38.
Segunda parte
El camino esa tarde era frío, la radio sonaba, pero yo no le prestaba la mínima atención. Jayce tenía la vista fijada en el camino, a pesar de que me sonreía sin falta cada que podía. Claris reía, estaba entusiasta mientras paseaba sus piernas de un lado a otro en los asientos de atrás.
—¡Te va a encantar la casa de los abuelos!—. Dijo emocionada, eliminando el silencio.
—Muero por conocerla—. Traté de seguirle el ritmo con una sonrisa, pero realmente estaba nerviosa.
—¡Te mostraré muchas cosas! ¡Uhh, uhhhh! ¡Como el lago, la pradera, nuestra habitación!
—¡Hey! ¡Hey! ¡Hey!—. Interrumpió Jayce a la pequeña. —Técnicamente es mi invitada, y me pertenece.
Directamente se ganó un golpe mío al instante, por decir semejante estupidez. Yo no lo pertenezco a nadie, soy un alma libre.
—¡Te lo merecías!—. Claris me apoyo y Jayce sobaba su hombro.
—¡Cállate Claris!
—¡Cállate tu Jayce!—. Se defendió la chica
—¡A mí no me callas mocosa!
—¡Ya lo hice idiota!—. Sonrió con superioridad.
—No lo has hecho—. Jayce le mostró la lengua y me aguante una risa.
Me retracto, definitivamente prefiero ser hija única, estos dos son realmente insoportables.
Bueno, dos insoportables con los cual no me importaría perder la cabeza.
—¡Como sigan discutiendo tomo mis cosas y me voy!—. Advertí sería.
Al instante ambos chicos se callaron, podían ser hermanos y tener sus diferencias, pero por alguna razón ambos comparten cierta simpatía hacia mí. Es un tipo de energía que percibo todo el tiempo, es como si tuvieran miedo de perderme, usualmente la que vive con ese miedo soy yo.
Admito que cambiar los papeles me sienta bien.
(...)
—¿Cuántas horas de viaje son?—. Claris luego de dos horas quedo dormida tiernamente entre ambos asientos traseros.
—Como 5 o 6 come libros—. Suspiré, no lograría estar despierta todo ese tiempo. —Puedes dormir, yo me encargo de despertar a ambas al llegar.
—¿Enserio?—. ¿Duermo tanto?
—Si claro.
—¿No te cansas de conducir? Porque puedo hacerlo un rato si quieres.
—Podre dormir al llegar, además te tengo miedo al volante.
—Bueno. Ya que insistes, dormiré un rato—. La verdad, aunque no me dijera hubiera quedado dormida.
Poco a poco y siendo sumergida lentamente en un gran sueño mientras solo observaba el ambiente y la carretera pasar, ya podía verme caer dormida.
A penas fui consiente cuando Jayce sujeto mi mano suavemente y la beso, causando sentimientos en mí que revolvían cada diminuta célula de mi cuerpo. No sabía que era esto, pero sabía que se alguna forma estaba creciendo, y no hacía más que aumentar entre más tiempo pasaba con él.
(...)
—Enot...— susurro una voz.
—¿Hmmm?
—Ya llegamos—. Dijo suave la misma voz.
Abrí los ojos lentamente para encontrarme con la linda imagen de Jayce frente a mí, sus ojos azules estaban brillantes y su mirada mostraba sensibilidad, tenía una sonrisa diminuta y el cabello negro bastante desalineado. Llevé mi mano a este, había crecido en este último mes, y antes de que Jayce pudiera reaccionar empecé a despeinarlo aún más.
—¡¡Oye!! ¡¡Oye!! No hagas eso—. Advirtió alejando un poco su cuerpo del mío.
—Te dije que me despertarás, no que estuvieras sobre mi pesado.
—¡Deberías agradecerme!
—Gracias—. Le dedique una pequeña sonrisa antes de bajar por la puerta que ya estaba abierta.
—¡Claris Adams baja del auto de una vez! ¡Claris!—. La puerta de atrás se abrió, dejando una chiquilla igual de despeinada y una cara de molestia.
—¡¿Por qué no me despierta con cariño?!—. Se quejó poniendo mala cara.
—No soy tu mamá mocosa.
—¡Cuñada abrázame o lo mató!—. Reí al verla venir hacia mí.
—¡Hey! ¡Ya te lo advertí, Enot viene conmigo!
—¡Cállate Adams!—. Advertimos al unísono, creo que necesitaré demasiada suerte para sobrevivir estos tres días.
Cuando Claris abandono mis brazos, me dediqué a ver un poco lo que no rodeaba.
Estábamos en un campo, podía ver las montañas a lo lejos y árboles de todo tipo de frutas silvestres. No muy lejos de allí estaba una gran y hogareña casa, era bastante grande, pero conservaba un estilo rústico. No sé podía observar más allá del frente, tenía un pórtico de madera vieja, junto a dos o tres escalones de la misma, dos enormes ventanas y una puerta que parecía estar abierta, aunque no sé distinguía muy bien desde aquí.
—Iré a observar alrededor un poco—. Avisé a ambos.
—¡Está bien cuñada!
—Dejamos el equipaje y volvemos por ti, come libros—. Asentí y empecé a caminar.
Ese lugar era hermoso, había cierto encantó en la soledad que desbordaba, parecía no haber nadie en kilómetros, solo éramos nosotros. Amaba esa tranquilidad, amaba sentirme tan aliviada por el viento frío, también disfrutaba el clima poco más cálido que el de la cuidad. Las montañas a la distancia parecían esconder secretos, incluso pronto verían morir el sol detrás de ellas.
—Es lindo el lugar ¿Cierto?—. Una voz masculina a mi espalda me tomo por sorpresa.
Volteé, y me encontré la mirada café de un hombre no muy de edad observando el atardecer. Tenía el cabello negro y blanco, la piel se le empechaba a encoger, sentía cierta vibra familiar en él, era en realidad muy atractivo, me recordaba vagamente a alguien.
—S-si. Es hermoso—. Hablé nerviosa.
—¿Cómo te llamas señorita?—. Su voz era tranquila, suave, adormecedora, como si su vida ya estuviera resuelta.
—Enot Miller—. Tomé su mano que se extendía frente a mí, pero él no menciono su nombre.
—¿Qué haces aquí Enot?
—Vengo con los Adams. Estoy por conocer a los abuelos de mi amigo—. Hombro a hombro nos dedicamos a ver el atardecer.
—¿De Jayce?
—¡Si! ¿Usted los conoce?—. Soltó una carcajada divertido.