, —al enano se le dibujo una sonrisa malévola— claro, tienes razón hermano, perdón muchacho, estoy malhumorado por estar escalando árboles como los monos solamente.

              

                         El hombre que los había guiado hasta el hermoso pueblo en las copas de los árboles, no pudo evitar sonreir ante las indirectas de sus visitantes, pero apurandola cambio su gesto a su seriedad habitual e hizo una seña para que lo siguieran, los pasos del grupo se fueron encaminando hacia el lugar desde donde se podía ver que estaba el arbol más alto, uno que su copa sobresalía por sobre todo el resto de la ciudad, Isaac estaba anonadado, contó alrededor de 30 casas en el camino hacia el gran árbol, y pudo ver gente de diferentes especies, elfos, enanos, humanos, incluso algunos orcos, habitaban en comunidad entre este grupo de forajidos. 

— ¿Cuanta gente forma la resistencia? —preguntó el joven Isaac




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