20.
Día 11
Diciembre 11
Jueves.
Me sentía muy bien, demasiado bien en realidad. Me había divertido como nunca la noche anterior, y mi bipolaridad parecía ceder al lado positivo. Lo que me llevó a despertar muy temprano, complacer a papá con un excelente desayuno, y una chica que parecía no ser su hija.
—Cuídalo. Que te hace mucho bien—. Las palabras de papá me confundieron, no sabía a qué se refería mientras ambos caminaban a la puerta.
—¿De qué hablas papá?
—De Jayce hija. Habló del muchacho.
Al abrir la puerta, como si este apareciera con tal de solo llamar su nombre, ahí estaba. Sonriente como siempre, muy bien con un pullover de su talla color verde suave y unos pantalones negros rasgados.
—¡Señor Miller! ¿Cómo está?—. Habló él entusiasta.
—Todo bien muchacho—. Le saludo con fuerte apretón de mano. —Y por favor, dime Jon. Y si me permiten, tengo que irme o llegaré al trabajo tarde.
Dejó un beso en mi frente y se despidió con un gesto de mano, aunque unos pasos no muy lejos antes de llegar al elevador se voltearon, mientras yo abría más la puerta y dejaba pasar a Jayce.
—Oye Adams...— El chico se giró rápidamente, dejando su atención sobre mi padre. — Cuídala muy bien. Es lo que más amo.
—Lo haré señor—. Jayce había borrado la sonrisa de bromista.
(...)
El chico a mi lado apoyaba sus pies cerca de la mesa, esa pequeña frente al gran sofá de la sala. Había otros dos en esta, pero, por alguna razón siempre que él me acompañaba ambos nos quedamos en el sofá del medio, juntos, rozando nuestros hombros.
Me levanté después de un rato para ir a la cocina, Adams me observó hasta llegar a esta y perderme detrás del refrigerador. Yo preparaba un intento de sándwich con lo que encontré, que era básicamente queso, lechuga y jamón.
Cuando llegué a su lado con dos platos, le ofrecí uno. Y luego tomé asiento a su lado, dejando caer mi cuerpo en el sofá de cuero café.
—Gracias—. Comenzó a comer, y yo le seguí. —¿Qué es algo muy tonto que hayas hecho?—. Soltó de repente.
—¿De qué hablas Jayce?
—No lo sé... ¿Nunca has hecho algo realmente tonto, solo porque te gusta?
—Claro ¿Quién no lo ha hecho?—. Levanté una ceja, no sabia a donde iba esta conversación.
—Cuéntame—. Dijo al voltear y verme con los ojos llenos de curiosidad e ilusión.
—Es algo estúpido—. Me encogí de hombros, volviendo el sándwich a mi boca.
—No me voy a reír.
—No lo haré. A menos que tú también me digas un secreto estúpido—. Parecía pensarlo.
—Bueno Miller, Al dar mi primer beso, la chica que lo hizo...— Cada una de sus palabras estaban quedando en mi cabeza, la verdad la curiosidad había aparecido desde el segundo día en la cocina —Digamos que yo no quería hacerlo, y pues... Se sobrepasó, de una manera que no olvidare jamás, tanto fue que le conté a mi padre. Eso fue lo estúpido en verdad, se rio de mi talvez por años—. Su sonrisa era algo triste. Eso hizo que una punzada de dolor atacará mi pecho. —¿Crees que este secreto valga la pena para escuchar uno tuyo?
—Creo que el mío es una estupidez comparado con el tuyo—. Llevé mi mano por un corto segundo a su rostro, me odiaba a mí misma por tener lastima por él.
Ese era el sentimiento más repugnante que podía existir, que alguien te viera de repente como menos, solo por haber conocido el dolor y no ser capaz de soportarlo, solo por enfrentarlo como pudiste. No de manera heroica, sino realista. Porque la realidad es diferente a los libros.
—Bueno...— Suspiré por la estupidez que le iba a contar. —Sabrás que antes de llegar tú, con tu absurda propuesta, solo tenía dos amigos... Y pues ciertas veces, veces o más bien tardes en las que ellos estaban ocupados y mi padre trabajaba hasta muy de noche. Solía tener mucho tiempo, del cual terminaba por aburrirme...— Él no despegaba la mirada de mí, atento, por más que indagaba. Hasta había olvidado la comida —Y cuando eso pasaba. Tú ya conoces la biblioteca del instituto ¿Cierto?
—¿La del segundo piso?—. Alzó una ceja
—Exacto. Pues iba todas las tardes junto con mi mochila, y tomaba algunos libros. Nunca pasaba por dónde Nancy la bibliotecaria. Solo los tomaba y me iba... A veces incluso solía escapar por la ventana.
Me sentí culpable en cuanto él extendió una sonrisa de complicidad.
—Pequeña ladrona—. Dijo al levantarse.
—Nunca robe uno siquiera.
—Sabes en la ciudad a eso le llamamos una come libros.
—¡Serás un pesado!—. Pronuncié molesta.
—Desde ahora serás una come libros para mí.
—Y tú un pesado para mí—. Apunté su pecho al ponerme de pie también.
—¿Sabes qué? Tengo una idea.
Dejo la comida de ambos sobre el mesón de la cocina y fue hasta la puerta, mientras yo lo miraba, con extrañeza y curiosidad mezclada.
—¿Qué no vienes?—. Preguntó riendo
Me miré a mí misma. Traía el pullover que Jayce se había quitado y ofrecido, unos Jeans más grandes que yo y el cabello echo un desastre.
—Yo no voy.
Me crucé de brazos. Pero él no tardó en llegar a mí, me asusté un poco al ver que me subía en su hombro con cuidado y mis pies abandonaban el piso, seguro reía como idiota.
—No es como que tuvieras mucha opción come libros.
—¡Acepto, acepto! ¡Pero bájame pesado!—. Grité nerviosa, él idiota iba por las escaleras conmigo en el hombro.
(...)
En el auto sonaba la canción "Adore You" de Harry Styles, Jayce Adams cantaba al mirarme de una forma que me ponía nerviosa. A veces enserio quería saber que cruzaba por la cabeza de los chicos, principalmente del pesado de ojos azul intenso, cabello despeinado y fracciones atractivas que estaba a mi lado. Yo acomodaba mi cabello, castaño y enredado por lo ondulado de este, los edificios y casas que abundaban en la ciudad pasaban a mi lado, la melodía y el latir del fondo de la canción me provocó una sensación extraña, parecía desbloquear recuerdos, aunque no sabía cuáles.