Los días que nos quedan

Capítulo 27: La Última Oportunidad

El aire fresco de la mañana entraba a raudales por la ventana abierta, pero Adriana no podía sentir el alivio que normalmente le daba. Hoy, todo en el hospital parecía más sombrío, más pesado, como si el mismo edificio estuviera esperando algo irreversible. Liam estaba allí, sentado en el borde de la cama, su figura encorvada por el peso de la enfermedad. No era el mismo hombre que había conocido hacía meses, lleno de energía, con un brillo en los ojos. El deterioro físico había sido evidente, pero lo que más dolía era ver cómo la esencia de su alma se iba desvaneciendo también, como si cada respiración fuera un esfuerzo titánico.

Adriana lo observaba desde la puerta, sin atreverse a acercarse. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no las permitió caer. Sabía que el momento era inevitable, pero aún no estaba lista para enfrentarlo.

—Adriana... —la voz de Liam rompió el silencio, una voz cansada, pero que llevaba consigo la fuerza de quien todavía lucha por algo más grande que el dolor.

Ella levantó la cabeza, tratando de controlar la desesperación que la invadía. Liam sonrió, aunque su sonrisa era frágil, como si cada intento de hacerlo la destrozara más.

—Liam... —respondió ella, con una voz apenas audible. Había algo en su tono, algo que revelaba la rendición, la aceptación del final, aunque su corazón seguía aferrado a la esperanza de que todo pudiera mejorar.

Él hizo un movimiento lento, como si cada gesto le costara un esfuerzo. Se levantó con dificultad de la cama y caminó hacia ella, aunque su cuerpo le pedía descanso. Era un hombre desgastado, pero en sus ojos brillaba la determinación de quien está dispuesto a hacer cualquier cosa por cumplir con lo que se ha prometido.

—Liam, no tienes que hacer esto... —dijo Adriana, levantándose rápidamente para detenerlo, pero él la detuvo con una mano débil.

—Te prometí que no te dejaría, Adriana. Y haré todo lo posible para cumplir esa promesa. No sé cuánto tiempo me queda... —su voz tembló, pero sus palabras fueron claras—. Pero quiero hacer algo por ti, por nosotros, antes de que... antes de que todo termine.

Adriana lo miró, con los ojos nublados por las lágrimas que ya no podía contener. La mirada de Liam estaba llena de desesperación, de amor, pero también de tristeza. Él lo sabía. Sabía que el tiempo se agotaba. Sabía que no iba a haber un mañana. Pero aún así, estaba allí, luchando contra su cuerpo que ya no respondía, con la esperanza de que pudiera darle algo más antes de irse.

—Liam, no me pidas que te vea así... —dijo ella, el dolor aplastándola mientras hablaba. Pero él la miró, y en sus ojos había una determinación que la obligó a callarse.

—No me estoy pidiendo nada. Solo quiero que, por una vez, aceptes que puedo hacer algo, que aunque mi cuerpo se esté desmoronando, todavía hay algo en mí que es tuyo. —Liam levantó una mano hacia su rostro, tocando su mejilla con un toque que no era tan firme como solía ser, pero que aún conservaba el cariño de siempre.

Adriana lo miró con miedo, con el corazón desgarrado, pero también con una compasión infinita. Sabía lo que él estaba haciendo. Sabía que no le quedaba mucho tiempo, pero aún así se aferraba a la posibilidad de cumplir una promesa.

—¿Qué es lo que quieres hacer, Liam? —preguntó, su voz casi ahogada.

Él respiró profundamente, una vez más, y luego asintió lentamente.

—Hay algo que quiero que hagas por mí. Algo que... te ayudará a sobrellevar todo esto. —Su voz era suave, pero firme, como si ya hubiera tomado una decisión.

Adriana frunció el ceño, preocupada. Sabía que la enfermedad de Liam lo estaba consumiendo, pero aún no comprendía del todo lo que quería pedirle.

—Lo que sea, Liam... —dijo, casi sin pensarlo, su corazón se hundía solo de imaginar lo que iba a decir.

Él sonrió, un destello de ternura en su rostro. Con dificultad, se levantó del sillón que había usado para descansar, y caminó lentamente hacia su escritorio, donde había una caja pequeña, de madera. La abrió con cuidado, como si cada movimiento fuera el último.

Adriana lo observó, su respiración agitada. Lo vio sacar un pequeño objeto, envuelto en un pañuelo, y se lo entregó.

—Esto... es para ti —dijo Liam, con voz rasposa—. Un anillo. Un símbolo de lo que hemos compartido. Quiero que lo uses. Quiero que recuerdes todo lo que hemos vivido, aunque ya no esté aquí para recordártelo.

Adriana miró el anillo, sus manos temblorosas al sostenerlo. Era sencillo, pero su significado era tan profundo que la asfixiaba. Sabía lo que él intentaba hacer. Sabía que, de alguna manera, estaba asegurando que su amor perdurara, aunque él no pudiera estar allí para presenciarlo.

—Liam... —su voz falló mientras sus lágrimas caían. No podía hablar. Todo lo que quería era detener el tiempo, borrar la enfermedad, los dolores, y la realidad que enfrentaban. Pero sabía que era imposible.

Liam levantó su mano y la puso sobre la suya, mirando a sus ojos, y por un momento, el mundo desapareció a su alrededor. Solo quedaban ellos dos, el amor y la promesa de que, incluso en la muerte, Liam permanecería en su vida, como un susurro constante en su corazón.

—Este es mi regalo para ti, Adriana. Mi última oportunidad para decirte que te amo, que nunca me iré realmente.

El tiempo pasó lentamente. Adriana, con el anillo en sus manos, comprendió la magnitud de lo que Liam le estaba pidiendo. No era solo un anillo, sino una promesa más allá de la muerte, un pedazo de él que seguiría con ella cuando él ya no estuviera.

Con los ojos nublados por las lágrimas y el corazón lleno de amor, ella se acercó a él y, sin pensarlo, lo besó suavemente en la frente.

—Te prometo, Liam, que no te olvidaré.

La última oportunidad había sido dada. Ahora, el tiempo les era aún más esquivo. Pero el amor que compartían seguiría vivo, aunque el mundo siguiera adelante sin ellos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.