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No hubo ningún incidente mayor durante la cena y todos pudieron disfrutar de una noche tranquila en familia. Alberto, el esposo de Mariana, llegó un poco más tarde y, como de costumbre, fue él quien sostuvo la conversación con el tío Joaquín. Aunque también era un hombre de negocios, no estaba involucrado en la metalurgia como los Larrea, pero siempre encontraba un tema de conversación con Joaquín. Marco, por su parte, evitaba los temas empresariales, y Mariana, aunque conocía bien el negocio familiar, prefería no abrumar a su hermano con esos asuntos.
Joaquín, entre comentarios, soltó alguna que otra indirecta sobre la indecisión de su sobrino, pero fue Mariana, con su habitual tacto y diplomacia, quien suavizaba la conversación o cambiaba de tema con la misma naturalidad con la que tomaba su taza de café.
—Está bueno el vino, ¿no? —dijo Joaquín mirando la copa al final de la cena—. Lo trajo un proveedor nuevo, del Valle de Guadalupe. Joven, emprendedor… se nota que tiene claro lo que quiere.
Marco empezó a sentirse inquieto e incómodo. Había esperado que con el final de la cena las alusiones hacia él terminaran, pero su tío parecía dispuesto a retomar el tema a como diera lugar. Mariana, al otro lado de la mesa, levantó apenas la ceja, anticipando lo que vendría.
—Hoy en día los jóvenes no tienen miedo de arriesgarse —continuó Joaquín, girando la copa entre los dedos—. Algunos, claro. Otros prefieren esperar a que las cosas les lleguen. Como si el tiempo fuera eterno.
—No siempre se trata de miedo, Joaquín —dijo con voz tranquila Alberto interviniendo—. A veces uno necesita pensar bien las cosas antes de decidir antes de tomar una decisión, o más aún, algún riesgo.
Alberto sabía los roces que había entre Joaquín y Marco y sabía también por Mariana que recientemente las tensiones se habían vuelto cada vez más constantes. Igual de diplomático que su esposa, logró apaciguar a Joaquín y la sobremesa, al fin, continuó sin otro comentario al tema. Marco le dio una mirada de agradecimiento y alivio a Alberto, quien únicamente le respondió con una sonrisa breve.
Marco se llevaba bastante bien con Alberto. Al principio, no le había simpatizado mucho, pero con el tiempo aprendió a apreciarlo y se habían hecho buenos amigos. Alberto, por su parte, entendía perfectamente el lazo que unía a los hermanos y jamás se le pasó por la cabeza interponerse entre ellos. Incluso cuando le ofrecieron un puesto de trabajo en otra ciudad, prefirió declinar la propuesta: llevaba a penas unos cuantos meses de casado con Mariana y sabía que el llevársela tan pronto sería un golpe duro de asimilar para Marco y para Joaquín. Ya vendrían más oportunidades en el futuro.
Después de la cena, Joaquín se retiró a su estudio, y los más jóvenes se quedaron charlando de temas más ligeros.
Ya entrada la noche, Mariana y Alberto se despidieron. Antes de irse, ella se dirigió al estudio, donde Joaquín se encontraba leyendo y escuchando música, tratando de relajarse tras un día intenso. La conversación con Marco esa mañana aún le pesaba, y la incertidumbre sobre el futuro de su sobrino lo tenía inquieto.
El sonido de la puerta lo sacó de sus pensamientos. Levantó la vista y vio a Mariana asomarse por el umbral.
—Estamos por irnos, tío. Solo quería despedirme —dijo ella.
—¿Desde ahí? No seas maleducada —respondió Joaquín, con una leve sonrisa, invitándola a entrar.
Mariana se acercó y le dio un beso en la mejilla. Su tío, alto y todavía fuerte, le parecía casi inquebrantable. Aunque él insistiera en que ya no era el mismo de antes, a sus ojos seguía siendo el hombre sólido que había sostenido a la familia cuando todo se vino abajo. Pero también sabía que no era eterno.
—¿Pasa algo? —preguntó, notándolo pensativo.
—Es Marco... No sé qué hacer con él —confesó Joaquín, en su tono grave habitual, aunque con una leve preocupación asomando en su voz. Era raro verlo así.—Cada vez lo siento más perdido— continuó Joaquín mientras Mariana lo escuchaba atenta —. Se me escapa de las manos. Siempre ha sido brillante, pero ahora parece que nada le importa.
Ella guardó silencio. Sabía cuánto había cargado su tío desde que tomó las riendas de la familia y de la empresa. Lo había hecho por ellos, pero también por convicción. Y esa convicción, a veces, le nublaba la empatía.
—Es joven aún, tío. Pero entiendo tu preocupación —dijo finalmente Mariana—. Está buscando su lugar en el mundo, y no sabe por dónde empezar. Quizá necesite algo más que tareas y expectativas.
Joaquín la miró, intrigado.
—¿Qué propones?
—Dale tiempo. Un año sabático —dijo ella sin titubear. Vio cómo Joaquín alzaba una ceja, escéptico, recordando que Marco ya había tenido su "descanso".
—Uno de verdad —aclaró Mariana, firme pero serena—. Que se aleje de todo esto. Sin presiones. Podría irse con la tía Matilde, como cuando éramos niños.
Joaquín soltó una risa suave, entre incrédulo y divertido. Un año sabático en la finca de Matilde, esa mujer excéntrica y despreocupada, que siempre había sido un contraste con su disciplina.
—¿ Un año sabático en la finca de Matilde? ¿Ella, que cree que la astrología puede cambiar el mundo?
—Esa misma —respondió Mariana, sonriendo—. Tal vez no sea el modelo tradicional que tú esperas, pero eso podría ayudar a Marco a ver las cosas desde otra perspectiva.