El aire estaba pesado esa tarde, casi denso, como si el mundo fuera consciente de la gravedad de lo que estaba por suceder. Adriana caminó lentamente por el pasillo del hospital, su mente atrapada en una espiral de pensamientos. Liam había mostrado signos de mejoría en los últimos días, pero algo en su interior le decía que la calma era solo temporal. Sabía que, aunque la esperanza brillara con fuerza en su corazón, la enfermedad seguía siendo una sombra al acecho, esperando el momento perfecto para arrastrarlo nuevamente.
Cuando entró en la habitación, encontró a Liam reclinado en su cama, con la mirada perdida en el vacío. Parecía tranquilo, pero algo en su postura delataba la fatiga acumulada, como si la lucha ya le estuviera costando más de lo que admitía.
—Hola, Adriana —dijo con una voz suave, casi como si le costara hablar.
Adriana le sonrió, pero su rostro estaba lleno de preocupación. Se acercó a la cama y se sentó en el borde, tomando su mano con ternura.
—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó, aunque sabía que la respuesta no cambiaría mucho de un día a otro.
Liam levantó su mirada hacia ella, y en sus ojos había una mezcla de resignación y amor. La esperanza que había brillado en él en los últimos días ahora parecía desvanecerse lentamente, como una estrella que se apaga en el horizonte.
—No sé si hoy es un buen día o uno malo —respondió, intentando sonreír, pero el gesto se quebró antes de llegar a su rostro.
Adriana apretó su mano con fuerza, como si al hacerlo pudiera darle algo de la fuerza que ella sentía que necesitaba.
—No tienes que hacer todo esto solo, Liam —le susurró, su voz quebrada por la emoción que luchaba por contener.
Liam la miró intensamente, como si quisiera transmitir todo lo que sentía en ese momento, todo lo que no podía decir con palabras. Finalmente, después de un largo silencio, habló con la voz más tranquila que había usado en días.
—Te he visto luchar a mi lado, Adriana. He visto cómo te has quedado conmigo incluso cuando todo parecía perdido. Pero ya no sé si hay algo más que pueda hacer... si la lucha vale la pena.
Las palabras caían en el aire como si fueran piedras pesadas, y el corazón de Adriana se estremeció ante ellas. Sabía que Liam estaba agotado, que sus fuerzas se estaban desvaneciendo poco a poco, pero escuchar esas palabras de él le desgarraba el alma.
—No digas eso, Liam —respondió, su voz un susurro tembloroso. —Cada día contigo ha sido valioso. Lo único que importa ahora es que sigas luchando, que sigas aquí conmigo, aunque sea por un momento más.
Liam cerró los ojos por un segundo, tomando aire con dificultad. Adriana sentía la angustia apoderarse de su pecho, como si el futuro ya estuviera escrito y ella no pudiera hacer nada para cambiarlo.
—Si pudiera prometerte un futuro juntos, lo haría —dijo él, abriendo los ojos y mirando a Adriana con una intensidad que le robó el aliento. —Pero no puedo prometerte eso. La muerte está más cerca de lo que quiero aceptar, y no sé si habrá un mañana para nosotros.
Adriana sentía que su mundo se desmoronaba a su alrededor. Pero, a pesar del dolor que la envolvía, había una verdad en las palabras de Liam que la hacía aferrarse aún más a él. La realidad era innegable, pero su amor, aunque breve, había sido profundo.
—Lo sé, Liam. Pero no importa lo que pase. No importa lo que el futuro nos depare. Lo que importa es lo que tenemos ahora, este momento, aunque sea fugaz.
Liam sonrió débilmente, esa sonrisa que siempre había sido su refugio, su manera de mostrarle al mundo que no se rendiría, incluso cuando las fuerzas lo abandonaban.
—Es todo lo que necesitamos, ¿verdad? —dijo, sus palabras llenas de una dulzura desgarradora.
Adriana asintió, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escapar. A lo largo de su vida, siempre había sido una mujer que evitaba la vulnerabilidad, que mantenía el control, pero estar con Liam la había cambiado. En su presencia, las defensas caían, los miedos se desvanecían, y lo único que quedaba era el amor.
—Sí, Liam. Es todo lo que necesitamos.
El silencio se instaló entre ellos, pero esta vez no era incómodo. Era un silencio de aceptación, de comprensión, de saber que sus corazones, aunque separados por un futuro incierto, habían encontrado algo real en este momento. La enfermedad de Liam aún los acechaba, pero su amor, ese amor que se habían dado sin condiciones, había llenado sus vidas de algo más grande que cualquier dolor.
Por un momento, Adriana olvidó el sufrimiento, olvidó la muerte que acechaba al fondo, y solo se centró en la suavidad de la mano de Liam en la suya, en el latido de su corazón, en el susurro de sus palabras.
—Prométeme algo —dijo Liam, su voz apagándose ligeramente.
Adriana lo miró, con el alma en vilo.
—¿Qué es, Liam?
Él la miró fijamente, como si quisiera grabar su imagen en su memoria para siempre.
—Prométeme que, cuando ya no esté, seguirás adelante. Que recordarás todo lo bueno, lo que compartimos, y que serás feliz, aunque yo ya no esté aquí.
Las palabras fueron un golpe brutal para Adriana. El miedo, el dolor, la angustia de la inminente pérdida la invadieron por completo. Pero al mismo tiempo, algo en su interior se desmoronó y aceptó lo que él le pedía.
—Te prometo, Liam. Te prometo que nunca te olvidaré. Siempre te llevaré conmigo, en mi corazón. Y si algún día logro encontrar la paz, será porque tú me enseñaste a vivir el presente, a amarte sin miedo.
Liam sonrió una última vez, su respiración más lenta, más pausada. Adriana sintió un dolor profundo al verlo tan frágil, pero al mismo tiempo, le dio paz saber que, en esos momentos, Liam había encontrado su propia paz.
—Eso es todo lo que necesito saber, Adriana...
Y con esas palabras, Liam cerró los ojos, sumido en un descanso que no parecía de este mundo, mientras Adriana permanecía a su lado, con la promesa de su amor guardada en su alma.
Editado: 21.04.2025