Los Destellos De Aurora

YA NO SOY UNA NIÑA

Al bajar de la habitación emocionada y feliz, todos quedaron viendo a la pequeña Aurora como si hubiesen visto un fantasma.

— ¿Qué les sucede? ¿Acaso está viéndome así solo por haberme puesto labial rojo? —les preguntó con cara de fastidio— ¿No van a cantar feliz cumpleaños para mí? Deben entender todos, una cosa. Desde este mismo momento ya no soy una niña y, por lo tanto, debo empezar a actuar como una auténtica señorita.

Sin recibir réplica inmediata por parte de alguno de los presentes se dispusieron a cantarles feliz cumpleaños finalmente.

El agasajo de la familia fue hermoso y Aurora amó todo lo que habían preparado para ella. Los decorados con motivos parisinos que hacían alusión a su próximo viaje dentro de un par de días, la dejó realmente encantada. Tuvo pastel, obsequios, llamados, besos y abrazos por parte de sus seres queridos y eso la hizo sentir realmente adorada y afortunada.

— ¿Tú en verdad piensas ir a la escuela con esos labios pintados de rojo, Aurorita? —le preguntó Michael—

— Por supuesto que sí, y por favor te suplico papito que no me vuelvas a decir Aurorita porque ya no lo soy.

— Há… Era lo que faltaba escuchar. ¿Tú no le dirás nada, Gina?

— ¡Mi destellito, el labial rojo te queda realmente hermoso!

— Wie? (¿Qué?)

— Michael, Aurorita ya tiene 14 años. Yo empecé a usar labial a los 13 —dijo Gina Alicia—

— Y yo a los 12 —prosiguió su hermana Isabella—

— ¿Ya las oíste, papito? Tengo 14 años años ahora y puedo usar labial del color que más me guste.

— ¡De acuerdo! Ya entendí que lo que yo piense no importa en absoluto.

— No seas dramático —dijo apretando sus mejillas— Sabes que te amo con todo mi corazón, y sí me importa lo que piensas, pero ya tengo edad para usar labial y solo debes aceptarlo.

— Mhm… Por supuesto.

— ¿Hermanita, ahora que te pintas los labios como señorita ya no querrás más jugar conmigo y con Copito de nieve?

— ¿Qué dices pequeñito? Yo siempre querré jugar contigo y con Copito. Eso no cambiará jamás —le aseguró Aurorita al pequeño Ezra. Bien... ya debo irme ahora, pero no sin antes decirles que todo estuvo muy hermoso. ¡Me encantó! ¡Muchas gracias otra vez!

— Nos alegra que te haya encantado, mi hermosa señorita. Ahora yo también debo irme ahora.

— Todos, de hecho —dijo Gina— Michael, yo llevaré hoy a nuestro hijito a la escuela.

— De acuerdo, de acuerdo mi amor.

— Tschüß a todos —se despidió Isabella—

— Tschüß! —se despidió también Aurora—

La jovencita corriendo se dirigió hasta el coche donde Karîm ya se encontraba esperándola.

— Guten Morgen, Karîm!

— Guten Morgen! ¡Feliz Cumpleaños, Aurorita! —exclamó dibujando una radiante sonrisa apretando sus mejillas—

— ¡Oye!... ¿Oye, sabes que hoy cumplo 14 años? 

— Lo sé.

— Entonces tienes absolutamente prohibido apretar mis mejillas.

— ¿Por qué? ¿Eso qué tiene que ver?

— Ya no soy una niña para que andes por allí apretando mis mejillas.

Karîm sonrió 

— Tú siempre serás una niña. Mi angelito. Mi pequeña Aurorita —dijo volviéndole a apretar las mejillas—

— ¿Mi pequeña Aurorita? ¿Oí bien? —se preguntó a sí misma— ¡Basta, Karîm! Mira... recibí un regalo muy bonito en mi ventana. ¿Y sabes qué? Creo que es de un admirador secreto que tengo en la escuela. Arriba, en la punta de los globos tenía una diminuta bailarina de origami y una nota con dedicatoria, pero ya las guardé en una cajita para que no se estropeen.

— ¿Admirador? ¿Cómo podría un admirador trepar las murallas de esta fortaleza para colocarte un obsequio en tu ventana?

— Yo qué sé… Volando quizás.

— 'Aetani Allah alsabr! Mejor ya sube al coche y vámonos —le pidió el joven con un tono de voz que aparentaba un repentino fastidio—

— ¿Karîm, tú no vas a darme ningún obsequio?

— No me pasé casi dos semanas aprendiendo a hacer una diminuta bailarina de origami para que tú creas que un administrador secreto voló sobre los muros de la mansión para dejártelos frente a tu ventana?

— ¡Lo sabía! ¡Sabía que eras tú! —se dijo por dentro con la felicidad a punto de desbordarse en ella—

Sin poder contenerse más Aurora comenzó a reír llena de felicidad.

— ¿Te burlas de mí?

— ¡Caíste, Karîm!

— ¿De qué hablas?

— Sabía que fuiste tú, pero como no firmaste en la dedicatoria junto a la pequeña bailarina de origami, y muy probablemente no ibas a decirme que fue un regalo de tu parte, tuve que hacer que lo admitieras.

— Por supuesto que te lo iba a decir.

— Mientes

— Yo no miento. Te lo iba a decir, pero te adelantaste con la tontería del admirador secreto.




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