11.
Jayce Adams.
Enot Miller podía ser la chica más linda y tierna de todo el mundo, como también podría ser un dolor de cabeza y una persona con preguntas muy extrañas.
—¿Acaso está chatarra aún avanza?
—¿Sabes qué? Nos iremos caminando, has ofendido a mi hijo—. Puse cara de indignado.
Pero creo que incluso ese insulto me hacía feliz, hace tanto que no escuchaba su voz. Que no la tenia cerca, que incluso su esencia no vagaba a mi alrededor.
—Como sea. Ni siquiera estoy segura de que eso sea seguro—. ¿Cómo diablos se atrevió?
—¿Cómo te atreves? este es el mejor auto que habita sobre la tierra. Y el más seguro además—. Puede haya exagerado en lo último, pero ella no tiene por qué saberlo.
—El Mercedes de mi padre es mucho mejor.
—De verdad tú no sabes nada de autos—. Entre cerré los ojos y señalé mi auto antes de seguir hablando—. También es un Mercedes, el primero que mi padre compró—.
Su boca se formó en una enorme O que solo confirmo mis sospechas. Ella no sabía nada de autos.
(...)
Unas calles de una caminata tranquila y silenciosa, Enot y yo disfrutamos del cielo repleto de estrellas tan brillantes como los ojos de la chica al levantar la mirada y observarlas. Con los ojos llenos de ilusión, junto con su expresión tan fría.
—¿Te hace falta?—. Me refería a Alan, por más que me gustará la idea de por fin tener una oportunidad con Enot, el pensamiento de su tristeza por la ausencia de su amigo era un golpe en mi pecho constante.
Su mirada bajo desde el cielo donde la mantenía con una leve sonrisa, hasta el suelo con una línea nostálgica en sus labios.
—No imaginas cuánto.
—Estoy seguro que todo saldrá bien con su abuela—. ¿Por qué no me podía quedar callado? Con mis comentarios no hacía más echarle sal a la herida.
—También lo creo. No es eso lo que me molesta, es que nunca había estado sin mi mejor amigo.
—Sé que no será lo mismo...— Ella levanto la mirada hasta que sus ojos color café se encontraron con los míos, bien le pasaba por unos 15 centímetros de altura y eso era adorable.—Pero estaré aquí estos 60 días.
—Ya solo tienes 59—. Ya no había rastro de tristeza solo una sonrisa descarada. Era sorprendente la capacidad que la chica tenía para manejar sus emociones.
—¡Oye! ¿Pero por qué?—. Le seguí el juego con actitud animosa.
—Comienza desde hoy. Lo que sea esto—. Nos señaló a ambos.
Enot y yo nos habíamos juntado en un instante y de ser nada, habíamos pasado a ser un "nosotros" en un juego que bien podría terminar muy bien o con dos corazones rotos.
—Bien. Tengo 59 días para enamorarte.
—Ya quiero ver cómo pierdes tu tiempo—. Sabía que se estaba burlando.
Estaba a punto de hablar cuando ella me interrumpió. Lo que para nada me molestó, su voz era una de las primeras cosas que me hizo enamorarme de ella. Claro que en primer lugar siempre estaría nuestro primer encuentro en el tercer grado.
—En ese edificio está mi departamento—. Señaló el enorme edificio que no estaría a más de dos calles de distancia a partir de dónde estábamos.
—¿Y si hacemos esto un poco más interesante?—. Tenía algo pensado y me gustaba la idea.
—¿De qué hablas Jayce?
—Si logro enamorarte en estos días quiero algo. Así te demostraré que tuve razón desde el principio—. Ella rio y sentí la necesidad de hacerme el ofendido.
—Si yo gano ¿También tendré algo a cambio?—. Dijo cuándo sus risas cesaron.
—¡Oh claro! Aunque veo imposible eso—. Susurre lo último para que no logrará escucharlo.
—¿Qué has dicho?
—¡Ohh nada! Pero dime ¿Qué quieres?
—¿Podría pedir cualquier cosa?—. Lo que sea, haré por ti lo que sea.
—Lo que quieras.
—Deja que lo piense. Pero ¿Qué quieres tú?
Al fin cuando llegamos frente a su edificio, acaricie con delicadeza su mejilla y me acerque lo suficiente como para ponerla nerviosa. Fui hasta un lado de su rostro y aparte el cabello que cubría una parte de su linda cara.
—Quiero un beso, pequeña Enot—. Susurré en su oído
—Acepto. Ya que eso no pasará—. Me apartó de un golpe y extendió su mano en mi dirección, a lo que de inmediato la estreché. —Y algo más. No vuelvas a hacer eso Jayce Adams o tu hijo sufrirá las consecuencias.
La mire con cara de sorpresa que rápido reemplace por una sonrisa de boca cerrada, y poco a poco después de un leve saludo con la mano me aleje de la chica.
—Nos vemos Enot.
—Adiós.
No fue hasta que la entrar al edificio que tome mi camino de regreso a la tienda, ya que mi auto aún me esperaba solo en el estacionamiento que seguramente a estas horas estaba vacío.
(...)
La calle sola era adictiva, una vez que te acostumbras a la soledad solo ciertas personas son capaces de romper ese lazo. Pero es que enserio, los seres humanos pueden ser muy difíciles de soportar.
—Oye...
Alguien había tomado mi hombro mientras estaba a unas calles de mi destino, y una electricidad que me incitaba a darle un puñetazo al sujeto me hizo apretar los nudillos con fuerza.
—¿Qué te traes con Enot?
—No mucho que te importe Esteban—. Sonreí frío.
Seguí mi camino antes de que perdiera el control, había descubierto con los años que disfrutaba el golpear personas que lo merecieran. Y este idiota necesitaba una lección, lástima que por ahora no quería ir a una correccional. Su padre era abogado y tenía mucho dinero. Lo que complicaba todo, a pesar de que los míos tenían también influencia en la ciudad.
—Entonces no te importará que yo...
La forma en la que lo dijo me alertó, sin previsto lo estrelle en la pared a un lado de la acera, en un movimiento tan rápido que no le tiempo de reaccionar.
—No quiero que le pongas un dedo encima—. Tomaba el cuello de su playera y la apretaba mientras le apuntaba con el dedo en señal de que hablaba enserio.