Los días que nos quedan

Capítulo 23: El Regalo de la Vida

El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de un cálido color naranja. Adriana se encontraba de pie frente a la ventana, observando cómo las sombras de los árboles se alargaban sobre el suelo. El tiempo parecía diluirse en ese momento, como si todo lo que estaba por suceder fuera una extensión de una eternidad que se escapaba entre sus dedos.

Desde la cama, Liam la observaba en silencio, su respiración lenta y pausada, como si se hubiera agotado la energía necesaria para continuar con el peso de la conversación. Pero no era solo eso. Había algo en sus ojos, algo que Adriana no había visto antes: una quietud, una calma tan profunda que solo podía venir de alguien que sabía que ya no le quedaba mucho por vivir.

—¿Te gustaría salir? —preguntó Adriana, sin darse la vuelta.

Liam sonrió levemente, la luz del atardecer reflejándose en sus ojos.

—Tal vez un poco más tarde. —Su voz sonó tranquila, pero con una capa de melancolía. —Tengo algo para ti, Adriana.

Ella se giró, sorprendida, y vio que él había levantado la mano, sosteniendo algo entre sus dedos. Era una pequeña caja de madera, algo desgastada, con una inscripción grabada en la parte superior.

—¿Qué es esto? —preguntó ella, acercándose cautelosa.

Liam asintió con la cabeza.

—Es un regalo. Para ti.

Adriana aceptó la caja con manos temblorosas, el pulso acelerado. Cuando la abrió, una cadena de plata apareció frente a ella, con un pequeño colgante en forma de corazón. La pieza estaba delicadamente trabajada, como si cada detalle hubiera sido esculpido con el mayor cuidado.

—Es hermoso... —murmuró Adriana, tocando suavemente el colgante.

Liam sonrió suavemente.

—Es para que lo lleves contigo, siempre. —Su voz era más baja ahora, cargada de una emoción que apenas lograba contener—. Quiero que tengas algo mío, algo que puedas mirar cuando necesites recordar que estuve aquí.

Adriana no pudo evitar soltar una lágrima. Se sentó junto a él en la cama, con el corazón latiendo fuerte en su pecho.

—No quiero olvidarte, Liam.

Él la miró con una dulzura que parecía imposible de mantener, como si todo el amor que había por ella estuviera en esos ojos cansados.

—No lo harás. —Su mano alcanzó la suya—. Y yo tampoco te olvidaré. Aunque no pueda estar ahí, de alguna manera siempre estaré contigo.

Adriana suspiró, sabiendo que las palabras de Liam eran un consuelo en medio de la tormenta, pero que no iban a aliviar el dolor que ya sentía en su alma. Aun así, aceptó el colgante y se lo puso alrededor del cuello.

—Te prometo que lo llevaré siempre, Liam.

Él asintió, satisfecho, pero con una sombra de tristeza flotando en su rostro.

—Quiero que sepas que todo esto que hemos vivido ha valido la pena, Adriana. Cada segundo, cada conversación, cada sonrisa. No lamento ni un solo momento.

Adriana miró el colgante, el corazón de plata brillando a la luz de la tarde. Y, por un breve instante, pudo imaginar que el tiempo se detenía.

Porque en ese colgante, en ese regalo, estaba todo lo que él le había dado: su amor, su dulzura, su alegría, y esa profunda conexión que solo ellos compartían.

Pero también, en ese mismo colgante, estaba el recordatorio de todo lo que iba a perder.

Liam había dejado una parte de él con ella, algo tangible, algo que ella pudiera tocar cuando el dolor fuera insoportable. Un pedazo de él que seguiría en su vida incluso cuando él ya no estuviera.

El sol ya se había puesto por completo, dejando tras de sí una noche oscura, pero Adriana ya no temía tanto a la oscuridad. Porque, de alguna manera, sabía que la luz de Liam aún seguiría brillando, incluso cuando él se despidiera.

—Gracias. —Sus palabras salieron en un susurro, llenas de todo lo que no había podido decir.

Liam sonrió, sus ojos cerrándose por un momento como si se permitiera descansar.

—Siempre.




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