Los días que nos quedan

Capítulo 33: El Cielo en sus Manos

El silencio que se extendía por la habitación era abrumador, un silencio lleno de pesar y de un dolor indescriptible. El brillo de las primeras luces de la mañana se filtraba suavemente a través de la ventana, iluminando de manera cálida los rincones de la estancia, como si el mundo siguiera girando a pesar del caos que se había desatado en el corazón de Adriana.

Liam seguía allí, recostado en la cama, su respiración irregular y quebrada, cada exhalación un recordatorio de que el tiempo se estaba agotando. Las manos de Adriana seguían firmemente sujetando las suyas, como si, con cada apretón, pudiera evitar que se desvaneciera por completo. Pero, aunque su cuerpo estuviera allí, su alma parecía irse desmoronando, pieza por pieza, ante los ojos de ella.

El dolor era palpable. No solo el físico, que se reflejaba en los constantes movimientos de incomodidad de Liam, sino también el emocional, el que Adriana sentía al observar cómo la vida de él se apagaba lentamente. Pero aún así, en medio de toda la angustia, había algo que le daba consuelo: los pequeños momentos que habían compartido, los recuerdos que habían tejido juntos, que ahora parecían más valiosos que nunca.

Adriana se acercó a él, sin soltarle la mano, y le acarició el rostro con ternura. Los recuerdos de su primer encuentro, de las sonrisas compartidas, de las promesas de un futuro que parecía tan lejano ahora, invadieron su mente. Le parecía tan surreal que ese mismo hombre, el que había llenado su vida de luz, ahora estuviera atrapado en el sufrimiento.

Recordó los días soleados, las tardes en las que él la sorprendía con una canción, su risa ligera, los momentos en que la miraba de una manera que hacía que su corazón latiera más rápido. Cada uno de esos recuerdos se sentía como un pedazo del cielo que había caído a sus manos. Y, aunque no podía cambiar lo que estaba sucediendo, esos recuerdos le ofrecían un poco de consuelo, una sensación de que, al menos, habían vivido algo hermoso.

Liam gimió suavemente, y Adriana lo miró con preocupación. Cada vez que su cuerpo se agitaba, su corazón se rompía un poco más. La agonía de ver a Liam sufrir sin poder hacer nada era insoportable. Pero, a pesar de todo, él seguía luchando. Eso era lo que más le impactaba: su resistencia. Su determinación de seguir adelante, incluso cuando su cuerpo le fallaba.

—Liam —susurró, sintiendo que su voz se quebraba—, ¿me escuchas?

Él apenas movió la cabeza, pero su mirada se encontraba con la suya. No podía hablar con claridad, pero sus ojos, aunque opacos y cansados, seguían transmitiendo un mensaje que Adriana entendió sin necesidad de palabras: él no quería que ella lo dejara. Aunque todo estuviera cayendo alrededor de ellos, aunque él se estuviera desmoronando, lo único que deseaba era estar con ella.

Adriana inclinó su rostro hacia el de él, besando suavemente su frente. Luego, comenzó a hablar, sus palabras saliendo en un susurro desesperado, pero lleno de amor.

—Recuerdo todo, Liam —dijo, su voz cargada de emoción—. Recuerdo tu risa, tus bromas, tus canciones. Todo lo que me diste. Y aunque te vas, aunque el mundo parece que se va a desmoronar, yo siempre te llevaré conmigo. En mis recuerdos, en mi corazón. Nunca te olvidaré.

Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, pero no las detuvo. Estaba cansada de luchar contra el dolor, cansada de contener las emociones que ya no podía esconder. No importaba cuánto tratara de ser fuerte, la verdad era que se estaba rompiendo.

Liam, con la poca energía que le quedaba, intentó sonreírle, aunque su rostro estuviera marcado por el sufrimiento.

—Siempre... siempre en tu corazón... —dijo con voz débil, como si cada palabra fuera un esfuerzo monumental.

Adriana asintió, sintiendo que el corazón le estallaba. Tomó ambas manos de Liam y las apretó contra su pecho, dejando que él sintiera lo que significaba para ella. A través del dolor, a través de la angustia, Adriana se aferraba a lo único que podía darle un poco de paz: el amor que habían compartido. Era todo lo que quedaba ahora, y no iba a dejar que se desvaneciera tan fácilmente.

El tiempo parecía congelarse en esos momentos. En el mundo exterior, la vida seguía su curso. Pero aquí, en esta habitación, con Liam a su lado, todo lo que importaba era el amor, esa conexión que aún persistía entre ellos, a pesar de las circunstancias.

—Te amo, Liam —susurró una vez más, con toda el alma.

Los ojos de Liam se entrecerraron en un gesto casi imperceptible. Aun cuando su cuerpo ya no podía sostenerlo, su corazón seguía latiendo por ella. Y en ese momento, en esa habitación llena de dolor, Adriana supo que no importaba lo que pasara. El amor que habían compartido siempre estaría con ella, como un faro en la oscuridad.

Mientras las horas pasaban, Adriana se quedó allí, con la cabeza apoyada en el borde de la cama, sin apartar la vista de Liam. No podía evitar la tristeza que la invadía, pero también sabía que, en el fondo, esos pequeños momentos juntos, esos recuerdos que había acumulado a lo largo de los días, eran su refugio.

Y así, entre susurros, recuerdos y un amor inmortal, el cielo parecía acercarse a sus manos, como un regalo que solo el corazón podía comprender.




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