El sol se había puesto, dejando el cielo teñido de tonos morados y naranjas que parecían reflejar el dolor y la calma que se habían apoderado de la habitación. El aire estaba denso, pesado con la tensión de lo inevitable, y Adriana seguía al lado de Liam, observando cada uno de sus movimientos, cada respiración que luchaba por mantenerse firme.
La enfermedad había robado tanto de él, pero había algo en su mirada que permanecía inquebrantable: el amor que sentía por ella. Él ya no podía moverse como antes, su cuerpo parecía no responder, pero había una luz en sus ojos que se negaba a apagarse. Sabía que su tiempo se estaba acabando, que el final estaba cerca, y aún así, su amor por Adriana brillaba con la misma intensidad que la primera vez que se conocieron.
Con un esfuerzo sobrehumano, Liam levantó la mano y la buscó. Adriana, temerosa de que fuera el último gesto, tomó su mano con suavidad, llevándola a su rostro. Los dedos de Liam rozaron sus mejillas, fríos y débiles, pero el toque seguía siendo cálido, porque era él, era su toque, el toque que siempre había sido su refugio.
“Adriana…” murmuró con voz ronca, como si las palabras fueran las últimas que pudiera pronunciar. Ella inclinó la cabeza, mirándolo con ojos llenos de lágrimas contenidas.
—Te escucho, Liam —respondió, apretando su mano.
Él intentó sonreír, una sonrisa tan débil, pero con un brillo en los ojos que solo Adriana podía entender. Había algo más que quería hacer antes de irse, algo que dejaría con ella, algo que la acompañaría siempre.
Con un último esfuerzo, Liam giró un poco hacia la mesa de noche, donde había colocado una pequeña caja de madera que había guardado con celo durante días. Con torpeza, extendió su brazo, alcanzando la caja, y con cuidado, la abrió.
Dentro de ella había un pequeño collar de plata, delicado, con un dije en forma de estrella. Era simple, pero tenía un brillo sutil que parecía reflejar todo lo que él no podía expresar en palabras. El collar era algo que había comprado hace algún tiempo, con la intención de dárselo a Adriana en algún momento especial. Pero el momento había llegado antes de lo que ambos esperaban.
Liam sostuvo la caja entre sus manos, y miró a Adriana con una ternura infinita.
—Este… este es mi último regalo para ti —dijo, su voz casi inaudible. —Quiero que siempre lo lleves contigo. Que cuando lo mires, recuerdes que mi amor por ti no tiene fin, incluso cuando ya no esté aquí.
Adriana, con el corazón completamente roto, miró el collar, luego a Liam. No podía creer lo que estaba sucediendo, no podía entender cómo alguien podía amarla tanto, y darle algo tan simbólico, tan valioso, justo cuando él se desvanecía frente a ella.
—Liam, no… —intentó hablar, pero las palabras se ahogaron en su garganta.
—Siempre estaré contigo, Adriana. Aunque no lo vea, estaré contigo. No llores por mí. Lleva este regalo como un recordatorio de que el amor que compartimos fue real, que… —su voz se cortó por un segundo— que aunque me vaya, te seguiré amando. Siempre.
Adriana no pudo más. Las lágrimas empezaron a caer sin control, pero no eran solo lágrimas de dolor, sino también de agradecimiento. Ella tomó el collar con delicadeza, y lo sostuvo contra su pecho, como si con ese gesto pudiera aferrarse a la última parte de él que aún quedaba.
—Te prometo que siempre lo llevaré conmigo, Liam —dijo, con la voz quebrada, mientras tomaba el collar y lo colocaba alrededor de su cuello, dejando que la cadena cayera sobre su piel.
Liam cerró los ojos, su respiración aún más lenta, pero había una paz en su rostro ahora. Había entregado todo lo que tenía, había dado su último regalo, su último suspiro de amor.
Adriana se quedó junto a él, sin palabras, sin poder moverse. Sabía que este regalo sería lo único que le quedaría de él. El collar, tan pequeño y simple, pero lleno de un amor que no se desvanecería con su partida.
El tiempo parecía detenerse una vez más. Adriana, con el collar ahora entrelazado con su ser, se quedó ahí, mirando a Liam, aferrándose a la última imagen de él con vida. Y cuando sus ojos finalmente se cerraron, cuando su cuerpo dejó de moverse, ella no sentía solo el vacío, sino la promesa de que el amor de Liam jamás la dejaría.
Editado: 21.04.2025