Los Destellos De Aurora

UNA LARGA HISTORIA (parte 3)

— ¡Aurorita, finalmente te encuentro! ¿Dónde te habías metido? —Oyó Aurora la voz del joven—

Al voltear delante de Karîm observó una rosa ante sus ojos—

— Si es para mí no la quiero.

— ¿No la quieres? ¿Estás segura?

— No la quiero. ¿Acaso no me oíste?

— ¡De acuerdo! Si es así le daré esta rosa a la primera chica que vea en este parque y luego volveré al hotel, solo.

Para Aurorita, el chico ya había roto su corazón en varias ocasiones por lo que no dudó un solo segundo que lo volviera a hacer regalándole esa rosa a la primera extraña que se le cruzara en su camino. Karîm se alejó de ella unos cuantos metros y al observar que se acercaba a un par de chicas que se encontraban al otro lado del parque Gallusanlage fue hacia ellas con toda la intención de hacer cumplir su palabra.

— ¿Ese guardia hará eso en verdad? ¿Piensa acaso que mi corazón es como un pequeño balón de goma que puede botarlo de un lado a otro? —se preguntó entre sollozos y voz elevada levantándose del banquillo sobre el cual yacía sentada con sus penas—

— ¿Le dará mi rosa roja a una extraña? No lo permitiré.

Decidida a frenar a Karîm, corrió hasta él. Lo detuvo y le arrebató de la mano la rosa.

— Aaww! —exclamó quejumbrosa de un dolor tan punzante como el que sentía en su corazón—

— ¿Aurorita, estás bien? —preguntó Karîm con preocupación mientras las lágrimas de Aurora comenzaban a esparcirse tanto como la sangre de su dedo de la mano izquierda—

Una de las espinas de la rosa se le había incrustado y dolió tanto como el dolor de las espinas de su amor quebrantado. A pasos lentos volvieron hasta uno de los banquillos del parque y tomaron asiento. Karîm extrajo del bolsillo derecho de su abrigo un pañuelo blanco y envolvió el mismo alrededor del dedo herido de la pequeña intentando detener el sangrado.

— ¿Ya no duele tanto?

— No duele tanto como las espinas que incrustas en mi corazón guardia Hafez —hijo volviendo a sollozar—

— ¡Aurora, por favor! ¿Qué espinas incrusto yo en tu corazón?

— Las espinas de tu amor cruel —contestó echándome nuevamente en llanto—

— ¿No sabes acaso qué antes y regalarle una rosa alguien debes cerciorarte de que no tengan espinas?

— ¡Lo siento, mi ángel! Tomé la rosa del florero del hotel y en verdad no pensé en las espinas —le explicó besando su mano envuelto en el pañuelo— Vamos a buscar una farmacia para comprar una bendita que puedas colocarla en tu dedo.

Sin decir más nada Aurora accedió. Llegaron hasta la farmacia más cercana donde Karîm compró una bendita y se encargó él mismo de ponerla en el dedo lastimado de la jovencita.

— ¡Listo, mi Reina! Ahora ya no te dolerá.

— ¿Su Reina? ¿Me considera su Reina, y, sin embargo, me trata como a una simple plebeya sin derecho a amar y ser feliz a su lado? —se dijo por dentro— Deberías comprar más benditas para cubrir también todas las heridas de mi corazón.

— ¿De nuevo, pequeña?

— ¡Es la verdad!

— Mmm… Ok… Señor, deme una caja de benditas, por favor —dijo entonces el chico dirigiéndose otra vez al encargado de la farmacia—

Cuando el hombre se lo dio, el chico pagó por la casa de benditas y posteriormente tomo la mano sana Aurorita y la jaló del lugar para dirigirse hasta uno de los banquillos del parque Gallusanlage.

— ¡Bien! Ahora dime.

— ¿Decirte qué?

— ¿Dime como hago para curar todas las heridas de tu corazón? ¿Te abro el pecho con una navaja, quito tu corazón con mi mano y comienzo a colocarle las benditas una por una?

En esos instantes el llanto de la jovencita se volvió aún mucho más intenso.

— ¿Te burlas de mi dolor?

— No me burlo de ti, y te lo he repetido ya muchas veces. Yo jamás te haría daño, Aurora. ¿Piensas resulta agradable para mí oírte decir que yo lastimo tu corazón rompiéndolo en mil pedazos? ¿Qué piensas qué he hecho ahora para que digas eso?

— Y lo preguntas. Me hiciste a un lado en el museo para ponerte a explicarle cosas a aquella resbalosa de Yvonne —Karîm lanzó un enorme suspiro— Y cómo si no te pareciera suficiente quedaron conversando durante todo el camino de regreso.

— Yo no te hice a un lado, Aurorita. Tú solita te molestaste y apartaste de mí en el museo. ¿Qué querías que hiciera si la chica me preguntaba cosas?

— Ignorarla.

— ¿Qué dices? No haría yo grosería con nadie. No acostumbro a ignorar a las personas cuando me preguntan cosas.

— Pues entonces quédate con tus perfectas costumbres y aléjate de mí —dijo la alterada jovencita haciendo a un lado sus lágrimas con una mano alejándose del chico posteriormente—

— Aurora… Aurorita, espera —pidió el chico vanamente—

Karîm la siguió, sin embargo, a Aurorita poco o nada le importó. Todo lo que ella deseaba era llegar hasta el hotel y pasar encerrada en su habitación para permanecer allí durante lo que le restara a aquel día. No deseaba siquiera hablar con nadie, no obstante aquel deseo se esfumó cuando a su prima Amalie la detuvo en la puerta de su habitación bastante emocionada enseñándole lo que cargaba en sus manos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.