El reloj en la pared parecía latir en un ritmo inquietante. Adriana había perdido la cuenta del tiempo. Los días se deslizaban uno tras otro, pero su mente no podía dejar de rondar las palabras de Liam. La verdad había quedado expuesta entre ellos, pero ella no podía aceptarla. No podía permitirlo. El miedo la estaba ahogando, y la ceguera de ese miedo la había convertido en una prisionera de sus propios sentimientos.
Aquella mañana, Adriana se encontraba en su oficina del hospital, rodeada de papeles y gráficos médicos, pero su mente estaba a años luz de todo eso. Sus dedos jugaban con el bolígrafo sin sentido, sin poder concentrarse en nada. En su mente solo había un pensamiento: Liam.
Lo que él había dicho... "Yo también me estoy enamorando de ti."
Esas palabras se repetían una y otra vez, como un eco que no podía callar. Adriana sabía que sus sentimientos por él no eran casuales. Desde el momento en que lo había conocido, algo dentro de ella había cambiado. Pero esa misma fuerza que la atraía hacia él era la que la aterrorizaba. Porque en su corazón sabía lo que eso significaba: pérdida. Y no estaba preparada para perderlo. No estaba preparada para enfrentarse a la verdad de que podría quedarse sin él.
Cerró los ojos, dejándose sumergir en ese mar de dudas y temores. Había perdido a tantas personas en su vida. Su madre, su padre... el hecho de haber trabajado tantos años en la medicina la había hecho ver la muerte de cerca una y otra vez. Era inevitable. Todo el mundo se iba. Y ella no podía permitir que esa misma sombra de la muerte se interpusiera entre ella y lo único que realmente la había hecho sentir viva en tanto tiempo.
El miedo a la pérdida era tan grande que la cegaba, la detenía.
Fue entonces cuando la puerta de su oficina se abrió suavemente, y la voz familiar de Liam rompió el silencio.
—¿Estás ocupada?
Adriana levantó la mirada, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Solo revisando algunos informes, nada importante.
Liam no dijo nada, pero caminó hacia la mesa y se detuvo a su lado, observando la pantalla del ordenador sin realmente ver los números y gráficos.
—Estaba pensando en ti —dijo él con una voz suave, tan suave que le pareció un susurro en medio de un grito.
Adriana apretó los labios, su cuerpo rígido ante sus palabras. No podía mirarlo. No podía mirar esos ojos que tanto la habían cautivado, esa sonrisa que la había hecho sentir algo que no estaba dispuesta a aceptar.
—Liam... —dijo, intentando que su voz no temblara. — No podemos seguir haciendo esto.
La frase salió de sus labios como un grito mudo. Sabía que la había dicho antes, pero ahora parecía más urgente, más definitiva. No podía seguir adelante con este juego peligroso. No podía permitirse perder otra vez. No podía, no quería.
Liam la miró en silencio, pero sus ojos reflejaban algo que Adriana no pudo ignorar: tristeza. Tristeza, y algo más. Un entendimiento profundo de lo que ambos sentían, de lo que ambos temían.
—¿De verdad crees que eso es lo mejor? —dijo él finalmente, su voz apenas un murmullo.
Adriana intentó sostener su mirada, pero no pudo. Bajó la cabeza, sintiendo un dolor punzante en su pecho.
—Sí, lo creo —dijo, aunque no estaba segura de nada. Su corazón gritaba lo contrario, pero sus miedos la mantenían cautiva.
Liam suspiró y se apartó de la mesa. Pudo ver cómo la lucha interna en él también se reflejaba en su rostro. Sus ojos se oscurecieron con un dolor tan palpable que Adriana lo sintió en su propia piel.
—¿Tienes miedo de mí? —preguntó él, su voz grave, como si cada palabra fuera un peso enorme.
Adriana se quedó sin palabras. El silencio se instaló entre ellos como una barrera invisible. No podía responder. No podía admitir lo que estaba sucediendo. El miedo la cegaba, la hacía incapaz de dar un paso hacia lo que realmente deseaba.
—No es eso —dijo ella finalmente, sin mirarlo. —Es el futuro... La incertidumbre. Lo que podría pasar.
—Lo sé. —Liam dio un paso atrás, como si cada palabra le costara más que la anterior. —Es difícil, lo entiendo. Pero no quiero vivir con el miedo de perder lo que podría ser, Adriana. No quiero perder lo que realmente importa solo por miedo a lo que podría suceder.
Sus palabras resonaron en el aire, y Adriana sintió que la tierra temblaba bajo sus pies.
—No sabes lo que es perder —dijo ella, las palabras saliendo en un susurro lleno de dolor. —Lo he perdido todo. Mi familia. Todo lo que amaba. No quiero perderte a ti también.
Liam se quedó inmóvil, observándola en silencio, y Adriana vio cómo algo en él se rompía.
—¿Y si no tienes que perderme? —preguntó, su voz temblando, vulnerable. —¿Y si esto no es lo mismo?
Adriana tragó con fuerza.
—Lo es —dijo, su voz apenas un susurro. —Lo es porque lo que sentimos es real, y eso lo hace más doloroso.
El miedo había hablado en ella, pero también lo hacía el amor. El amor que le dolía reconocer, el amor que no sabía cómo manejar.
—No podemos seguir con esto, Liam. —Su voz sonó más firme ahora, como si estuviera tomando una decisión. —Lo mejor para los dos es no seguir adelante.
Liam la miró por un largo momento, su rostro una máscara de emociones contenidas. Finalmente, dio un paso atrás y asintió lentamente, como si aceptara lo inevitable, pero con la tristeza de alguien que ya ha perdido.
—Si eso es lo que realmente quieres... —su voz se quebró, y sus palabras parecieron llenas de una resignación profunda.
Adriana sintió que se le rompía el corazón, pero al mismo tiempo, una parte de ella sabía que, de alguna manera, esto tenía que suceder. El miedo había ganado por ahora, pero no podía dejar de preguntarse cuánto tiempo duraría esta ceguera.
Porque el amor, aunque siempre se oculta bajo capas de miedo, nunca desaparece del todo.
Editado: 21.04.2025