32.
Día 23.
Diciembre 23.
Pensar que mañana sería noche buena y luego navidad. Me gustaban esas fechas de niña, todo era regalos y mucha felicidad. Pero siempre estaba la ausencia de mi madre entre nosotros, eran como un tipo de fantasma que no dejaba que fuéramos felices del todo. Alan y sus padres siempre fueron un gran soporte, ya fuera para mi papá o para mí. Con ellos nuestro hogar nunca se sintió tan solo, por eso desde niños fui apegada a él.
Porque cuando paso lo de mamá mi padre decayó, después de todo ella era el amor de su vida, la persona por la que se dispuso a quedar en la nada creyendo que un día junto a ella todo iba a mejorar. No lo hizo, y todo sirvió solo para que él se rompiera. Y yo, pues me sentí en la necesidad desde muy pequeña de hacer que ese hombre al que amo tanto nunca se sintiera solo, porque yo no me iría. Y Alan se encargó de mostrarme que yo siempre lo tendría a él, cuando no pudiera con todo y necesitará recostarme a sangrar en el suelo, él estaría aquí.
Ahora Harrison no estaba.
(...)
Ordenaba el estante de mi habitación, algunos libros que estaban regados en mi cama, sobre las sábanas cálidas de invierno color blanco. Era extraño que está tarde cuando Jayce llegó, traía consigo a Claris, aun cuando era martes y seguro ella tenía que trabajar. Pero era aún más extrañó que pidieran hablar con mi papá, él estaba en casa hoy, ya que hasta su jefe noto que lo mataría por todo ese trabajo.
Aproveché a tomar el libro que estaba leyendo, estaba en los últimos capítulos de "Chico invisible" y quería terminar lo que recién había leído, me causaba mucha ansiedad el saber qué pasaría con Aliss y Logan. Claro que primero tomé los lentes de lectura de mi escritorio, era cierto que leía mucho, por lo que mi vista ya empezaba a desgastarse. Solo logré abrir el libro, ni siquiera pude avanzar más allá del primer párrafo porque tocaron mi puerta.
Hasta olvide sacarme los lentes, por lo que cuando la abrí y vi tras ella a los hermanos Adams justo frente a mí, me gane una sonrisa torcida de Jayce.
—Definitivamente eres una come libros.
—Eres un idiota—. Coloque los lentes en mi cabeza.
—¡Cuñada!
—Hola pequeña—. Le sonreí mientras me abrazaba. —¿Ya terminó la reunión con mi papá?—. Arquee una ceja.
—¡Sip!
—Dile Claris—. Jayce le dedicó una sonrisa que escondía muchas cosas.
—¿Quieres ir a la cena de Navidad a nuestra casa?—. Mierda. Aún no estaba lista para escuchar eso.
—Amm... Yo... Ammm
—Ya le dijimos a Jon, pero dice que tú tienes la última palabra... Sabemos que sin los Harrison o Nora solo serán ustedes dos, no queremos que estén solos—. La voz de Jayce me hacía sentir tan pequeña. —Además también vendremos mañana a cenar aquí.
—¡Di que sí cuñada!—. Me aterraba la idea de conocer a los papás de Jayce, temía no ser suficiente o que se encariñaran de más.
Pero sus ojos, los de ambos. Cada que volteaba a Jayce o Claris aquellos ojos azules suplicantes no me daban la oportunidad de pensar con claridad, o siquiera que a mí cabeza llegará una buena excusa para negarme. Mi corazón latía con fuerza, y mi cuerpo parecía haber olvidado como respirar.
—Está bien. Iremos—. Baje los hombros rendida y eso también sirvió para disimular mis nervios.
—Bueno. Entonces vámonos.
—¿Pero a dónde?
—A comprarte un vestido—. Soltó Claris llevando mi cuerpo escaleras abajo.
—¡Noo. Yo ammm... No puedo ahora!
—Si puedes—. Mi papá estaba en el sofá, viendo un partido tomando al tiempo una cerveza.
—Bueno, tu papá ya hablo. ¡Ahora vamos!—. Oh, Jayce te voy a matar. Y no solo con la mirada.
(...)
—¿Qué te parece allí?—. No sabía que era ese lugar, bueno además de una tienda de ropa demasiado elegante, y muy cara.
—¡Perfecto!—. Jayce hablaba con Claris, mientras yo solo buscaba una excusa para escapar.
—¿Y si comemos algo?
—¡Algo caliente me sentaría bien, pero iremos luego cuñada!
—No trates de huir come libros—. Jayce me dedicó una sonrisa.
—¡Qué! Yo no trataba de hacer eso—. Soy una pequeña mentirosa, lo sé.
—¡Pues vamos de una vez!
—Cállate pesado.
Terminamos entrando a una tienda de lujo en la cual se veía que hasta respirar el aire de ese lugar te costaría un ojo y un pulmón. A mí padre le daría un infarto si se enteraba que su linda hija estaba a punto de gastar sus estudios en la universidad por un vestido.
—No creo que en este lugar tengan lo que busco—. Hable llamando la atención de los dos hermanos.
—Pero claro que sí.
Una mujer de unos 30 años con un vestido negro bastante elegante, de medias y un abrigo de algún animal que daba miedo, se nos acercó en la entrada. Y juro que jamás había visto una sonrisa tan hipócrita en el rostro de un ser humano. Sentí hasta que escaneaba cada parte de mi atuendo, y eso no me agrado.
—Señor y Señorita Adams, un gusto tenerlos aquí de nuevo—. Había pasado mi presencia completamente por alto. Pero que odiosa mujer.
—Cuñada ella es Martha, una empleada del lugar—. Claris sonrió tan amablemente que yo también termine por hacerlo.
—¡Oh, discúlpeme! ¡Yo no sabía que usted era la novia del señor Adams! ¡Lo siento Señorita...
—Miller...— solté fría, definitivamente no merecía ni mi odio. —Además él no es mi no...
—¿Nos podrías llevar a la sección de vestidos de noche Martha?—. Claris me interrumpió.
—¡Si por supuesto! ¡Acompáñenme!—. La pobre aún seguía exaltada.
Nos guio entre mucha ropa. Y aún seguía pensando que cualquiera de esas prendas que ni siquiera eran de mi agrando, bien podían valer uno de mis pulmones, o un riñón, quizá hasta mi corazón.
—¡Es aquí! ¿Necesitan mi ayuda?—. Terminamos en el fondo del lugar, rodeadas de vestidos extravagantes y otros no tanto. De todos colores desde muy claros hasta otros muy oscuros.