El día transcurrió como cualquier otro en el hospital. Pacientes iban y venían, monitores parpadeaban con su luz intermitente y el sonido de pasos apresurados llenaba los pasillos.
Pero para Adriana, nada era igual.
Desde la noche anterior, sentía el peso de algo que no podía ignorar.
Su mente volvía, una y otra vez, al momento en que la piel de Liam rozó la suya. A la mirada intensa que le dedicó. A la certeza en su voz cuando le dijo que ya estaba pasando.
Y eso la aterrorizaba.
Por eso, cuando entró a su habitación esa tarde, lo hizo con una barrera que no tenía la noche anterior.
—Buenas tardes, Liam —dijo con tono profesional, sin mirarlo directamente.
Liam la observó desde la cama con una sonrisa de medio lado.
—Buenas tardes, doctora —respondió con énfasis en la última palabra.
Adriana se tensó.
Ignorándolo, caminó hasta la mesita y revisó su expediente.
—Tus niveles de oxígeno están más estables hoy. ¿Cómo te sientes?
—De maravilla. Sobre todo porque sé que me ignoraste todo el día.
Adriana levantó la vista.
—No te he ignorado. He estado ocupada.
Liam alzó una ceja.
—Claro. Ocupada huyendo de mí.
Adriana apretó los labios.
—No estoy huyendo.
—¿Ah, no? Entonces mírame a los ojos y dime que no te afecto.
El corazón de Adriana se detuvo por un segundo.
Liam no sonaba burlón esta vez. Su voz era baja, firme, con una intensidad que la atravesó como una flecha.
Sus miradas se encontraron.
Él la miraba con una mezcla de desafío y algo más profundo. Algo que ella no quería nombrar.
—No puedes hacer esto —susurró ella.
—¿Hacer qué?
—Cruzar la línea.
Liam soltó una risa seca.
—¿La línea entre paciente y doctora? Adriana, esa línea la cruzamos hace mucho.
Adriana sintió un nudo en la garganta.
—No —negó, volviendo la vista a su expediente como si eso pudiera esconderla del torbellino de emociones que la invadía—. No podemos seguir con esto.
—¿Seguir con qué? —Liam se incorporó un poco en la cama—. ¿Con sentir?
—No podemos sentir, Liam.
—¿Y si ya es demasiado tarde?
Adriana cerró los ojos un momento, intentando recuperar el control.
—No tiene sentido. Esto… esto no tiene futuro.
Liam se quedó en silencio por unos segundos, observándola.
Cuando habló, su voz sonó más suave.
—¿Crees que no lo sé?
Adriana lo miró.
Él sonreía, pero era una sonrisa rota. De esas que intentan esconder el dolor.
—Sé mejor que nadie que esto tiene fecha de caducidad —susurró—. Pero eso no significa que no sea real.
Adriana sintió el pecho apretado.
No quería escuchar esas palabras.
Porque parte de ella quería creerlas.
Y eso era un problema.
Tomó aire y enderezó los hombros, endureciendo su expresión.
—Liam, por favor.
Él la miró un segundo más, como si buscara algo en ella.
Y luego, su sonrisa desapareció.
—Está bien, doctora —dijo con frialdad.
Adriana sintió un escalofrío al escuchar el tono de su voz.
Se giró para salir, pero antes de cerrar la puerta detrás de ella, lo escuchó susurrar:
—Solo recuerda… que no puedes apagar lo que ya arde.
Y con esas palabras clavadas en su pecho, Adriana supo que estaba perdiendo la batalla.
Editado: 21.04.2025