El hospital estaba en calma. Afuera, la noche se desplegaba en un manto de estrellas, y dentro, los monitores emitían su sonido rítmico y constante.
Adriana no debería estar allí.
Había terminado su turno hacía una hora, y sin embargo, sus pies la llevaron de nuevo hasta la habitación de Liam.
No tocó la puerta. Se quedó de pie, apoyada contra el marco, observándolo en silencio.
Liam dormía.
Su respiración era pausada, sus labios entreabiertos, su pecho subía y bajaba con lentitud. La luz tenue del pasillo se filtraba a través de la puerta, iluminando su rostro.
Y por primera vez, Adriana permitió que su mente se deslizara por un pensamiento que había estado enterrando desde hacía semanas.
Era hermoso.
No de la manera obvia y superficial. No en el sentido de un atractivo vacío.
Era hermoso porque, a pesar de todo el dolor que cargaba, de la enfermedad que desgastaba su cuerpo, de la muerte que lo acechaba a cada paso, él sonreía.
Bromeaba.
Reía.
Se aferraba a la vida con una terquedad que la desconcertaba.
Y eso… eso hacía que su corazón latiera de una manera en la que no debería latir.
Adriana se obligó a dar un paso atrás.
No.
No podía permitirse sentir esto.
No con él.
No con alguien que tenía el tiempo contado.
Pero mientras se giraba para marcharse, Liam se removió en la cama y murmuró su nombre.
Su cuerpo se quedó inmóvil.
—¿Adriana…?
Su voz era ronca, adormilada.
Ella tragó saliva y volvió a mirarlo.
Sus ojos apenas estaban entreabiertos, pesados por el sueño, pero una sonrisa perezosa se dibujó en su rostro al verla.
—Pensé que eras un sueño.
Adriana sintió que el suelo temblaba bajo sus pies.
No respondió. No podía.
—¿Por qué estás despierta? —murmuró él.
—No lo sé —admitió.
Era mentira.
Sí lo sabía.
Y lo odiaba.
Liam le hizo un gesto con la mano para que se acercara.
Ella negó con la cabeza.
—Es tarde. Debo irme.
—Solo un rato más —susurró él.
Adriana cerró los ojos con fuerza.
Era un error. Sabía que lo era.
Pero cuando los abrió, ya estaba caminando hacia él.
Se sentó en la silla junto a su cama y sintió la mirada de Liam sobre ella. Era intensa, curiosa, como si intentara descifrar algo que ella misma no entendía.
—Estás nerviosa —dijo él de repente.
Adriana entrelazó las manos en su regazo.
—No lo estoy.
—Sí lo estás.
Liam alzó la mano y rozó con sus dedos la muñeca de ella.
Fue un contacto breve. Apenas un roce.
Pero sintió como si la hubieran incendiado por dentro.
—Adriana…
—No —lo interrumpió ella, apartándose bruscamente.
Liam la miró, sorprendido.
—Esto no puede pasar —susurró ella.
Él no respondió de inmediato. Solo la observó con esa intensidad que la desarmaba.
Y luego, con una sonrisa triste, dijo:
—Pero ya está pasando.
Adriana sintió que su corazón retumbaba como un tambor.
No, se corrigió. No era su corazón.
Eran los ruidos del suyo.
El que se negaba a aceptar que ya había caído demasiado profundo.
Y que, tarde o temprano, se rompería.
Editado: 21.04.2025