El último día del funeral de la pequeña se acercaba a su fin. Personas de varios rincones de la ciudad e incluso el país entero hasta el velatorio acudieron para otorgarle el último adiós, recordándola por todos sus logros con gran emoción y admiración.
Rodeada de fragantes coronas de flores y dedicatorias, yacía en la eternidad de sus sueños la más hermosa reina de la primavera. Vestida con su traje mágico y luciendo sobre su cabeza una magnífica tiara diadema.
Proveniente de París, a través los selectos miembros del jurado del Palais Garnier, una membresía ante su lecho era leída. Y un broche dorado en su pecho, qué rememoraba su reciente galardón en la competencia internacional de ballet clásico y contemporáneo, era decorado.
DESCANSE EN PAZ NUESTRA ETERNA REINA DE PARÍS.
La última madrugada en la que el cuerpo de Aurora Majewski permanecería en el salón velatorio antes de ser trasladada a la cripta familiar del cementerio de la ciudad, el silencio profundo imperaba en el lugar. A esas horas ya ningún pariente se encontraba presente y nadie volvería sino hasta el amanecer, sin embargo, las puertas de par en par se abrieron repentinamente. Alguien había ingresado.
A lo lejos se observaba plateado un féretro hasta el cual unos pasos lentos se acercaron, iluminados por las llamas de las velas que luchaban contra el sombrío camino de una muerte perversa.
El féretro yacía cubierto por una tapa de cristal a través de la cual a la más hermosa bella durmiente del mágico cuento se la podía observar.
— Ahora qué te has convertido en la bella durmiente, qué tanto has querido —exclamó una voz opacada mientras la observaba— Oh, reina de mi primavera, qué en el gran salón de los espejos me espera. ¿Quién iluminará mis días sin los destellos de tus ojos?
Con lágrimas ardientes y las manos vendadas debido a las quemaduras sufridas en las mismas, al igual que en ciertas partes del cuerpo y la mitad de su rostro, Karîm abrió la tapa de cristal qué protegía a su reina.
— ¡Mi ángel! ¡Mi hermosa bella durmiente! ¿Podrías despertar si te diera un beso más allá de la frente? ¿Sabes? He intentado llegar hasta ti, pero creo que el camino de las llamas no fue el correcto. De todas formas pronto estaré contigo —con el dolor de todos sus sentidos rezaba mientras el rostro de su ángel acariciaba— porque sin ti mi vida en este mundo ya no tiene sentido. ¿Recuerdas lo que te dije un día desde tu balcón? Yo te hice una promesa. Te prometí que en esta vida o en otra te cumpliría todas las promesas que te hice. Te las prometí y voy a cumplirlas. Tú y yo volveremos a estar juntos y te convertiré en la reina absoluta de todo nuestro mundo. Llegaré hasta ti. Te lo juro. Tomaré tus manos y partiremos juntos a un lugar mágico donde nada es imposible.
Karîm besó la nariz de su princesa y allí permaneció contemplándola de manera incansable mientras le acomodaba la tiara diadema que la dejaba en su lecho de sueños eternos aún más bella.
Junto al féretro, el joven se veía desvanecer. Era consciente de que en aquella tierra ya no vería ningún amanecer. El dolor de las quemaduras le carcomía, sin embargo, esbozó una, sonrisa consciente de que muy pronto todo su mal acabaría.
Karîm extrajo del bolsillo de su abrigo una pequeña cápsula de vidrio. La destapó con dificultad e ingirió todo su contenido. Nuevamente cubrió el féretro. Reposó sus brazos y su cabeza sobre la tapa de cristal. Cerró sus ojos y sucumbió en los efectos de aquel veneno letal.
— A la antesala del cielo eres bienvenido, Karîm. Llegas justo a tiempo.
Sentado sobre un suelo de nubes, el joven observó todo su alrededor y se observó a sí mismo tocándose el rostro. Observó sus manos. Su atuendo, y por sobre todo al ser maravilloso que iluminaba su entorno.
— Ya no me duelen. Mis quemaduras ya no están. El dolor se ha ido. Y este atuendo nunca antes yo lo había vestido.
— ¿Puedes ponerte de pie? Debemos irnos ahora, Karîm.
— ¿A dónde? ¿Quién eres?
— Mi nombre es Dana. Soy un ángel potestad y mi misión es encargarme de recibir a las almas. Sígueme, por favor.
Curioso y extrañado, de tanto en tanto entre nubes grises y espesas, Karîm se perdía.
— Es aquí.
— ¿Qué es aquí?
— Es aquí donde cruzarán el gran portal de los cielos.
— ¿Dice que aquí hay un portal de los cielos? Pues yo no lo veo.
— Lo verás en cuanto ella deje de llorar.
Karîm volteó a ver de inmediato y allí estaba su ángel. Su hermosa princesa Aurora.
— Auro…
— Ssshhh… no digas nada. Aguardarás aquí un momento.
— ¿Aurorita, aún estás llorando? ¿Cómo es eso posible si irás a un mundo feliz dónde las lágrimas y las tristezas no existen?
— Yo no quiero morir. No quiero ir al cielo. Por favor ayúdame a regresar a casa, ángel potestad.
— Tu casa se encuentra ahora cruzando el gran portal de los cielos. Deja de llorar pequeña que todo estará bien.