Los días seguían su curso, imparables, como siempre lo habían hecho. Arianna vivió muchos más años después de Liam, los años que prometió vivir por él. Su vida estuvo llena de momentos dulces y amargos, pero siempre, siempre con su amor intacto, guardado en lo más profundo de su ser.
Cuando llegó el momento de su partida, Arianna se encontraba rodeada por aquellos que la amaban. En su última noche, después de tantas décadas de vida, un sueño suave y reconfortante la envolvió. En su mente, vio a Liam una vez más, tal como él era cuando la vida aún brillaba en sus ojos. Estaba allí, a su lado, sonriente, la música suave en el fondo, los dos riendo como si nunca se hubieran separado. En su corazón, ella sabía que el tiempo no había borrado nada.
En ese instante, Arianna comprendió que la muerte no era un final, sino una transición. Una transición hacia algo más grande, donde las almas que se habían amado seguirían entrelazadas, más allá del espacio y el tiempo. Ya no había más miedo, ni más dolor. Solo amor. Un amor que perdura, incluso después de la muerte.
La luz de la mañana siguiente entró a través de las ventanas, bañando su habitación con una calidez dorada. En su mano, aún apretada con delicadeza, tenía una pequeña cajita de madera. Era el último regalo de Liam, el que él le había dado en sus últimos días: un pequeño medallón, con la foto de los dos, sonriendo, en su juventud. Arianna lo sostuvo entre sus dedos y sonrió con paz. Había cumplido su promesa.
En su funeral, los rostros de aquellos que la conocieron la recordaron no solo como una mujer que había amado profundamente, sino como una mujer que había aprendido a dejar ir, a seguir adelante, mientras mantenía viva la memoria del amor que nunca murió. Las flores que adornaban su tumba, como las de Liam, eran las mismas flores que él le había regalado en su juventud. Y bajo esa misma tierra, descansaban ahora las dos almas que siempre se habían amado.
En el horizonte, el sol se ponía suavemente, tiñendo el cielo de una tonalidad cálida, como el fuego que una vez ardió entre ellos. Y mientras las sombras se alargaban, la brisa suave llevaba consigo una última canción, un eco lejano de amor eterno, una melodía que nunca se desvanecería.
Y así, aunque sus cuerpos ya no estuvieran, sus almas bailaban juntas en la eternidad, unidas por la promesa que había sobrevivido más allá de la vida misma.
Fin.
Editado: 21.04.2025