Los días que nos quedan

Capítulo 25: Enfrentando la Verdad

El aire se sentía más denso esa mañana. Adriana lo notaba en cada respiración, como si la atmósfera misma le estuviera recordando algo que no podía ignorar: la enfermedad de Liam ya no era algo que pudiera ocultar bajo promesas vacías de mejora, ni bajo la fachada de una sonrisa que se esforzaba por mantener.

El sonido de la puerta abriéndose, seguido por los pasos tranquilos de Adriana, interrumpió el silencio que había reinado en la habitación. Ella lo observó mientras él se encontraba recostado en la cama, con la mirada fija en el techo, como si estuviera contemplando un futuro incierto.

Liam había pasado las últimas semanas luchando, aferrándose a cada pequeño avance como si fuera una victoria personal. Pero hoy, el aire era diferente. Había algo en sus ojos, un brillo apagado, que Adriana reconoció de inmediato. La fatiga, el cansancio físico, estaba ganando la batalla.

—Buenos días —dijo ella, acercándose lentamente a su lado, con la máscara de su profesionalismo puesta, aunque su corazón ya comenzaba a romperse.

Liam giró su cabeza, y aunque su sonrisa se mostró suave, fue suficiente para darle la bienvenida. Pero su rostro, más pálido de lo normal, delataba lo que trataba de ocultar.

—Buenos días, Adriana —respondió, su voz rasposa, como si cada palabra le costara esfuerzo.

Ella se sentó junto a él, observando cómo el sudor perlaba su frente, y el brillo en sus ojos parecía apagarse cada vez más. Adriana tragó saliva, dándose cuenta de lo que ya sabía, pero no quería aceptar. La verdad era innegable.

—Liam... —su voz tembló ligeramente al pronunciar su nombre, sin saber muy bien cómo comenzar la conversación que se estaba desarrollando dentro de su mente—. ¿Cómo te sientes hoy?

Liam cerró los ojos por un momento, dejando escapar un suspiro profundo. No era la respuesta que ella quería escuchar, pero lo sabía. Su cuerpo hablaba más fuerte que sus palabras.

—No... no tan bien —respondió finalmente, con una sinceridad que desgarró a Adriana—. Ya no sé qué esperar.

El silencio se hizo presente entre ellos, pesado, denso. Adriana sintió una opresión en el pecho, pero luchó por mantener el control, por no ceder ante el dolor que comenzaba a ahogarla.

Se acercó más a él, tomando su mano con suavidad, como si el simple gesto pudiera aliviar algo del sufrimiento que se manifestaba en su ser. Pero nada podía aliviarlo. Nada.

—Sé que es difícil —comenzó ella, su voz apenas un susurro—, pero debemos seguir luchando. Tú y yo. Sabes que estoy aquí, siempre.

Liam giró la cabeza hacia ella, sus ojos reflejaban una mezcla de resignación y amor. Pero sobre todo, había miedo. El miedo de lo que venía, el miedo de lo que ya no podía controlar.

—He luchado tanto, Adriana —dijo él, su voz quebrándose un poco—. Pero hay días en los que siento que ya no me queda fuerzas para seguir. ¿Cómo sigo luchando cuando ya no sé si mañana estaré aquí?

Adriana apretó su mano con más fuerza, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con escapar de sus ojos. Pero se obligó a mantenerse firme. Era lo que Liam necesitaba.

—No lo sabemos —respondió con suavidad—. Nadie sabe qué va a pasar. Pero aún tenemos hoy. Y eso es lo único que realmente importa.

Liam la miró fijamente, sus ojos penetrantes, buscando algo en ella, algo que lo hiciera creer que la esperanza aún existía. Y Adriana sabía lo que él quería escuchar, lo que él necesitaba oír. Pero en su corazón, sabía que las palabras de consuelo que le ofrecía no eran más que un intento de aferrarse a una realidad que ya se les escapaba de las manos.

El silencio volvió a llenar la habitación. Era un silencio pesado, como si las palabras ya no pudieran expresar todo lo que se sentía. El tiempo se detuvo, y en ese instante, Adriana comprendió que las horas que les quedaban eran preciosas, pero también limitadas.

—Te prometo que no te dejaré solo —le susurró, sin poder evitar que una lágrima cayera por su mejilla.

Liam sonrió, esa sonrisa que ya no era tan fuerte como antes, pero que aún llevaba consigo el cariño y la esperanza que ambos se aferraban, como si fuera la única salvación.

—Gracias... por todo, Adriana.

Un nudo se formó en la garganta de ella, pero se obligó a sonreír, a seguir adelante, aunque su corazón estuviera hecho pedazos por la verdad que ambos conocían, pero de la que no podían hablar.

—No tienes que darme las gracias. Estoy aquí porque quiero estar aquí.

En ese momento, la puerta se abrió lentamente, y el sonido de pasos ligeros interrumpió la intimidad del momento.

Era el médico.

Adriana se levantó rápidamente, limpiándose las lágrimas antes de que el doctor pudiera verlas. Sabía que tenía que seguir adelante, ser fuerte, porque no podía permitir que Liam viera lo rota que realmente se sentía.

Pero, mientras el médico realizaba su revisión, Adriana se quedó en silencio, observando a Liam, pensando en lo que le esperaba. Sabía que lo peor estaba por venir, y aunque había prometido que nunca lo dejaría solo, su corazón se rompía cada vez más al saber que la promesa de un futuro juntos era una mentira que ambos se aferraban a pesar de saber que nunca se cumpliría.

La verdad estaba frente a ella, en cada mirada de Liam, en cada palabra no pronunciada, y en el silencio que envolvía sus corazones. La enfermedad estaba ganando, y ella estaba perdiendo la lucha con el tiempo.




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