La sala 303 estaba sumida en la penumbra cuando Adriana entró. Las luces tenues parpadeaban a medida que el reloj en la pared marcaba las horas en un ritmo constante y monótono. Al fondo, Liam yacía en la cama, su respiración débil, pero aún presente, luchando por mantenerse en ese limbo entre la vida y la muerte.
Adriana sintió el peso del aire a su alrededor, como si el tiempo mismo se hubiera detenido dentro de esa habitación. El sonido de las máquinas, ese pitido repetitivo que marcaba la cadencia de su respiración, llenaba el espacio. Sin embargo, su atención estaba completamente centrada en él.
Cada vez que lo veía así, sumido en ese estado de vulnerabilidad, algo dentro de ella se rompía. No podía evitar sentir una mezcla de desesperación y ternura. Él estaba tan cerca del final, y ella tan cerca de cruzar una línea que no debía cruzar.
Se acercó a la cama y ajustó el monitor que estaba junto a él. Los signos vitales parecían estables por el momento, pero Adriana sabía que todo podía cambiar en cualquier instante. El miedo a perderlo, ese temor que la había estado acechando desde que lo conoció, se intensificaba cada vez que entraba en esa sala.
Liam, sin embargo, seguía en silencio, observándola desde su posición. Había algo diferente en su mirada esta vez, como si estuviera esperando algo. Adriana sintió que el aire se volvía más espeso, como si estuviera atrapada en un espacio que no podía escapar.
—Adriana... —su voz era baja, pero su tono firme. Él nunca perdía la calma, incluso en momentos como este. —¿Te has dado cuenta de que... siempre te quedas un poco más tiempo conmigo?
Adriana se tensó al escuchar sus palabras. ¿Cómo podía haberlo notado? Cada vez que entraba en la habitación, ella intentaba ser lo más profesional posible, no quería que él percibiera lo que sentía. No quería que él lo supiera. Pero, en el fondo, ambos sabían que había algo más.
—Es mi trabajo —respondió, tratando de desviar la conversación. Pero la respuesta sonó vacía incluso para ella. Sus palabras no tenían el mismo peso que antes.
Liam dejó escapar un suspiro, como si ya hubiera adivinado la respuesta antes de que ella hablara.
—No, no es solo eso. —Su voz se tornó más suave, casi quebrada. —Sé que no es fácil, Adriana. Sé que esto no es lo que esperabas... pero no puedo evitar preguntar. ¿Por qué sigues viniendo?
Adriana lo miró, atrapada en sus ojos verdes, esos ojos que la observaban con una mezcla de tristeza y resignación, pero también con una curiosidad casi dolorosa. Él estaba sufriendo, pero aún había una chispa en su mirada. Una chispa que, por alguna razón, la hacía querer permanecer cerca, aunque eso solo la desgarrara por dentro.
—Porque... me importa —dijo, sin pensarlo. La palabra salió de su boca como una confesión que ni ella misma esperaba hacer. Se sintió vulnerable en ese momento, expuesta. Como si hubiera revelado algo que no quería que él supiera.
Liam sonrió débilmente, pero no dijo nada por unos momentos. Su respiración se volvió más pesada, como si lo que acababa de decirle la hubiera dejado sin aliento, pero él estaba demasiado cansado para profundizar en ello.
—A veces... la vida no nos da tiempo —susurró finalmente. —No nos da tiempo para hacer las cosas que realmente importan.
Adriana sintió que el peso de sus palabras la aplastaba. Él hablaba de la vida como si ya la hubiera perdido. Y, en cierto modo, lo había hecho. La enfermedad le estaba robando todo: su tiempo, su libertad, sus sueños. Y ella, al estar cerca de él, lo veía desmoronarse de una manera que no podía evitar.
—No hables así... —dijo ella, intentando mantener la calma, pero el nudo en su garganta era cada vez más grande. —Aún hay tiempo.
Liam la miró con esa sonrisa triste, esa que reflejaba un entendimiento que Adriana no quería aceptar.
—Tal vez... pero el tiempo no siempre está de nuestro lado. —Su voz se apagó por un momento. —Tal vez, solo tal vez, ya hemos perdido lo que podríamos haber tenido.
Adriana sintió una punzada en su pecho. La idea de perderlo, de que su tiempo juntos fuera limitado y fugaz, la aterraba. Pero, al mismo tiempo, se daba cuenta de que algo en ella también lo había perdido hace mucho tiempo. Se había perdido a sí misma en su necesidad de salvar a los demás, de proteger a los que amaba, sin pensar en lo que ella misma necesitaba.
El tiempo seguía su curso, y ambos estaban atrapados en su fragilidad. Adriana sabía que no podía cambiar la realidad. Sabía que, por más que quisiera evitarlo, el final estaba cerca. Y, al mismo tiempo, sentía que estaba comenzando a enamorarse de alguien que no podía tener.
La habitación se llenó de un silencio pesado. Ninguno de los dos dijo nada más. Adriana tomó una profunda respiración antes de levantarse y dirigirse hacia la puerta.
—Nos vemos mañana —dijo, con una sonrisa forzada, intentando mantener su profesionalismo, aunque el dolor en su corazón era cada vez más insoportable.
Liam la observó mientras salía, sabiendo que algo estaba cambiando entre ellos, algo que no podía detenerse. Y, tal vez, nunca lo haría.
Editado: 21.04.2025