Los días que nos quedan

Capítulo 6: Cuerpos y Almas

El hospital tenía un aire distinto de noche. Más silencioso, más pesado. Como si en la oscuridad se escondiera el peso de todas las historias que habitaban en sus pasillos.

Adriana caminaba con pasos cansados por el corredor. Su turno estaba por terminar, pero en lugar de irse a casa, se encontró deteniéndose frente a la habitación de Liam.

No había razón para hacerlo.
Pero tampoco podía evitarlo.

Respiró hondo antes de empujar la puerta, sin hacer ruido.

Liam estaba acostado en la cama, mirando hacia el techo. Su perfil estaba iluminado por la tenue luz de la lámpara a su lado, y por primera vez, Adriana notó lo frágil que se veía.

Había días en los que él parecía invencible, con su humor ácido y su forma despreocupada de hablar sobre la muerte. Pero en ese momento, con la piel más pálida de lo normal y el cuerpo delgado bajo la sábana, la realidad la golpeó como un puñetazo.

Él no iba a estar allí para siempre.

Liam giró la cabeza y la vio.

—Deberías estar durmiendo —murmuró.

Adriana cerró la puerta tras de sí y se acercó.

—Tú también.

Liam sonrió apenas.

—No tengo prisa.

Adriana sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Se sentó en la silla junto a su cama y apoyó los codos en sus rodillas, entrelazando las manos.

—¿Cómo te sientes hoy?

—¿La versión honesta o la que prefieres escuchar?

Adriana rodó los ojos.

—La honesta.

Liam suspiró.

—Cansado. —Hizo una pausa, luego la miró—. Pero estoy bien.

Adriana no le creyó.

No porque él mintiera, sino porque lo conocía lo suficiente para saber que estaba ocultando la verdad.

Por alguna razón, eso le dolió más de lo que debería.

—Liam…

—Dime algo —la interrumpió él—. ¿Cuándo fue la última vez que alguien te abrazó?

La pregunta la tomó por sorpresa.

Parpadeó, confundida.

—¿Qué?

Liam inclinó la cabeza, analizándola.

—No sé, solo… parece que cargas con demasiado. Como si no hubieras sentido un abrazo en mucho tiempo.

Adriana apretó la mandíbula.

No quería admitirlo. No quería aceptar que, en efecto, era cierto.

Porque abrazar significaba soltar las barreras. Significaba permitir que alguien se acercara demasiado. Y ella no se lo podía permitir.

Pero Liam ya estaba demasiado cerca.

Sin decir nada más, se incorporó un poco en la cama y extendió una mano hacia ella.

Adriana la miró fijamente, como si fuera un arma cargada.

—¿Qué haces?

Liam se encogió de hombros.

—Dándote un abrazo.

Adriana sintió que el aire se volvía más denso a su alrededor.

Había algo terriblemente peligroso en la forma en que él la miraba, como si pudiera verla por completo, incluso las partes que ella se esforzaba en ocultar.

Pero no podía moverse.

No podía apartarse.

Y cuando finalmente permitió que su cuerpo se inclinara hacia él, cuando sintió los brazos de Liam rodearla con una suavidad que no esperaba, supo que estaba perdida.

No era un abrazo cualquiera.

Era algo más.

Un refugio.
Un ancla.
Un abismo del que no podría salir ilesa.

Adriana cerró los ojos y apoyó la frente en su hombro, sintiendo cómo su corazón latía desbocado contra su pecho.

—¿Ves? No fue tan difícil —susurró él.

Adriana no respondió.

Porque en ese momento, lo único que podía pensar era en cuánto miedo le daba darse cuenta de que no quería que él la soltara nunca.

Y que algún día tendría que hacerlo.




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