Los días que nos quedan

Capítulo 11: Bajo la Superficie

El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación con una luz cálida que casi parecía irreal en comparación con el frío ambiente del hospital. Liam y Adriana se encontraban en un extraño estado de tregua. Los días pasaban, pero el peso de la situación seguía ahí, inmutable, y ambos sabían que cada vez era más difícil mantener la distancia que se suponía debían tener.

Adriana revisaba los informes médicos de Liam, sus ojos recorriendo las líneas con una atención distraída, mientras en su mente algo muy distinto se desarrollaba. Sabía lo que sentía por él, pero no podía permitirlo.

Liam, por su parte, miraba el techo, aparentemente absorto en sus pensamientos. Pero Adriana lo conocía bien. Sabía que, detrás de su calma externa, había algo más. Algo profundo y en guerra dentro de él.

—¿Qué piensas? —preguntó Adriana sin levantar la vista del informe.

Liam tardó un momento en responder, como si estuviera decidiendo si debía o no abrirse. Finalmente, habló.

—Pienso que soy un tonto. —La voz de Liam estaba cargada de amargura.

Adriana levantó la vista, confundida.

—¿Por qué dices eso?

—Porque te observo, y a veces creo que podrías ser la respuesta a todas mis preguntas. Y, sin embargo, soy incapaz de acercarme a ti de la manera correcta.

Adriana sintió un pequeño nudo en el estómago. No esperaba que él dijera algo así, y menos de esa manera.

—No estamos aquí para complicar las cosas, Liam —dijo, intentando sonar firme, aunque su voz tembló ligeramente.

Él la miró por un instante, como si la estuviera estudiando, sus ojos fijos en los suyos, más profundos que nunca.

—¿Eso es lo que crees? ¿Que soy solo una complicación más? —Su tono de voz había cambiado, ahora había un leve toque de ira, pero también de tristeza.

Adriana no supo cómo responder. No podía mirarlo sin que su corazón se acelerara. Así que, en lugar de responder, desvió la mirada hacia la ventana.

—No… No es eso —dijo finalmente. Su voz se volvió más suave. Se sintió vulnerable, como si hubiera dejado que una parte de sí misma quedara al descubierto.

Liam, al ver su incomodidad, se incorporó un poco en la cama.

—Entonces, ¿qué es, Adriana? —Su pregunta fue casi un susurro, pero cargada de una necesidad evidente de saber. De entender.

—Es que… —Adriana tragó con fuerza. Cada palabra le costaba más que la anterior—. Es que esto es demasiado. Tú eres mi paciente. Y… y yo soy tu doctora.

Liam sonrió con ironía.

—Sí, lo sé. Las reglas, las malditas reglas. No es como si no las entendiera, Adriana. Pero… dime, ¿alguna vez has sentido algo que te hace olvidar las reglas? Algo tan fuerte que no importa cuánto lo intentes, sigues sintiéndolo en cada respiración, ¿en cada mirada?

Adriana cerró los ojos por un momento, luchando con su propia respuesta. Sabía lo que sentía por él. Sabía que cada vez que él la miraba, un fuego se encendía en su pecho. Pero también sabía lo que el futuro les deparaba.

—No podemos hacer esto —susurró, aunque las palabras le salieron más débiles de lo que hubiera querido.

Liam la miró, y por un segundo, Adriana vio algo en sus ojos que la desarmó completamente: tristeza, amor, desesperación.

—¿Y por qué no? —dijo él suavemente, como si el dolor de la respuesta le pesara tanto como a ella.

Adriana lo miró, sintiendo una punzada en el corazón.

—Porque me estoy enamorando de ti, Liam. Y eso es lo que no puedo hacer. No puedo… enamorarme de alguien a quien sé que voy a perder.

Las palabras salieron de su boca con una franqueza brutal. No había forma de negarlo, no había forma de esconder lo que sentía. Y, sin embargo, lo había estado ignorando todo el tiempo.

Liam no dijo nada al principio. Solo la observó en silencio. Ella podía ver que luchaba consigo mismo.

Finalmente, él susurró, su voz quebrada.

—Yo también me estoy enamorando de ti, Adriana. Y me da miedo. Porque sé que no hay un futuro para nosotros. Pero, ¿sabes qué? No sé cómo detenerlo. No quiero detenerlo.

Adriana sintió como si el suelo desapareciera bajo sus pies. Lo que acababa de decir él era lo que ella misma temía decir, lo que había estado negando durante tanto tiempo.

—Liam… —susurró, incapaz de seguir manteniendo la distancia que se había autoimpuesto.

—Sé que no es el momento. Sé que te preocupa mi salud, que te preocupan las consecuencias, y tienes razón. Pero también tengo derecho a sentir. —Él hizo una pausa, buscando su mirada—. Tengo derecho a sentir algo bueno en medio de todo esto.

Adriana no podía más. Se levantó de la silla y caminó hasta la ventana, mirando al exterior sin realmente ver nada. La fragilidad de la vida le pesaba más que nunca. Cada momento con él era un regalo, pero también una condena.

—Sé lo que estás pensando —dijo Liam, su voz ahora más cercana, como si quisiera alcanzarla—. Pero no quiero que pienses más en lo que podría pasar. Quiero que pienses en lo que estamos sintiendo ahora. Eso es lo único que tenemos.

Adriana cerró los ojos, apretando los puños a los lados.

—¿Y si eso no es suficiente? —preguntó, con la voz temblando.

Liam se levantó lentamente de la cama y caminó hacia ella, deteniéndose justo detrás de ella.

—Lo será. —Su voz era firme, segura, y Adriana sintió que se desmoronaba en su interior.

Y en ese momento, cuando sus almas parecían entrelazarse en la quietud de la habitación, ambos supieron que no podían seguir luchando contra lo que sentían. Pero, aun así, continuaban ocultándolo, temerosos de lo que eso significaría para ellos.




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