Los Guerreros se habían reunido nuevamente.
-¡Bien, ahora vamos al submarino explosivo! – dijo Rik - ¡Sé que les va a encantar!
-Deja de jugar, – ordenó Ronnman. – Venimos a hacer cosas más importantes.
-Lo sé, lo sé. Pero estoy seguro de que el gobernador puede esperar.
-Rik… - dijo Kháli - ¿Eres tú el gobernador?
Eso explicaría por qué Ronnman no lo trataba peor. Rik le dedicó su mirada de ofendido. - ¿Cómo osas a compararme con ese hombre malacara?
-No has respondido mi pregunta, – dijo ella ya acostumbrada a sus mentiras.
-Gobernador es Rupert – dijo Gertrude balanceándose de un lado a otro y sonriendo sin alegría. – Él es Rik.
-Rik pudo habernos mentido… Anda responde.
-Rik es el hijo del gobernador, – explicó Ronnman.
Sorprendidas, las Peones contemplaron al chico quien les dedicó una sonrisa radiante y un guiño.
-Y ya nos has hecho perder el tiempo suficiente, – continuó la Torre; – llévanos con él ahora.
-Está bien, está bien… Pero ustedes nunca antes habían venido a una feria Mayalle, ¡Solo un juego más!
-¡No! – exclamaron Kháli y Ronnman.
-Entiendo, entiendo. Sigan ese camino, – dijo señalando una desviación de todo el conglomerado del festival.
Sin agradecer, Ronnman comenzó a caminar seguido de Gertrude.
-No deberías hablar mal de tu padre a sus espaldas, – comentó Kháli.
-No te preocupes, lo hago también frente a sus narices.
Kháli sacudió la cabeza en desaprobación.
-Te veo allá, – dijo Rik dándole un ligero empujón.
La Peón se apresuró a reunirse con sus compañeros y juntos llegaron a una pequeña casa de piedra. Había cuatro Mayalles vigilando la entrada, dos de cada lado. Sin explicar nada, Ronnman se adelantó y tocó la puerta; los guardias al ver que los visitantes eran Guerreros, permanecieron quietos en sus puestos.
-Adelante, – dijo una voz desde el interior de la casa. La voz era muy calmada e increíblemente autoritaria a la vez.
Los Guerreros entraron. Se encontraron frente a un hombre alto y delgado, su cara era alargada, sus ojos grandes y negros; su tez era clara, su pelo negro y sus extremidades muy largas.
-Así que al fin vinieron, Guerreros, – dijo con su voz tan peculiar. Su postura irradiaba elegancia y cada movimiento que hacía tenía una delicadeza sutil.
Ronnman fue directo al grano. - Escuchamos que estaba en una reunión importante.
-¡Tonterías! Y aunque la hubiera tenido, los Guerreros Blancos pueden interrumpir cuando quieran. ¿Quién les dijo esa mentira?
-Su hijo, – respondió la Torre sin vacilar.
Rupert sacudió su cabeza. – No me sorprende. Siéntense, – indicó. Los Guerreros así lo hicieron.
La estancia en la que estaban era pequeña. La casa no se diferenciaba a la de los humanos. La sala tenía dos sillones y un sofá, todos redondos y de colores amarillo con verde.
-Como usted sabe, yo soy la Torre Ronnman, ella es mi discípula Gertrude y la alumna de la Alfil Alexandria, Kháli.
El gobernador Rupert asintió. – Escuché que hubo problemas en el tren, espero que no hayan resultado heridos, – dijo percatándose después en la mano vendada de Gertrude.
-Estamos bien,. – contestó Ronnman.
Rupert sacudió su cabeza con pesar. – Hace meses que no se mejora el servicio, temo que una catástrofe suceda de un momento a otro con ese tren.
-Una mujer en el tren dijo que habían ciertos problemas con el dinero, – se atrevió a decir Kháli - ¿Están teniendo una crisis económica?
-Sí, pero no es ése precisamente la raíz del problema. – Rupert se acomodó en su sillón. – Hace unos meses se reportaron desapariciones en la ciudad; todo el dinero se está gastando en encontrar a estos Mayalles, pero ha sido inútil; no se ha hallado a ni uno solo y la ciudad está muy preocupada por sus familiares y amigos desaparecidos. Esto les ha causado un enojo contra mí.; creyendo que eso les devolverá a sus seres queridos, piden mi retiro…
Rik llegó en ese momento, probablemente por una puerta trasera ya que venía del interior de la casa.
-¡En casa estoy! – exclamó contento, lanzándose sobre el sillón que estaba desocupado.
-En casa estás, – le contestó su padre en forma de saludo. – Tengo entendido que serviste de guía a los Guerreros, ¿no habías dicho que odiabas a los humanos?
La sonrisa de Rik se desvaneció al instante y lanzó una mirada de soslayo a Kháli quien lo miraba con la ceja alzada y la mirada interrogante. Rik dejó escapar aire intentando que sonara como una risa.
-Ja… yo jamás dije eso.
-Es cierto, padre, – dijo una chica entrando en la estancia. – En casa estoy.
-En casa estás, – respondieron el gobernador y Rik al mismo tiempo.
Editado: 08.06.2024