Los Días Hasta Enamorarte

33. Noche buena

33.

Día 24

Diciembre 24.

El hombre del clima hablo sobre una pequeña nevada hoy. No tenía mucha esperanza, pero talvez si pasaría. 

Terminaba de arreglarme en mi habitación, solo me había puesto un vestido simple color verde claro, era de manga larga pegado en la cintura y suelto del resto, llegaba hasta arriba de mis rodillas. Un maquillaje simple, sombras en mis ojos del mismo color que mi vestido y un poco de rimer.

Abajo me estaban esperando para cenar, pude escuchar cuando salí de la ducha a Jayce y Claris entrar. Mi papá estaba terminando un pastel que en realidad quemo, al final escuché un "pasen" y él a punto de ir a la tienda por otro. Aún no me había topado con los chicos, pero no podía negar que ellos estuviera aquí en vísperas de navidad me hacía feliz. Después de todo Jayce tenía razón, sin ellos a nuestro lado solo seríamos mi papá y yo. Y no es que eso me molestara, pero la compañía siempre era agradable.

Abrí la puerta y bajé las escaleras, tenía suerte de que el ambiente del lugar fuera lo suficiente cálido, por lo que nadie necesitaba usar uno de los abrigos de siempre. Crucé la sala y allí estaban todos para mí sorpresa, Jayce reía con mi padre, traía puesta una camisa negra de mangas hasta la muñeca, pegada a su cuerpo, junto con unos pantalones de mezclilla. Claris estaba junto a mi padre quien vestía de traje, la chiquilla traía un vestido morado suelto que le lucía, su cabello negro caía a su espalda con dos pequeñas trenzas.

—¡Come libros!—. Maldito pesado.

—Hasta que por fin apareces señorita—. Me sonrió papá. —¿La llamas así por lo de su cumpleaños?—. Esta vez se dirigió a Jayce.

—¡Hey! ¡Hey! ¡Hey! Ya vamos a cenar—. Hablé nerviosa

—¡Iré por el pavo!

—¡Si! ¡Yo te acompaño!

—No cariño, toma asiento.

Fui y me senté a un lado de Claris, frente a mí estaba Jayce con una sonrisa de idiota. Podía sentir que soltaría alguna estupidez, y solo esperaba estar equivocada.

—¿Qué pasó en tu cumpleaños?—. Lo sabía, sabía que me iba a preguntar eso.

—Realmente nada—. Empecé a jugar con los cubiertos.

—¡Vamos come libros! Sabes que nunca me reiré de ti—. El chico me inspiraba confianza, pero no le contaría algo tan vergonzoso.

—¡Ayudaré a Joni!—. Caí en la realidad con el grito de la chiquilla, había olvidado a Claris, que nos observaba con una pequeña sonrisa, justo antes de incorporarse e ir a la cocina.

—Por favor...

—No—. Lo acorté.

—¡Come libros!—. Suplicó

—No.

—Enot dime...

—Que no pesado.

—Y aquí está la cena—. Nos interrumpió mi papá poniendo frente a nosotros el pavo que no hace mucho habíamos preparado.

—Jayce ¿Me ayudas a cortarlo?—. Para mí que papá solo quería mostrar que tenía un cuchillo muy afilado.

—¡Si claro Jon!

Después de repartir la cena, junto con el puré de patatas, y el vino sin alcohol. Mi papá quiso agradecer con todos nosotros tomados de la mano, sus palabras casi hicieron correr lágrimas que había guardado muy al fondo de mi oscuro corazón, además el tacto de la mano de Jayce entrelazada con la mía provocó emociones en mí que no me había molestado en profundizar, o no hasta entonces.

—... Y por último quiero agradecer por la presencia de las personas que solo han venido a llenar nuestro camino de luz y esperanza. Gracias por la aparición de estás, que esperemos se queden en nuestras vidas.

Todos nos quedamos en silencio. Mi padre tenía el don de dejarnos sin palabras con tanta facilidad, de ser una persona increíble, un ser humano admirable. Observando a ese hombre con detalle te dabas cuenta de todo el trabajo que realizaba día a día. Las ojeras menos marcadas bajos sus ojos cafés, o su cabello castaño con algunas canas, su pequeña barba que seguro estaba a punto de desaparecer. Todo su cansancio que guardaba para sí mismo, y así siempre tener tiempo para su hija.

—¿Podemos comer?

—¿Ammmm?—. Papá me había sacado de mis pensamientos.

—¿Que si podemos comer?—. Dijo Jayce en una sonrisa. Y me di cuenta que mi mano no había abandonado la suya.

—¡Perdón!—. Dije al soltarla.

Pero él la tomo de nuevo, llevando sus labios a ella y dejando un beso fugaz, mi cara se calentó al instante y mi corazón amenazó con salir de mi pecho. No sabía porque este chico actuaba de esa manera, pero no podría negar que a veces lo disfrutaba. Jayce Adams no tenía mucha explicación, y como él mismo me ha dicho, todo en él era bastante Inusual.

Todos empezamos a comer el manjar que mi papá y yo preparamos, por un instante me dedique a congelar aquel momento en mi cabeza, para guardarlo para siempre allí. El de mi papá y Jayce riendo, Claris hablando sobre su café y diciendo cosas con tal inocencia que no podías evitar reír. Y yo por mi lado estaba allí, pero era como si no, a veces sentía no merecer todo lo bueno que me pasaba, sentía no merecer a los Adams. O a Nora, esa loca que tanto amaba, o a mi mejor amigo que sentía estar traicionando.

(...)

Eran las 8:40 de la noche cuando terminamos hasta el postre que papá tuvo que comprar, más tarde le recriminaría por arruinar nuestro perfecto pastel de caramelo y cerezas. Jayce y yo estábamos frente a la ventana cerca de las escaleras, allí había una linda vista de la cuidad, mi papá y Claris aún hablaban en la cocina mientras devoraban el resto del poste de arándanos y frutillas, como dos niños haciendo travesuras.

—Desde aquí la ciudad se ve hermosa—. Comenté llevando mi mano a mi boca por un bostezo.

—Tú te ves bastante linda Enot—. Hace tanto que no escuchaba mi nombre de su boca, que mis cabellos se pusieron de punta.

—Me gusta tu camisa—. La verdad sí, me gustaba como se le veía la mayoría de ropa.

Paso su brazo por mis hombros. Aún los dos estábamos parados frente a la ventana de talvez metro y dos metros. Me tense al sentir tan cerca el rostro de Jayce, su aroma impregnó mis fosas nasales, su calidez invadió mi cuerpo. Su sola presencia afecto mis latidos, ¿Qué era lo que me estaba pasando? Y ¿Por qué se siente tan extraño?




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