Los Destellos De Aurora

TEMPESTADES QUE SE AVECINAN

En el transcurso de los días las cosas habían vuelto a equilibrarse en la vida cotidiana de Aurorita. Por sobre todo con las tareas acumulada escuela, gracias a Karîm, que lo había ayudado de principio a fin.

Con mucha alegría volvió a la Academia Helen Kneist luego de una semana de receso con el ballet, y también a sus clases de actuación, donde había sido recibid con mucha algarabía por parte de sus compañeros y maestros por motivo de su galardón en la CIBCC de París.

Próximamente en la escuela de actuación tendrían un examen de obra escénica y para ello, el grupo, al cual había sido integrada Aurora, se encontraba practicando una escena hasta los minutos finales, cuando Karîm ya se encontraba aguardándola sentado sobre una de las butacas del pequeño auditorio de ensayos.

Minutos más tarde, al culminar las clases, Aurorita fue por sus pertenencias y raudamente se acercó al chico.

— ¿Karîm, me viste, actuar? ¿Dime qué tal estuvo mi interpretación?

— ¡Muy bien, Aurorita! Las escenas dramáticas te sientan como anillo al dedo. ¡Es más! —exclamó sonriente—

— ¿Estás burlándote de mí —le preguntó ella poniendo los ojos en blanco—

— ¡Jamás! Estoy siendo muy sincero. El drama te fluye de manera muy natural.

— Pues yo sí creo que estás burlándote, Karîm. No sé si tomar tus palabras. ¿Cómo un alago o como una ofensa?

— Tómalo como un halago, mi precioso ángel —dijo apretando sus mejillas— Yo jamás te ofendería. ¿Dime a dónde vamos ahora? Si no tienes más cosas importantes que hacer Aurorita, te llevaré a tu casa porque yo debo culminar unos trabajos de la Universidad.

— Mhmm… Pues no, no la tengo —le dijo la jovencita—

— Bien… te llevaré a la mansión entonces —dijo el chico mientras abordaban el coche—

— ¿Karîm, ella estará contigo?

— ¿Quién?

— No hagas como si no supieras a quién me refiero.

— Pues fíjate que no sé a quién te refieres. Dímelo.

— No pienso mencionar su nombre —dijo Aurora dándole la espalda a Karîm—

— De acuerdo.

— ¿De acuerdo, qué?

— No la menciones —repuso él mientras arrancaba el coche—

— Karîm, prométeme que no vas a llevarla a tu apartamento jamás. Si lo haces romperás mi corazón en cientos de pedacitos.

— Sigo sin entender de qué estás hablando. A ver. Explícame ¿Quieres?

— Habló de llevar a esa tal Alina a tu apartamento. No quiero que lo hagas.

— ¡Ah claro! Te referías a Alina. ¿Y puedo saber por qué no quieres que la lleve a mi apartamento? Tengo todas mis cosas allá y sería muy cómodo para mí trabajar allí con las lecciones de la universidad.

— Para ti solito. No acompañado de esa buscona y resbalosa.

— ¿Busco una y resbalosa?

— Sí.

— ¿Puedo saber de dónde sacaste esas palabras?

— Amalie las dijo para advertirme.

— ¿Y qué fue lo que te advirtió tu prima?

— Amalie me dijo que la Alina esa solo buscará pretextos para meterse en tu cama —contestó la jovencita—

El chico, asombrado por aquella respuesta, observó a la pequeña.

— ¿Qué dices, Aurora? ¿Sobre qué cosas se ponen a hablar tú y Amalie?

— Sobre la buscona de tu amiguita y también sobre la única cosa en la que piensan los chicos de hoy. ¿Quieres que te lo diga?

— No, no quiero —contestó repentinamente apabullado—

— Pues te lo diré de todos modos. Amalie me dijo que los chicos de hoy solo piensan en sexo. ¿Karîm, tú piensas en sexo?

— 'aetaa allah li alsabr!

— Ah… ah… ¿Eso significa un sí?

— No…

— ¿Significa que no piensas en sexo?

— Ya basta, Aurorita. Mejor guarda silencio y en lo posible hasta llegar a la mansión ¿De acuerdo?

— ¿Karîm, porque te has puesto colorado?

— Te pedí que guardes silencio.

— Karîm, aún no me lo has prometido.

— Yo no debo prometerte nada. Tú y yo hablamos de sobre eso en París. ¿Lo recuerdas?

Sin decir nada más y algo entristecida, Aurora volvió a darle la espalda a Karîm. Observando a través de la ventanilla del coche.

En ese estado permaneció hasta llegar a la mansión tal y como el chico deseaba, y todo lo que deseo en este momento fue bajar del coche e ingresar sin volver a mirarle a la cara, pero no lo consiguió porque la puerta estaba asegurada.

— ¿Qué esperas para abrir la puerta? Quiero bajar ya

— Espero a qué dejes de estar molesta.

— A ti no te importa si estoy triste, molesta o si rompes mi corazón.

— ¿Hasta cuándo seguirás diciendo que yo rompo tu corazón, Aurorita?




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