Los días que nos quedan

Capítulo 21: Lo Que No Se Dice

Adriana no podía seguir huyendo.

Había pasado la noche en vela, con el eco de las palabras de Liam martillando en su cabeza. Si algún día no me despierto, no llores por mí. ¿Cómo podía pedirle eso? ¿Cómo podía esperar que su muerte no la destruyera, si él ya era parte de ella?

Se detuvo frente a la habitación 307, con el corazón latiéndole con fuerza. Sus manos temblaban. Había evitado este momento durante demasiado tiempo, escondiéndose detrás de su bata blanca, detrás de su deber como doctora. Pero ya no podía seguir negándolo.

Cuando abrió la puerta, Liam estaba sentado en la cama con una libreta sobre sus piernas, escribiendo algo con movimientos lentos. Su piel se veía aún más pálida que el día anterior. Sus ojos se alzaron hacia ella y una sonrisa cansada se dibujó en sus labios.

—Buenos días, Adriana.

Ella tragó saliva.

—Buenos días, Liam.

Se sentó en la silla junto a la cama, sintiéndose más vulnerable de lo que jamás había estado.

Liam cerró la libreta y la dejó a un lado.

—¿Todo bien?

Ella entrelazó los dedos sobre su regazo, respirando profundamente antes de hablar.

—No.

Liam arqueó una ceja.

—¿No?

Adriana levantó la mirada y lo observó fijamente.

—No está bien lo que me pediste ayer.

La sonrisa de Liam se desvaneció ligeramente.

—Adriana…

—No me pidas que no llore por ti. No me pidas que no me duela perderte.

Su voz se quebró y sintió cómo las lágrimas ardían en sus ojos, pero no las dejó caer.

Liam la miró con una expresión que era una mezcla de sorpresa y tristeza.

—No quiero que sufras.

—Pero lo haré, Liam. —Su respiración tembló. —Porque… porque yo…

Las palabras se quedaron atascadas en su garganta, como si su propio cuerpo se negara a dejarlas salir.

Liam la miró con paciencia, pero sus ojos reflejaban algo más.

Adriana tragó saliva y finalmente reunió el valor para decirlo.

—Te amo.

El silencio que siguió fue ensordecedor.

Liam parpadeó, como si no estuviera seguro de haber escuchado bien.

Adriana sintió su corazón latir con tanta fuerza que temió que se le rompiera en el pecho. Pero ya no había marcha atrás.

—Sé que no debería. Sé que es un error, que esto no tiene futuro. Sé que algún día… —Su voz se quebró—. Algún día te voy a perder.

Liam extendió su mano y tomó la de ella con suavidad.

—No es un error.

Adriana cerró los ojos, sintiendo cómo su piel ardía bajo su tacto.

—¿No?

—No. —Liam apretó su mano con delicadeza—. Es lo más hermoso que me ha pasado.

Las lágrimas finalmente rodaron por las mejillas de Adriana.

Porque, aunque lo amaba, también sabía que este amor venía con una fecha de expiración.

Y eso era lo más cruel de todo.




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