Los Días Hasta Enamorarte

12. Cocina y Preguntas

12.

Día 2

Diciembre 2

Cuando desperté horas después, lo único que llegó a mi mente fue Jayce, no creía que se fuera a tomar enserio eso de los 60 días, 2 meses o como mierda le quieras llamar. Pensé talvez, solo sería como suelen ser esas promesas que hacemos de niños, según eran para siempre y usualmente se nos olvidan casi al instante o en un par de días a lo máximo.

Cuando termine mi desayuno y me di cuenta que era lo suficiente tarde como para llamar a papá, no dude en tomar mi teléfono y llamar al suyo. Quería saber que tal el viaje y como va todo por allá, New York está lejos. Por la noche de ayer intenté contactarlo luego que de Jayce Adams me acompañara, supuse que ya estaba dormido así que no insistí.

—¡Hola pa!—. Contestó al instante.

—Hola cariño.

—¿Qué tal todo? ¿Has comido bien? ¿Estás bien? ¿Qué tal los negocios?—. Parezco su madre.

—Necesito que me dejes hablar para contestar tus preguntas Enot.

—Lo siento, ya puedes hablar.

—Todo va bien cariño, estoy comiendo bastante bien, aunque nada comparado con tu comida...— Sonreí mientras le escuchaba hablar. —...Me encuentro bien solo un poco cansado, y pues... tendré que quedarme tres días más. Solo espero que estés bien. Hay más dinero en la mesa de noche de mi habitación por si lo necesitas.

—No te preocupes, tu bebe va a estar bien. Te extraña mucho, pero va a estar bien.

—También te extraño. Y ¿No hay novedades?

—No lo creo—. Le mentí. Pero en mi defensa era estúpido hablarle de Jayce ahora mismo.

—Bueno cariño, me tengo que ir, pero te hablaré por la noche. ¡Papá te ama!—. Parecía apresurado

—¡También yo!—. Sin más la comunicación se cortó. Y otra vez quede sola en el departamento.

Después de tomar un baño y bajar por las escaleras en ropa demasiado casual, la verdad parecía un pijama, tenía una camisa de papá tres tallas más grandes que yo, de un color gris, se reiría si me viera usándola, y unos shorts cortos que se pegaban a mi cuerpo y a pena se veían por la camisa.

Tenía muchas ganas de hornear unas galletas y talvez de hacer un pastel, así que desde temprano la cocina ya estaba echa un desastre con una pequeña Enot detrás preparando galletas, con la cara llena de harina y cantando a todo pulmón "There's Nothing Holding" como si de verdad quisiera confesar su amor a alguien.

(...)

Talvez unas dos horas después, cuando veía la televisión con mi delantal muy gracioso porque recién había cubierto la masa para que así pudiera reposar, logré escuchar la puerta siendo tocada con insistencia. Me levanté de mi lugar bastante confundida, papá aún no volvería y no creía ver a mi amigo repartidor de pizzas pronto.

Los pasos hasta ella parecían distantes, no quería levantarme, hasta mi existencia parecía pesada, pero tenía curiosidad.

—¡Hola Enot!—. Un sonriente Jayce reposaba detrás de está. Traía una camisa manga larga de tela color azul, unos pantalones de mezclilla y se veía demasiado formal.

—Hola Jayce—. Admito que no respondí muy animosa, pero me caería bien un poco de compañía.

Vi como el chico levantaba su mano y está llegaba a mi rostro limpiando lo que supongo era harina. Después de eso no la aparto, la llevo a mi mejilla y yo me quedé paralizada. No eran nervios por ese chico, mi piel era tan frágil que un mero roce me ponía los cabellos de punta.

No podía decir lo mismo de él, su mirada bajo a mis labios, reí con gracia cuando él mismo la apartó nervioso.

—Pensé que para nuestro segundo día saldríamos a algún lugar—. Confesó apenado.

—Me gusta la cocina—. Lo acorté hablando primero.—¿Vas a pasar?—. Me aparté para que no tuviera problema en entrar al departamento.

—Entonces comida será—. Se empezó a subir las mangas de su camisa una vez cruzó la sala de mi departamento, la cual parecía muy costosa y enserio se veía dispuesto a cocinar conmigo.

—¿Es enserio?—. Arrugue la nariz, no esperaba que un chico como él quisiera preparar galletas. Tanta pinta de niño malo y mimado que tenía.

Al parecer me equivoque.

(...)

—Si me lanzas un poco más de esa harina juro que te echo de aquí—. Tenía el dedo acusador dirigido hacía él.

Pasaron algunas horas luego de poner las galletas en el horno, no hablamos más que estupideces como dos chiquillos que trataban de pasar el tiempo. No tengo idea de cómo terminamos lanzando harina tratando de dar en el rostro del otro.

Por cierto si le di a Jayce, la mayoría cayo en su elegante camisa y un poco en su rostro.

—¿Y si jugamos algo mientras las galletas se hornean?—. El chico no apartó la mano de la harina, por lo que temí terminar con la cara totalmente blanca si me atrevía a decir que no.

—¡Esta bien! ¡Está bien! ¿De qué se trata?—. Indagué alerta sin despegar los ojos de sus manos.

—Es un juego de prendas...— Seguro vio mi expresión de desaprobación porque se echó a reír. —Es solo una broma. Te haré preguntas y tú a mí, y si te niegas a responder alguna, tu rostro tendrá este polvo de estrellas blanco—. Reí burlona por como lo llamo.

—Acepto—. Retrocedí para estar al otro lado del mesón de la cocina quedando frente a Jayce. —Pero suelta eso—. Señale la bolsa en sus manos.

—¿Tienes hermanos?—. Lanzo sin aviso la primera pregunta.

—N-no ¿Tú los tienes?—. Fruncí el ceño

—Solo una de 14—. Dijo tan serio que le creí a la primera.

—Mi turno. ¿Primer beso?—. Pareció tensarse por lo que me arrepentí de mi estúpida pregunta.

—Mara Klohs. En el 4 año del instituto—. Mierda esa chica le pasaba por tres años.

No me había arrepentido tanto de mi pregunta como cuando Jayce se me quedó viendo fijamente, penetrando mi alma con sus ojos tan azules, esperando que respondiera.

—Mikes Leodorf. Tenía 13 y fue horrible, mucha saliva de por medio—. Sonrió burlón, pero lo ignoré, recordé ese día y mi estómago me dio un vuelco.




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