Los Dieciséis Guerreros (libro 2)

Capítulo 36

Cuatro tornados habían desaparecido. Uno todavía quedaba intacto. Alexandria veía cómo el quinto y el más grande de los tornados se dirigía hacia donde el grupo de Angelinos estaban luchando; estaban ganando su batalla contra los Quebrantahuesos, pero no podrían salir vivos si eran impactados por esos poderosos vientos.

-Oh, Rita, – Bynner se lamentaba al lado del cuerpo de la Torre; le habían extraído las navajas y el Caballero colocó su capa sobre ella. Rita tenía moretones en el rostro, pero en ese momento parecía estar durmiendo tranquilamente. Bynner movía su cabeza apesadumbrada de un lado a otro. -Nunca imaginé que la batalla contra los Terrorianos duraría tanto y tendría tan catastróficas consecuencias.

-Bynner, – la voz de Alexandria interrumpiendo las cavilaciones del Caballero. – El tornado se dirige hacia los Angelinos. Es muy tarde para que yo pueda desviarlo y los Angelinos están heridos, no podrán retirarse lo suficientemente rápido.

Entre la congoja y la alarma, Bynner se quedó en su lugar. No podía ver el rostro del Alfil y se preguntaba si se sentiría tan apesadumbrada como él. Se centró en lo que ella le decía; vio a los Angelinos y efectivamente parecían hormigas frente aquel tornado que se acercaba. -¿Qué hacemos?.

-Cabalga lo más rápido que puedas y avísale a la emperatriz, ella hará el resto.

-¡Oh! - se levantó de pronto - ¡Claro! ¡Tienes razón! – se detuvo y le dedicó una última mirada triste a Rita.

-Rápido, - indicó el Alfil en apenas un susurro. Bynner asintió y se alejó.

Dejó a Alexandria y cabalgó rápidamente hacia la nación de los Angelinos que había tardado menos en alzarse que en sumergirse. Cuando llegó, los árboles y casas intactas le dieron la bienvenida. 

Le exigió al primer Angelino que vio que lo llevara con la emperatriz; la encontró en el salón, en su asiento de siempre hablando con el Rey. Él le comunicaba en esos momentos la muerte de su Torre cuando irrumpió Bynner.

El plumaje de la emperatriz se sacudió al ver al caballero. -¿Más malas noticias? - preguntó con precaución.

La mirada seria y preocupada de Bynner se alternó entre el Rey y ella. Se apresuró a participarles sobre el tornado faltante y el peligro que corrían sus súbditos.

Las bellas plumas de la emperatriz se estremecieron de la cólera que sentía y que se reflejaba en su rostro.

-Ya es suficiente, - dijo con el ceño fruncido y enojada se levantó de su trono. – ¡Quiero a esos Terrorianos fuera!

-Estamos en ello, su señoría  - el tono del Caballero era grave la pronunciar sus palabras.

-Lo sé, querido, pero ya es hora de que yo haga algo para que se vayan.

La emperatriz se adelantó hasta estar en medio del salón; las hojas y plumas que componían las paredes comenzaron a sacudirse creando un rumor tenue. Un agujero comenzó a abrirse en el techo justo arriba de ella; la majestuosa Angelina desplegó sus enormes alas y cuando estas estaban completamente estiradas, levantó el vuelo; sus largas colas, extensiones de plumas, la siguieron lentamente haciendo que las paredes quedaran descubiertas. Conforme la emperatriz tomaba más altura, los árboles que estaban alrededor de la nación se iban quedando desprovistos de su hermosa espesura.

El Caballero contemplaba boquiabierto. El Rey interrumpió su admiración. -Bynner, llévame al campo.

El Caballero pareció despertar de un sueño. -Que… Oh. En seguida, su majestad.

Ambos tuvieron los ojos puestos en el cielo mientras se dirigían de vuelta a donde Alexandria estaba. La emperatriz ya se había alejado bastante, pero su cola de plumas seguía saliendo de la nación.

-Magnífica, - murmuró maravillado el Caballero.

El tornado estaba a punto de llegar al sitio de combate. Muchos Angelinos vieron al tornado acercarse, pero la mayoría estaban sumamente heridos y exhaustos por lo que se podían alejar solo muy lentamente.

-Llegará, - musitó Bynner mirando a la emperatriz, - claro que llegará.

La emperatriz agitaba sus alas una vez cada cierto tiempo, lo que era suficiente para impulsarse. Cuando llegó con sus Angelinos se detuvo en medio de ellos y les ordenó acercarse a ella. Todos obedecieron sin rechistar y se reunieron alrededor de ella. Los más sanos sosteniendo a los heridos. La emperatriz entonces comenzó a rodear a los Angelinos con sus plumas, estas se desplazaban como si tuvieran vida propia hasta que crearon una especie de escudo que se asemejaba a una esfera alrededor de todos. 

El tornado los golpeó despiadadamente. Bynner apretaba el pelaje de su caballo mientras el ciclón ocultaba a los Angelinos de su vista. El polvo y los vientos cubrieron el panorama. Alexandria también contemplaba la escena. Sus uniformes se agitaban levemente mientras esperaban en silencio.

Después de lo que pareció una eternidad, el tornado siguió su curso dejando ver la esfera de plumas, polvorienta pero intacta, que protegía a los Angelinos.

Bynner y el Rey exhalaron con alivio y siguieron observando cómo la emperatriz apartaba sus plumas y todo el grupo descendía ileso de ese ataque.

El Caballero sonrió al ver a la emperatriz. -Magnífica - repitió.



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En el texto hay: peleas, romance, guerreras

Editado: 08.06.2024

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