Los Destellos De Aurora

MANOS MANCHADAS

En medio mismo del salón yacía Dabir Kazim amarrado a una silla. Y delante de él arrodilladas su esposa y su hija. Karîm Hafez comenzó a vaciar cubos de combustible alrededor de los tres.

Para el chico no existiría un amanecer. Aquella madrugada su alma partiría al infierno como condena de la sangre asesina que corría por sus venas.

— ¿Qué es lo que pretende hacer? ¿Acaso nos incinerará a todos aquí dentro? —dijo uno de los oficiales de nombre Jules quien en compañía de Norman intentaban reanimar al agente Wieber—

— Jefe, es necesario que reaccione, por favor. Puedo comprender que su intención en todo momento fue despertar la furia de ese chico, pero la situación se ha salido de control. Karîm ha enloquecido. Jefe, despierte... Por favor reaccione.

— Târeq, hijo —habló una temblorosa voz—

Era nada más y nada menos que el criminal más buscado por toda la Policía Federal Alemana y el Servicio de Inteligencia Internacional Danés. Era Hajjâj El-Hashem.

En guardia los oficiales que protegían al agente apuntaron al criminal con sus respectivas armas.

— No se atreva a dar un solo paso más —advirtió el oficial Norman—

— He esperado muchos años por este día. Y sé que Târeq también lo ha esperado. Sé que ninguno de ustedes acabará conmigo porque eso le corresponde a mi hijo. Aquí estoy y ya no me quedan fuerzas para huir.

— Tienes razón balbuceó con gran dificultad en medio de una incontrolable tos que le hacía expulsar sangre por la boca.

— ¡Jefe, finalmente despertó! —exclamó el oficial Jules— Ya hemos pedido refuerzos. Pronto una ambulancia estará aquí.

— Estás vivo. Lo sabía, hijo. Tú siempre has sido un chico muy fuerte y valiente —dijo Hajjâj El-Hashem observando al agente delante de Norman dificultosamente— Târeq por favor no permitas que le hagan daño a mi nieta. Ella es todo lo que me queda en esta vida y lo sabes puesto que a Amalie nunca la conocí y ya no la conoceré —dijo el anciano entre sollozos— Te entrego yo mi vida a cambio de su salvación. Por favor.

— Posees una desfachatez indescriptible Hajjâj El-Hashem —dijo el agente intentando vanamente ponerse de pie—

— Jefe...

— Ayúdame Jules. Norman baja tu arma.

— Imposible jefe.

— Has lo que te pido.

A duras penas el oficial Norman bajó su arma y pudo entonces Hajjâj El-Hashem acercarse a Louis Wieber.

— Estoy aquí entregándome a ti, hijo.

— Deja de llamarme de ese modo. Yo no soy tu hijo.

— Lo eres y siempre lo serás así te empeñes en negarlo y en querer olvidar los maravillosos años que vivimos tú y yo. Fuiste un niño muy feliz a mi lado.

— Me secuestraste. Me apartaste de mi verdadera familia. Me engañaste durante muchos años.

— Lo hice y no me arrepiento. Me has hecho muy feliz Târeq. Has hecho feliz mi esposa. Ella te amó mucho y fue la mejor madre del mundo para ti. Tú aplacaste nuestro dolor. Llenaste nuestro vacío, y fuiste feliz con nosotros.

— Ya cierra la boca —vociferó el agente apuntando al anciano con un arma en la frente—

El grito alertó en el salón a todos los presentes.

— Mátame de una vez. Sé que es lo que más quieres. Mi muerte a través de tus propias manos es la razón por la cual has vivido todos estos años. Te convertiste incluso en un agente encubierto únicamente para este momento. Anda dispárame.

Una mano temblorosa de Louis Wieber apuntaba a la sien del anciano. Activó el gatillo, más jalar del mismo no le resultó sencillo.

— Creí que en verdad eras mi padre. Te amé como tal, pero viví engañado durante muchos años. Me engañaste. Eres un criminal y llegó tu hora de pagar.

— Si en verdad tu madre y yo no fuimos importantes en tu vida. Si yo no lo fuí dispárame de una vez. ¿Qué esperas, hijo?

— Deja de hablar.

— Dispárame de una vez.

Entre sollozos llenos de confusión. Odio, lastima, rencor y dolor, el agente disparar nunca logró.

— No puedo… —dijo quejumbroso con otro repentino ataque de tos—

Por los incontables y despiadados golpes recibidos, Louis Wieber yacía por dentro gravemente herido. Apenas podía mantenerse de pie y acabó desplomándose al suelo finalmente.

— Jefe… —exclamó el oficial Jules acercándose para socorrerle—

Apuntando con su arma el oficial Norman la guardia retomó. Segundos más tarde un disparo se oyó y Hajjâj El-Hashem a los pies de su hijo muerto cayó.

Preso del susto y con el corazón acelerado, Louis Wieber estupefacto quedó.

— Te amaré por siempre mi querido hijo Târeq —fueron las últimas palabras de Hajjâj El-Hashem—

Con ojos enrojecidos de lágrimas por tanto dolor y una inexplicable especie de amor, Louis Wieber lo observó. El anciano Hajjâj El-Hashem ante sus ojos pereció.

— ¿Por qué lo hiciste, Norman?




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