Los días que nos quedan

Capítulo 37: El Último Latido

El amanecer llegó lentamente, como si el mundo estuviera hesitando, indeciso, sobre cómo despertar tras la oscuridad de la noche anterior. La luz suave del sol coló en la habitación, iluminando la figura de Adriana, sentada junto a Liam, su cuerpo descansando en la cama en la quietud que solo la muerte podía traer. La respiración de él ya no era la misma; ya no había ese leve movimiento del pecho que Adriana había llegado a esperar como una constante en su vida.

Era extraño, cómo la ausencia de Liam se sintió más intensa que cualquier presencia. El amor, que durante tanto tiempo había sido una tormenta de emociones intensas, ahora se encontraba sumido en la calma del vacío. Pero no era un vacío total, no. Había algo allí, algo que aún persistía, un eco de todo lo que Liam había sido y representado en su vida.

Adriana permaneció ahí, con la mano de Liam en la suya, el collar de estrella que él le había dado brillando suavemente bajo la luz del sol. Su mente estaba llena de pensamientos desordenados, recuerdos de momentos compartidos, de conversaciones sobre la vida, la muerte, el amor. El sonido de su voz resonaba en sus oídos, recordándole la profundidad de lo que habían vivido, de cómo sus almas se habían entrelazado más allá de lo que las palabras podían describir.

Una lágrima solitaria cayó por su mejilla, pero ya no era una lágrima de desesperación ni de rabia. Era la aceptación del final, la comprensión de que el ciclo de la vida es impredecible, que el amor, aunque no pueda evitar la muerte, nunca se desvanece realmente.

El sonido del latido de su propio corazón, fuerte y constante, la hizo darse cuenta de algo. A pesar de la ausencia de Liam, su amor seguía latiendo en su interior. No era algo que pudiera ver, ni tocar, pero estaba allí, profundo y palpable, como una parte de su ser que nunca desaparecería.

A veces, el amor no se define por lo que queda después de la partida de un ser querido. A veces, es la huella que deja en nosotros lo que lo hace eterno. Liam había dejado una huella indeleble en su corazón, y esa huella nunca se borraría, ni con el paso del tiempo.

Adriana cerró los ojos y recordó una de las últimas cosas que Liam le había dicho: "Aunque me vaya, siempre estaré contigo". Esa promesa había sido más que palabras. Había sido un vínculo que trascendía la muerte, que solo el amor podía formar. A través de cada latido de su corazón, a través de cada pensamiento y sentimiento que había compartido con él, él estaría siempre con ella.

Se levantó lentamente, sintiendo que algo dentro de ella había cambiado. No era el fin del amor, sino su transformación en algo diferente, algo más profundo, algo que no necesitaba de la presencia física para existir. Sabía que, de alguna manera, Liam seguiría ahí, acompañándola, guiándola a través de la vida que continuaba, aun sin él.

Con delicadeza, besó la frente de Liam, un último gesto lleno de amor. Y mientras se apartaba, el sol seguía su curso en el cielo, y el mundo, con todos sus desafíos y sorpresas, seguía girando. Pero Adriana ya no temía el futuro, porque ahora entendía lo que siempre había sido cierto: el amor no se mide por los momentos que compartimos, sino por la eternidad que dejamos en el corazón del otro.

Se giró, caminando hacia la ventana, con la luz del sol abrazándola suavemente. El sonido de su propio corazón, tan firme y claro, le recordó que el amor no conoce de despedidas, solo de transformaciones. Y con esa paz, cerró los ojos y permitió que una sonrisa se dibujara en su rostro.

Porque en su corazón, en su alma, el último latido de Liam seguía vivo, y siempre lo estaría.




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