La madrugada estaba envuelta en un manto de neblina, lo que dificultaba la visión más allá de unos pocos metros. Logan sentía la humedad calando en su piel, mientras la ansiedad lo mantenía alerta. Había algo en el aire que le decía que no estaban solos. Algo se movía en las sombras, pero no podía identificarlo. Irene lo había guiado hasta las afueras de la ciudad, donde las ruinas de edificios caídos formaban un laberinto mortal de concreto y acero retorcido.
Irene caminaba delante de él con paso firme, sin dudar, como si conociera cada rincón de este mundo devastado. La expresión en su rostro era dura, como si su mente estuviera completamente concentrada en el próximo paso, en el siguiente objetivo. Logan no podía evitar pensar en lo que había dicho antes: que había sido parte del experimento, que había sido una de las primeras víctimas. La imagen de la mujer rota, marcada por cicatrices, seguía persiguiéndolo. Había algo oscuro en ella, algo que lo hacía preguntarse si realmente podía confiar en sus palabras.
“Estamos cerca,” dijo Irene, sin volverse. “No mucho más.”
Logan observó las ruinas a su alrededor, sintiendo cómo el silencio se apoderaba de todo. En este lugar, no había sonido alguno, solo el crujir de sus botas sobre el escombro, el eco de sus propios pasos. Los infectados no solían aventurarse aquí. Pero los hombres, los sobrevivientes más despiadados, sí lo hacían. Y esa era la verdadera amenaza.
De repente, Irene se detuvo y levantó una mano, indicándole a Logan que se quedara quieto. Con un gesto rápido, se agachó detrás de una pared de escombros. Logan la siguió, el filo de su cuchilla casi rozando su palma sudada. Se quedó en silencio, observando, esperando.
Un ruido distante llegó a sus oídos, y pronto, una figura apareció en la esquina de una calle derruida. Era un hombre, de pie, observando en dirección contraria a ellos. Su postura era relajada, pero la mirada fija y los movimientos calculados lo delataban. No era uno de los infectados. Era humano. Y peligroso.
Irene se acercó a Logan, y su voz apenas se oyó en el aire. “Es uno de ellos. Un cazador.”
Logan asintió, sabiendo que las reglas no importaban en este mundo. La única ley que regía era la supervivencia, y para sobrevivir, no podían permitirse dejar testigos.
Irene hizo una señal de que avanzara. Logan se levantó y se deslizó hacia la izquierda, utilizando los escombros para cubrirse. Cada paso que daba, sus sentidos estaban a la alerta, el corazón bombeando sangre en sus venas como si quisiera estallar. Pero Irene ya había desaparecido, moviéndose rápidamente, como una sombra. Logan la siguió, tan callado como una serpiente, y observó cómo se acercaba al cazador desde atrás.
Cuando estuvo a la distancia correcta, Irene saltó hacia el hombre, sus movimientos precisos y rápidos. Logan vio cómo le clavaba un cuchillo en la garganta con una fuerza brutal. El hombre no tuvo tiempo de reaccionar. No hubo gritos, ni luchas. Solo el sonido de la carne desgarrada y la sangre empapando el suelo.
Logan se acercó, su estómago revuelto por la escena, pero sabía que no había otra opción. El cazador caído no era una víctima inocente. Era una amenaza. Y la amenaza debía ser eliminada, sin piedad.
Irene sacó el cuchillo de su cuello con un movimiento fluido, observando la herida por un momento antes de volverse hacia Logan. “Lo que te he dicho no es una mentira. Aquí no hay espacio para los débiles. No hay espacio para los que dudan.”
Logan respiró hondo, la rabia y la tristeza luchando en su interior. Se agachó junto al cuerpo del hombre y le quitó la mochila. No había tiempo para lamentaciones. El mundo había dejado de ser humano hacía mucho, y si quería sobrevivir, debía pensar como uno de ellos.
“Vamos,” dijo Irene, dándole la espalda al cadáver. “La ruta hacia el laboratorio está cerrada, pero hay una entrada secreta. Nos llevará a donde necesitamos ir.”
Logan no preguntó más. No era el momento de hacer preguntas. El tiempo se agotaba, y la verdad estaba más cerca de lo que nunca había imaginado. La entrada secreta, las palabras de Irene, todo parecía una pieza clave en este rompecabezas. Pero la sensación de que algo estaba mal seguía acosándolo. Irene, la mujer que parecía saberlo todo, tenía un aura de misterio y peligro que no podía ignorar. Había demasiadas preguntas sin respuesta.
Avanzaron en silencio por las calles desmoronadas, pasando por edificios que una vez fueron oficinas, apartamentos, tiendas. Ahora, solo quedaban vestigios de una era que se había ido. La humanidad había sido reemplazada por la devastación. Pero en medio de todo eso, había algo que permanecía intacto: la obsesión por el control, el poder de quienes habían lanzado el virus, y la guerra que ahora se libraba por la supervivencia.
Después de caminar por un par de horas, llegaron a un edificio más pequeño, en un callejón apartado. Irene se acercó a una pared, y con una llave oculta bajo una piedra, abrió una pequeña puerta metálica. El pasaje que encontraron estaba oscuro, y el aire era denso, como si estuviera atrapado en ese lugar desde hacía siglos.
Logan sintió que algo en su interior se tensaba. “¿Estamos dentro del centro de investigación?” preguntó, aunque ya sabía que la respuesta era sí. Algo en sus entrañas le decía que habían cruzado la línea entre la vida y la muerte, entre lo conocido y lo desconocido.
Irene lo miró fijamente. “Aún no, pero estamos más cerca que nunca. Ten cuidado, Logan. Aquí no estamos solos.”
Logan sintió que la adrenalina se disparaba. No había vuelta atrás. El viaje a la verdad, al origen del virus, había comenzado. Pero ¿estaba realmente listo para enfrentar lo que encontrarían dentro?
Editado: 02.04.2025