Los Diarios de Mi Padre

Capítulo 6 - Descanso Favorable

Visitar a nuestros abuelos tuvo un efecto agridulce.

No lo planeamos, fue un acto impulsivo, porque después de estar encerrados por tanto tiempo en esa casa, con todos esos recuerdos… necesitábamos un descanso. Lloré como un bebé recién nacido cuando Nonno nos dio la bienvenida, abrazándole estrechamente, permitiendo que su calor familiar me envolviera, sintiendo sus sollozos silenciosos humedecer mi camisa. No pude evitarlo, simplemente me desmoroné. Dios, se parece tanto a Christian, con esos ojos verdes radiantes, facciones afiladas y cabello rubio oscuro, aunque el suyo está poblado de canas, que comparar las similitudes, así fuera por unos breves segundos, destrozó mi corazón. Entonces lloré aún más cuando susurró en mi oído: “mio figlio”* (hijo mío/mi hijo).

Dolió. Todavía duele.

Cuando fue el turno de saludar a Nonna, yo ya estaba agotado, hipando cada pocos minutos, con los párpados hinchados y el alma herida. Nos dirigieron hacia el comedor, donde hemos estado sentados desde que llegamos, charlando sobre cosas sin importancia. Temas seguros, fáciles, insignificantes. Emily es quien mayormente participa y lo agradezco, porque me ofrece un lapso considerable para recuperarme. O intentarlo, al menos.

Tenía casi once años cuando conocí a los padres de Christian. Creo que ellos se demoraron en presentarnos porque querían cerciorarse que yo estuviera en una condición mental adecuada. Mi hermana se adaptó mucho más rápido, en cambio, mi mecanismo de autodefensa fue duro de erradicar. Tenía un temperamento imprevisible y un vocabulario bastante colorido. David fue el que más me ablandó y honestamente, no tengo idea de dónde sacaba tanta paciencia, porque no fue un proceso sencillo o de corta duración. Transcurrieron meses antes de que yo le autorizara tocarme sin reaccionar agresivamente, antes de que accediera a que me arropara por las noches, antes de conceder que sanara raspones en mis rodillas o codos si caía. Con Christian fue complicado, porque ambos teníamos un carácter similar y en vez de ser una ventaja, perdíamos velozmente los estribos uno con el otro ante la menor de las provocaciones.

Pero él, al final, también me conquistó. Era imposible no amar a alguien como Christian Blair. Inconcebible.

—“¡Voy a patear sus miserables traseros!” —papá había despotricado una vez que les conté durante la cena que habían unos chicos en mi escuela que se burlaban de mi acento y mi evidente torpeza al leer en voz alta.

—“Cariño, cálmate” —David nos sonrió con incomodidad, no queriendo que nos asustáramos ante la respuesta irritada de su esposo, pero Emily sólo se reía del arrebato de papá mientras que yo me emocioné, dispuesto a pelear con él—. “Deberíamos hablar con sus profesores y…”

—“¿Hablar?” —Christian resopló, sacudiendo la cabeza y apuñalando con violencia el bistec en su plato—. “Quei marmocchi* (esos mocosos). Que no crean que pueden meterse con mio figlio sin sufrir las consecuencias”.

—“¡Sí, vamos a patear sus traseros!” —grité, entusiasmado e igualmente enternecido porque adoraba cuando me regalaba ese título. No sabía mucho italiano en esa época, aunque entendía ciertas palabras. Esas eran mis favoritas.

—“Javier” —David me había amonestado, pero pude darme cuenta que estaba tratando de no reírse. Inevitable e involuntariamente, mi mente reproduce la última memoria que tengo de Christian con vida, marchitándose en aquella condenada camilla, en ese maldito hospital.

—“No puedo continuar luchando, mio figlio. Estoy muy cansado. Así que promételo... por favor”.

No, no iré allí. No puedo. No cuando sé que le fallé.

—¡Javier! —me sobresalto, volviendo al presente súbitamente, confundido por la expresión de preocupación en el rostro de Nonno y la urgencia en su voz.

—¿Qué? —todos me están observando y excavo en mi mente, pero no puedo recordar si me consultaron algo—. Lo siento, Nonno. No te escuché. ¿Qué decías?

—Tus manos —Emily murmura, conmoción e inquietud combinadas en su tono inestable.

Frunciendo el ceño, bajo la mirada. Jadeo, asombrado y perturbado, sin poder creer lo que estoy contemplando. La taza que había estado sosteniendo ahora está hecha añicos, trozos de porcelana incrustados en mis palmas y dispersos sobre la mesa, té y sangre mezclados en tonalidades rojas y castañas. Ahí es cuando el dolor se activa, desde las yemas de mis dedos hasta las venas de mis muñecas. Gruño, temblando mientras me dispongo a extraer los pedazos, pero Nonna se levanta abruptamente y me conduce con apuro a la cocina, frente al grifo del lavaplatos, donde procede a extraer metódicamente cada fragmento con una pinza.

—¿Desde hace cuánto que no descansas apropiadamente? —me pregunta con serenidad, trabajando con diligencia. No le contesto, porque ella sabe perfectamente la fecha y el instante exacto en el que se desató este infierno. Ella también lo experimentó—. Deberían quedarse aquí con nosotros por unos días —dice con aparente indiferencia ante mi prolongado y obstinado silencio.

—Todavía nos quedan asuntos por resolver en la casa —siseo adolorido cuando aplica una crema desinfectante que no sé de dónde demonios sacó en mis heridas—. Debemos contactar a las dos beneficencias que nuestros padres escogieron y debo preparar mi discurso. Además, como si eso no fuera suficiente, tengo que llamar al abogado por lo del testamento —cada puntualización es más amarga que la anterior. Nonna lo nota, pero no comenta nada al respecto.



#2225 en Joven Adulto
#6777 en Otros
#523 en No ficción

En el texto hay: superacion, drama, perdida

Editado: 21.06.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.