Los días que nos quedan

Capítulo 18: El Sentimiento Prohibido

Adriana siempre había sido una mujer de reglas.

Desde el momento en que se puso una bata blanca y prometió salvar vidas, supo que había líneas que jamás debía cruzar. Mantener distancia, ser objetiva, no involucrarse emocionalmente con sus pacientes.

Pero entonces llegó Liam.

Y con él, el caos.

No sabía cuándo exactamente ocurrió. Si fue en una de sus largas conversaciones en las madrugadas, cuando el hospital estaba en silencio y el único sonido era el de su voz. O si fue en aquellos momentos en los que leía junto a él, viendo cómo sus ojos brillaban con cada historia. Tal vez fue la primera vez que lo vio tocar la guitarra en su habitación, perdido en la melodía, como si el dolor no existiera.

O tal vez, solo tal vez, se había estado enamorando de él desde el primer instante en que lo vio.

Y ahora era demasiado tarde para retroceder.

El día había transcurrido con normalidad hasta que Adriana entró a la habitación de Liam y lo encontró dormido.

No fue el hecho de verlo descansar lo que le heló el pecho.

Fue lo pálido que estaba.

Lo delgadas que se habían vuelto sus manos.

La forma en que su pecho subía y bajaba con una lentitud preocupante.

Adriana apretó los labios y dejó el expediente a un lado. Con cuidado, se acercó y tocó su frente. No tenía fiebre, pero su piel estaba fría.

—Liam… —susurró, moviendo suavemente su hombro.

Él tardó en reaccionar, y cuando lo hizo, sus párpados se abrieron pesadamente, como si incluso esa acción le costara un esfuerzo inmenso.

—Adri… —su voz sonó ronca, débil.

Adriana sintió que algo dentro de ella se rompía un poco más.

—¿Cómo te sientes? —preguntó con suavidad.

Liam intentó sonreír, pero el gesto apenas y se formó en sus labios.

—Como si me hubieran atropellado. —Bromeó con esfuerzo.

Adriana no sonrió.

—Voy a llamar al Dr. Salazar para hacerte unos exámenes.

Liam negó con la cabeza.

—Solo dame unos minutos… estoy cansado.

—Liam…

—Por favor. —Su mano temblorosa alcanzó la de ella.

Adriana sintió el calor de su piel contra la suya. Fue un contacto breve, insignificante para cualquiera que lo viera desde afuera.

Pero para ella, lo cambió todo.

Porque en ese momento, supo la verdad.

No solo se estaba enamorando de Liam.

Ya lo amaba.

Y eso lo hacía todo aún más difícil.

La noche cayó, y Adriana seguía en el hospital.

Sabía que debía irse. Que quedarse en la habitación de Liam más tiempo del necesario no era profesional. Pero la idea de dejarlo solo la carcomía por dentro.

Liam dormía nuevamente, su respiración tranquila, su rostro relajado. Adriana se permitió observarlo en la penumbra de la habitación, con la única luz proveniente de la lámpara tenue al lado de su cama.

No debió enamorarse.

No debió cruzar esa línea.

Pero lo hizo.

Y ahora, estaba condenada a sufrir la peor de las pérdidas.

Adriana apoyó la cabeza en sus manos, sintiendo el peso de la realidad sobre ella.

—No me dejes, Liam… —susurró, sin que nadie la escuchara.

Pero en el fondo, sabía que la vida nunca le concedía milagros.




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