Los días que nos quedan

Capítulo 10: Atrapados en el Tiempo

El silencio en la habitación era pesado.

Solo el sonido de la máquina y la respiración entrecortada de Liam rompían la quietud.

Adriana estaba sentada en la silla a su lado, sus manos entrelazadas sobre las rodillas, observándolo con una mezcla de preocupación y tristeza. Ella no sabía cuántos momentos como este más podrían pasar. Sabía lo que eso significaba. Sabía cuánto tiempo le quedaba.

Pero hoy algo estaba diferente.

Liam no estaba tratando de esconder lo que sentía. Hoy, por alguna razón, sus máscaras caían, y por primera vez, parecía dispuesto a abrirse.

—¿Qué pasa, Liam? —preguntó ella, sin atreverse a mirarlo, temerosa de que lo que pudiera ver en su rostro fuera algo que no podría soportar.

Pero él la miró fijamente, como si la estuviera estudiando, intentando comprenderla.

—Me pregunto qué haces aquí —dijo, rompiendo el silencio, su voz suave, pero llena de intensidad.

Adriana levantó la vista, sorprendida por la pregunta.

—¿Qué quieres decir? —respondió, su voz vacilante.

Liam sonrió, una sonrisa triste, tan cargada de melancolía que le dolió verlo de esa manera.

—Que… no entiendo por qué sigues aquí, Adriana. Te has comprometido tanto a ayudarme. Pero… yo solo soy un paciente.

Adriana sintió el nudo en su garganta.

—No eres solo un paciente —dijo con firmeza, pero la duda en su voz era evidente.

Él cerró los ojos un momento, como si tomara aire, como si la respuesta a sus propias palabras le costara.

—¿No lo soy? —susurró.

Y por un momento, Adriana no supo qué decir.

—No, no eres solo un paciente. Eres… Liam —dijo finalmente, sin poder ocultar el dolor que esas palabras le causaban.

Liam abrió los ojos y la observó por un largo rato, como si tratara de leer más allá de lo que ella decía.

—¿Y tú, Adriana? ¿Qué eres para mí?

Ella sintió su estómago revuelto.

—Soy tu doctora.

—¿Es eso todo lo que eres?

La pregunta le llegó como una puñalada en el pecho. Ella abrió la boca para contestar, pero se quedó sin palabras. Porque, en el fondo, sabía que no era todo lo que era.

—Sé que no eres solo mi doctora —dijo Liam, su voz baja y llena de algo que Adriana no pudo identificar del todo. Pero era algo que la hacía sentir vulnerable.

El tiempo parecía detenerse mientras se miraban.

—Estoy aquí porque no sé cómo dejar de estarlo —dijo Adriana, su voz quebrada por la emoción que sentía.

Liam la observó, y por un segundo, todo lo demás desapareció. Los monitores, el dolor, el miedo. Solo quedaban ellos dos.

—Y yo… —Liam hizo una pausa, como si luchara con sus propias palabras—. Yo estoy aquí porque no sé cómo irme. Porque me asusta la idea de no volver a verte.

Adriana sintió un suspiro escaparse de su pecho.

—No me hagas decir esto, Liam —dijo, mirando hacia otro lado, intentando calmar su corazón que latía con fuerza.

Pero él no la dejaba ir. Su mirada fija en ella era como un imán, atrapándola.

—No te estoy pidiendo que lo digas. Solo te pido que lo sientas.

El tiempo siguió detenido. Ninguno de los dos quería romper ese momento, aunque sabían que estaba condenado.

Porque lo que sentían, aunque real, no tenía futuro.

Pero, en ese instante, no había nada más importante que lo que compartían.

—Estoy asustada —admitió Adriana en un susurro, su voz quebrada, revelando una vulnerabilidad que nunca había mostrado.

Liam no respondió de inmediato. Solo la miró con una calma dolorosa, como si estuviera aprendiendo a leer las palabras no dichas en su rostro.

—Yo también —murmuró finalmente.

Ambos estaban atrapados en el tiempo, en un espacio donde sus miedos se entrelazaban y sus corazones latían al mismo ritmo, pero sabían que era una melodía que no podían mantener por mucho más tiempo.

Se quedaron así, en silencio, pero sus almas compartiendo un entendimiento que ni el tiempo ni la distancia podrían borrar.




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