Los Dieciséis Guerreros (libro 2)

Capítulo 34

-¡¿A dónde las llevaste, cobarde?! – gritó Rita.

Trooan había desaparecido llevándose a su hermano y a ambas Peones. Había tardado solo un par de minutos; Rita no podía dejar que las Peones murieran y sin embargo, ignoraba a dónde las había transportado y qué tenía planeado hacer con ellas.

El Terroriano no respondió, recogía los tres aros de acero que se habían quedado en su tamaño grande; con fuerza los partió en tres, cada pedazo asemejándose a una espada curva. Cuando tuvo todos los trozos en sus manos, Rita se alistó para seguir luchando, pero Trooan no se los lanzó a ella sino que con toda su fuerza, los lanzó en la dirección contraria. Los pedazos desaparecieron en la distancia mientras Rita contemplaba desconcertada ya que no había nadie en esa dirección.

-¿Perder a tu hermano ha hecho que perdieras tu puntería? – se burló ella.

-Todo lo contrario, Torre, - fue su respuesta tranquila. - ¿Sabes que el sellar a un hermano mío me hace más fuerte?

Ella lo miró desafiante, bruscamente apartó su cabello de los ojos mientras preguntaba: -¿Entonces por qué no peleas contra mí en lugar de desquitarte con las Peones y Angelinos?

-No me sirve luchar contra ti. Personas como tú solo sienten alegría al pelear, aunque te matara eso no me haría más fuerte, – sonrió al añadir: - Tengo planeado algo muchísimo mejor.

-Ay, ya cállate. Las Torres odiamos hablar tanto. ¡Tal vez tú no quieras luchar, pero yo no he venido a hacer otra cosa! – exclamó y se arrojó a él. 

-Guarda tu energía, Torre. – sugirió, deteniendo su ataque con poca dificultad. - Es verdad que el caos, los desastres y conflictos me dan poder, eso no quiere decir que no pueda sentir todo lo demás.

Rita aumentó su fuerza. -¡Me irritan tus habladurías!

-Siento el cariño y el apego que se tienen unos seres a otros.

El desconcierto de Rita iba en aumento; no entendía por qué Trooan desperdiciaba el tiempo en tanta charlatanería. El Terroriano prosiguió:

-Sé el grado de amistad que sienten los Guerreros; su lealtad y alianza son más fuertes que las de las personas comunes, por eso irritarlos a ustedes nos da más energía. Desesperarlos hasta que no ven salida alguna; hasta que se den cuenta que todo batalla, sacrificio y buena acción es completamente inútil.

Rita continuaba forcejeando. -¡Déjate de rodeos y di a dónde quieres llegar! – Las palabras del Terroriano la hacían sentir inquieta aunque no comprendiera su completo significado.

-Mira allá, - dijo él señalando con su barbilla a la nación de los Angelinos. – En estos momentos, mi hermana Soledad está sujetando un cuchillo sobre el cuello del marcado…Julian; si en diez minutos nadie la detiene, lo matará.

Rita rugió sonoramente.

-No puedes decidir tan a prisa, - advirtió el Terroriano complacido, - no solo tienes que escoger entre salvar al marcado o las Peones, ya que fue justamente en la dirección contraria al marcado que lancé los trozos de acero, apuntando directo a las espaldas del Alfil que intenta librar a la nación de mis tornados.

Rita palideció, finalmente comprendiendo el plan del Terroriano.

-Así es, - murmuró Trooan complacido, - los aros de acero llegarán exactamente al mismo tiempo que Soledad le corte la garganta a Julian. ¿Qué decides Rita? Sé que puedes llegar a tiempo, pero tan solo a uno de ellos. Sé que ardes en deseos de salvar a Alexandria y no te culpo, por supuesto, es tu mejor amiga; y si ella muere, los tornados devastarán a toda la nación, pero en ese caso, haré que Soledad salve a Julian. Sin embargo, si decides salvarla a ella, Soledad le cortará la garganta al marcado y será tu culpa de que el amado del Alfil perezca y ambos sabemos que ella jamás te lo perdonaría. Esas son tus opciones: te enfocas en las Peones que me llevé, dejas morir a tu mejor amiga o la salvas haciendo que ella te deteste por el resto de su vida. Ahora sí, te urjo a que corras; se agota el tiempo.

Pero Rita ya no estaba cuando Trooan pronunciaba las últimas palabras. Su mente había entendido todo y a pesar de que ella no era Alfil, intentaba pensar en formas de salvarlos a todos. En segundos comprendió la respuesta: no podría. 

Corría lo más veloz que podía; sus pies apenas levantaban el polvo al hacer contacto con el suelo, balanceaba sus brazos para cortar el viento e ir más rápido. Sabía que Trooan tenía razón en todo lo que había dicho; a pesar del tiempo que habían pasado juntas y aunque fueran compañeras Guerreras, Alexandria no le perdonaría la muerte de Julian a nadie, lo amaba y Rita no podía concebir la idea de que su mejor amiga la mirara con odio por el resto de sus días… pero tampoco podía dejarla morir. No quería dejarla morir. No podía imaginarse la próxima Guerra contra el Imperio Negro sin la presencia del Alfil. No era opción. Y si Alexandria perecía antes de sumergir a la Nación, ésta se vería completamente deshecha. 

Con los puños y dientes apretados, Rita se lanzó desde lo alto del risco hacia el océano. El instante que hizo contacto con el agua, comenzó a nadar con todas sus fuerzas. El color rojo por la sangre de los Quebrantahuesos y los Angelinos hacía difícil el ver sus alrededores, pero ella continuó siempre hacia adelante. Su cronómetro mental también trabajaba y le indicaba apesadumbrado que por más veloz que ella fuera, no tendría tiempo para salvar a ambos. Era el uno o el otro. Julian o Alexandria. La Alfil o el hombre que amaba, quien también era un poderoso aliado. 



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En el texto hay: peleas, romance, guerreras

Editado: 08.06.2024

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