El sol se filtraba tímidamente por la ventana, pero la luz no traía consigo el calor que Adriana esperaba. La habitación de Liam se sentía más fría de lo normal, o quizás era su propia piel la que no lograba retener el calor.
Él estaba allí, sentado en la cama, con la mirada perdida en el techo. Su respiración era lenta, acompasada, pero su pecho subía y bajaba con un esfuerzo que ella reconocía demasiado bien.
—Hoy es un buen día —dijo Liam de repente, con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
Adriana se apoyó en el respaldo de la silla, observándolo con cautela.
—¿Sí?
—Sí… Me desperté sin sentir que el mundo se me caía encima. Eso es algo, ¿no?
Ella lo miró en silencio, tratando de decidir si debía darle la razón o señalarle lo obvio: que sus buenos días eran cada vez más escasos, que la enfermedad estaba ganando, que…
No. No hoy.
—Es algo —respondió, obligándose a sonreír también.
Liam inclinó la cabeza y la observó con esa intensidad que siempre lograba hacerla estremecer.
—¿Y tú? ¿Cómo está tu día?
Adriana se encogió de hombros.
—Podría estar mejor.
—¿Por qué?
Ella titubeó antes de responder.
—Porque odio verte así.
El silencio se instaló entre ellos. Liam apartó la mirada y rió suavemente, pero su risa no tenía alegría, sino resignación.
—Sabes que esto no va a mejorar, ¿verdad?
Adriana sintió una punzada en el pecho.
—No me importa.
—Claro que te importa.
Ella cerró los ojos un momento, tratando de contener la frustración que se acumulaba en su garganta.
—Sí, me importa —admitió finalmente. —Pero no puedo hacer nada más que estar aquí.
Liam la miró, y por un instante, Adriana pudo ver la culpa reflejada en sus ojos.
—A veces quisiera que no estuvieras aquí.
Adriana sintió que el suelo se le hundía bajo los pies.
—¿Qué…?
Liam desvió la mirada, mordiéndose el labio.
—No quiero que sufras conmigo. No quiero que esto… nos duela más de lo necesario.
Adriana sintió un nudo en la garganta.
—Liam… no me pidas que me aleje.
Él cerró los ojos y exhaló, como si esa conversación le estuviera quitando la poca energía que le quedaba.
—No quiero hacerlo. Pero sé que al final, todo esto va a terminar mal.
Adriana negó con la cabeza, con los ojos vidriosos.
—No. No pienses en el final, Liam. Solo… solo pensemos en ahora.
Liam abrió los ojos y la miró con una tristeza tan profunda que Adriana sintió que se rompía en pedazos.
—El problema es que el "ahora" nunca es suficiente.
Adriana no pudo soportarlo más. Se inclinó hacia él y tomó su mano entre las suyas, apretándola con desesperación.
—Para mí sí lo es.
Liam la observó durante largos segundos, y luego, con una ternura que contrastaba con todo el dolor de ese momento, llevó su mano a su rostro y la acarició suavemente.
—Eres demasiado para mí, Adriana.
Ella sonrió con tristeza.
—Y tú eres todo para mí.
Liam cerró los ojos y apoyó la frente contra la de ella.
—Entonces quédate.
—Siempre.
El sol brillaba afuera, pero la lluvia golpeaba suavemente el cristal de la ventana.
Sol y lluvia.
Como ellos.
Como su amor.
Como la cruel realidad en la que estaban atrapados.
Editado: 21.04.2025