Los días que nos quedan

Capítulo 30: El Fin de la Larga Espera

La espera, esa larga y angustiante espera, había comenzado a consumirlos a ambos. Cada día, el futuro parecía desvanecerse más y más, como un sueño lejano que se deshace con el primer rayo de luz. Adriana observaba a Liam, recostado en su cama, con su cuerpo agotado y frágil. La vida que una vez había sido tan llena de pasión, de música y arte, ahora parecía irse desvaneciendo lentamente, como las notas de una canción que pierde su ritmo.

El monitor a su lado emitía un pitido constante, marcando el tiempo que se deslizaba inexorablemente hacia un final que ella temía, pero que sabía que no podía evitar. Cada vez que veía a Liam, con su piel más pálida y su respiración más errática, sentía como si un peso insostenible se instalara en su pecho, un peso que ni siquiera las lágrimas podían aliviar.

A pesar de todo lo que había pasado, a pesar de todo lo que habían vivido, Adriana no estaba lista para dejarlo ir. No importaba lo que dijera la ciencia, lo que dictara la medicina. El amor que sentía por él era tan profundo, tan visceral, que luchaba con cada fibra de su ser para mantenerlo con ella, aunque fuera por un segundo más. Pero el tiempo ya no era su aliado.

Esa mañana, cuando entró en la habitación, Liam estaba más callado de lo usual. La energía que alguna vez irradiaba ahora parecía haberse ido, y su mirada era fija, distante. Adriana sintió un nudo en el estómago al verlo así, pero se acercó a él con la determinación de no dejar que el miedo o el dolor la controlaran.

—Liam —susurró, tomando su mano con suavidad—. ¿Cómo te sientes?

Liam la miró, y por un momento, sus ojos se llenaron de una tristeza profunda. Esa tristeza que solo los que saben que su tiempo está por agotarse pueden comprender.

—Ya no sé cómo explicártelo, Adriana —respondió con voz quebrada—. El dolor no se va, y sé que... sé que esto no tiene solución.

Adriana sintió que el mundo se le venía encima, pero mantuvo la calma. Ella había sido fuerte hasta ese momento, y aunque sus emociones estallaban en su interior, no iba a permitir que se desbordaran frente a él.

—No, no tienes que hablar de eso ahora —dijo, casi sin poder sostener las lágrimas que comenzaban a acumularse en sus ojos—. Solo quiero que sepas que estoy aquí contigo, siempre.

Liam cerró los ojos, pero no se apartó de su tacto. La calidez de su mano era todo lo que quedaba de lo que alguna vez fue una vida llena de sueños y esperanzas.

—No quiero que me veas así, Adriana. No quiero que recuerdes esto.

Las palabras de Liam fueron tan suaves, tan llenas de dolor, que casi rompieron el corazón de Adriana. Ella se inclinó hacia él, tocando su frente con la suya, buscando alguna conexión, algo que los mantuviera unidos a pesar de la enfermedad que lo había marcado.

—No importa cómo te veas, Liam. No importa cuánto tiempo tengamos. Lo que importa es que te amo. Y que te llevaré conmigo siempre, pase lo que pase.

Las lágrimas finalmente se soltaron de sus ojos, cayendo como una lluvia suave sobre la piel de él. Era la primera vez que se permitía llorar de esa forma, con el dolor tan evidente, tan crudo. No había más barreras, no más luchas contra el inevitable final. Solo quedaba el amor.

Liam la miró, y aunque su cuerpo estaba consumido, había una chispa en sus ojos, una chispa de gratitud por todo lo que habían compartido.

—Te amo también, Adriana —dijo, su voz tan tenue que casi no se escuchaba. —Y te prometo que, aunque mi cuerpo se apague, mi amor por ti nunca lo hará. Estaré contigo, de alguna manera, en cada rincón de tu vida.

Las palabras de Liam calaron en el alma de Adriana, y aunque sabía que eran palabras de despedida, algo en su interior la hizo sentir que no estaba completamente perdida. Como si, al menos en el amor, el final no fuera tan definitivo.

—Te prometo que no te olvidaré, Liam —dijo ella, con la voz entrecortada. —Tu amor será mi fuerza, siempre.

Afuera, la lluvia comenzó a caer con más fuerza, como si el cielo también sintiera el peso de lo que estaba sucediendo dentro de esa habitación. Los dos estaban atrapados en un momento eterno, suspendido en el tiempo. La enfermedad de Liam estaba ganando la batalla, pero el amor que compartían no era algo que pudiera ser destruido tan fácilmente.

—Adriana... —dijo Liam con un esfuerzo—. Tengo miedo...

El miedo en su voz era palpable, y Adriana, aunque también temblaba de miedo por la pérdida, apretó su mano con fuerza.

—Yo también tengo miedo, Liam —respondió, su voz firme a pesar de todo—. Pero eso no cambia lo que somos. Lo que somos siempre estará aquí. Y yo siempre estaré aquí contigo.

Liam cerró los ojos, y Adriana permaneció a su lado, tomándole la mano, sintiendo cómo la vida de él se desvanecía poco a poco. Pero en el fondo, sabía que el amor que compartían había sido más real, más significativo, que cualquier lucha, que cualquier enfermedad.

El tiempo no lo podía borrar. El amor, a pesar de todo, seguía siendo su único refugio.




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