La oscuridad se cernía sobre ellos mientras avanzaban por las ruinas de lo que alguna vez fue una ciudad próspera. Las calles estaban desiertas, rotas, como si el tiempo hubiera decidido borrar todo vestigio de la civilización. La gente había desaparecido, llevada por el virus o por la desesperación. Las únicas señales de vida que quedaban eran las sombras errantes de los infectados, siempre al acecho.
Logan y Irene se movían con cautela, cada paso calculado, cada respiración ahogada. El viento arrastraba papeles y escombros por las calles vacías, como si el mismo mundo intentara limpiar los vestigios de la humanidad. Todo parecía muerto, pero en algún lugar, entre las sombras, sabían que la amenaza seguía viva.
“¿Por qué tenemos que ir hasta allí?” Logan murmuró, su tono lleno de incertidumbre. “¿Por qué no podemos quedarnos aquí, esperar que algo cambie?”
Irene lo miró de reojo. “Porque no hay futuro aquí, Logan. La ciudad está vacía, pero la gente que quedó atrás, los pocos sobrevivientes... están todos bajo el control de las mismas manos que desataron este infierno. Si queremos encontrar una salida, si queremos detener esto, tenemos que llegar a donde se originó. Al centro de investigación.”
Logan asintió lentamente, pero el miedo seguía ardiendo en su interior. La idea de ir a un lugar donde el virus había comenzado a propagarse, el epicentro de la maldición, lo aterraba. Cada día se encontraba más cerca del abismo, y cada paso que daba lo alejaba de su propia humanidad.
Mientras avanzaban, la ciudad se transformaba. Las casas se volvían más desmoronadas, los edificios más altos más sombríos. Las huellas de los infectados eran evidentes: puertas rotas, ventanas quebradas, paredes manchadas de sangre. Cada rincón estaba marcado por la desesperación y el terror, el testimonio de lo que había sucedido.
“Estamos cerca”, dijo Irene, su voz fría y controlada. “Solo tenemos que llegar a la estación de trenes, desde allí podemos tomar un atajo hacia el centro.”
Logan no dijo nada, solo asintió, observando a su alrededor. Sabía que el tiempo se agotaba. Cada segundo que pasaba era uno más cerca de ser cazado, y cada momento de calma era solo una ilusión.
Se acercaron a lo que alguna vez fue una estación de trenes, ahora cubierta de escombros y grafitis. Los vagones oxidaron y abandonados aún se alineaban en las vías, como un recordatorio de la vida que alguna vez fue. Pero entre los restos, algo se movió.
“¡Quietos!” susurró Irene, deteniéndose en seco. Sus ojos se clavaron en la oscuridad delante de ellos, donde se podía distinguir una figura agachada, encapuchada, con un rifle en las manos. “Es uno de ellos.”
Logan apretó el agarre de su pistola. Había aprendido lo suficiente en estos días para saber que nunca podía confiar en los demás. En un mundo como el suyo, todos podían ser una amenaza.
La figura no se movió. Era extraño. Normalmente, los sobrevivientes que quedaban vagaban por la ciudad, siempre cautelosos, siempre vigilantes. Pero esta persona no se movía. Estaba esperando algo.
“Creo que está esperando que nos acerquemos”, murmuró Logan, su mente tratando de encontrar una solución. “¿Deberíamos darle una oportunidad?”
Irene lo miró con dureza, su expresión implacable. “En este mundo, las oportunidades son solo trampas esperando a ser activadas. No confíes en nadie.”
Logan la miró con escepticismo, pero sabía que tenía razón. No podían arriesgarse a bajar la guardia.
Se acercaron lentamente, cada paso amortiguado por el polvo que cubría el suelo. La figura los observaba, pero no hacía ningún movimiento. Logan sintió una creciente tensión en el aire, como si algo se estuviera preparando para estallar.
De repente, la figura levantó el rifle, pero no lo apuntó a ellos. En lugar de eso, lo apuntó hacia el cielo.
“¡Cuidado!” gritó Irene, empujando a Logan hacia un lado.
Un disparo resonó en la distancia, seguido de un segundo disparo, y luego una serie de estallidos. El rifle de la figura había disparado una bengala de luz brillante que iluminó la oscuridad. En ese instante, Logan vio lo que la figura había estado mirando.
Un enjambre de criaturas se acercaba desde la oscuridad. No eran los infectados que él conocía. Eran más rápidos, más inteligentes, y parecían moverse con una coordinación imposible. Había algo en su comportamiento que no era normal, algo que indicaba que no estaban siendo controlados por el virus, sino por algo más.
“¡Nos siguen!” gritó Logan, empujando a Irene hacia un rincón de la estación. “¡Tenemos que movernos!”
Los disparos resonaban más cerca. La figura no dejaba de disparar al aire, aparentemente tratando de retrasar a los infectados, pero su esfuerzo era inútil. El sonido de los disparos atrajo más de las criaturas, y la estación se llenó de sombras y rugidos.
“¡Corre!” Irene ordenó, y Logan no dudó ni un segundo. Juntos, corrieron a través de las ruinas de la estación, esquivando escombros, saltando sobre vagones caídos. El aire estaba denso y sofocante, y cada paso que daban se sentía como una condena.
“¡Sigue adelante!” gritó Irene, guiándolo hacia una puerta lateral que llevaba a un túnel subterráneo. El sonido de las criaturas se hacía cada vez más cercano.
Logan miró por encima de su hombro, pero no vio a la figura encapuchada. Ella estaba atrás, disparando a las criaturas, retrasándolas el tiempo suficiente para darles una oportunidad.
“¡No mires atrás!” Irene lo arrastró hacia el túnel, donde la oscuridad los envolvió por completo.
El aire estaba viciado, y el eco de sus respiraciones resonaba en las paredes. No había tiempo para pensar, solo para moverse. El futuro, la cura, la esperanza de que aún podían salvar algo, dependía de ellos. Y en ese instante, Logan no estaba seguro de si alguno de los dos saldría con vida.
Editado: 02.04.2025