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Marco se encontraba escuchando una de las reprimendas de su tío Joaquín… otra vez. De alguna manera, había desarrollado la habilidad de desconectarse del mundo al comenzar a escuchar la voz del hermano mayor de su padre, pero, al mismo tiempo, simulaba estar presente, escuchando con atención. Realmente, no tenía que fingir demasiado; luego de casi diez años desde que sus padres fallecieran, y que fuera Joaquín quien se hiciera cargo de él y de su hermana mayor, Marco se había dado cuenta de que cada sermón iba casi siempre sobre lo mismo: cuando era un adolescente, se trataba de no meterse en problemas, de sacar buenas calificaciones; en su etapa universitaria, todo giraba en torno a elegir una buena carrera y, además de las buenas calificaciones, le insistía en que se relacionara con la gente adecuada. Y ahora, le insistía en involucrarse por completo en el negocio familiar y asegurarse de llevarlo en una buena dirección, tal como lo había hecho su padre, y como lo hacía Joaquín mismo. No tardaría en presionarlo para que consiguiera una buena esposa. Y pronto.
Según su tío, ya tenía edad suficiente para sentar cabeza. Y seguramente, en cuanto lo hiciera, no tardaría en hostigarlo con tener hijos, alegando que era su responsabilidad continuar con el legado familiar. Y Marco ya estaba fastidiado y cansado de escuchar todo lo que se esperaba de él.
—¿Estás poniendo atención a lo que te digo? —preguntó Joaquín, interrumpiendo los pensamientos de su sobrino con la voz grave y autoritaria que lo caracterizaba.
—Sí, tío —mintió un poco Marco, mientras se acomodaba en la elegante silla frente al gran escritorio de la oficina que alguna vez fue de su padre. Había estado encorvado y en silencio mientras escuchaba a su tío recordarle todos sus deberes.
—Estoy consciente de que pronto tendré que ponerme al frente de la empresa, y créeme cuando te digo que quiero cumplir con mis responsabilidades lo mejor posible. Sé que se espera mucho de mí, pero no puedo hacerlo todo de golpe. Necesito un respiro antes de asumir todas esas responsabilidades.
—¿Un respiro? —preguntó Joaquín, casi con desdén—. ¡Has tenido un año entero para hacerlo, Marco! Me pediste un año sabático luego de abandonar la maestría alegando que no estabas seguro de si eso era lo que querías en verdad. Te lo concedí, ¿y aún no es suficiente?
—No ha sido un año sabático realmente, ¿o sí? —replicó Marco—. Prácticamente, en estos últimos diez meses he estado poniéndome al día y aprendiendo todo lo que debo saber para manejar la empresa. Difícilmente le llamaría a eso un año sabático.
—¿Y esperabas que te dejara desperdiciar tu vida y tu tiempo solo para cumplir tus caprichos con el pretexto de que aún no sabes qué es lo que quieres de tu vida? ¡El camino siempre ha estado frente a ti! Sabías que algún día tendrías que ponerte al frente de este negocio o empresa.
Claro que lo sabía. Era lo que su padre siempre le había dicho, era lo que él sabía que haría y era algo que había anhelado, incluso, pero no imaginó que lo tendría que hacer tan pronto. Él se había imaginado que tendría tiempo para aprender todo lo que necesitaría saber de la mano de su padre, que le ayudaría y sería su mano derecha. Y al cabo de unos años, cuando se sintiera suficientemente preparado, él continuaría con el trabajo que su padre se había encargado de crear. Pero cuando aquel accidente reclamó la vida de sus padres, ese futuro se desvaneció y jamás anticipó que su tío lo estaría presionando a hacerse cargo de todo tan pronto.
Se hizo un silencio en la oficina. Ambos hombres se quedaron en silencio; Marco rumiaba en sus pensamientos, mientras Joaquín lo observaba detenidamente. De pronto, sintió que había sido demasiado duro con sus palabras. A pesar de ser un hombre severo y estricto, amaba a sus sobrinos como a sus propios hijos. Él fue quien se hizo cargo de Marco y de su hermana cuando sucedió el accidente, y poco después también asumió la dirección de la empresa. Lo había hecho perfectamente: ese era el patrimonio de sus sobrinos, y lo manejaría de la mejor manera para que ni entonces ni en el futuro les faltara nada. Sin embargo, sabía que, aunque nunca habían pasado por ninguna carencia, la ausencia de sus padres era algo que él, por más que lo intentara y lo deseara, no podría reemplazar. Ahora que veía a Marco como un hombre, estaba siendo exigente y, por momentos, inflexible, porque sabía que su sobrino podía asumir ya esa responsabilidad, aunque a veces parecía que seguía hablando con aquel chiquillo voluble que corría por el jardín sin preocupaciones.
—Hablaremos después de este asunto —dijo Joaquín—. Recuerda que hoy cenaremos todos en casa.
Esa fue la señal para Marco de que debía retirarse. Ya no había mucho más por decir, aunque el tema no estaba del todo resuelto. Levantándose, sin decir una palabra, salió de la oficina de su tío.
*
No era inusual que la familia se reuniera a cenar, pero desde que Mariana, la hermana mayor de Marco, se había casado, los encuentros en casa de los Larrea se habían vuelto menos frecuentes. Ahora debía dividirse entre los compromisos con su familia política y la suya de origen, así que cada vez que tenía oportunidad de pasar tiempo con su pequeña familia, no dudaba en hacerlo. Más aún ese día, cuando su hermano había sido convocado a una reunión con su tío Joaquín.
Sabía que, una vez más, Joaquín lo habría presionado para que “sentara cabeza”. No era ninguna novedad, pero seguramente Marco había salido de ahí más inquieto que de costumbre.
—¿De qué hablaron esta vez? —preguntó Mariana, tomando asiento en la sala de la casa.