"Dicen que el universo no recuerda los años, pero los hombres sí"
El el año 15.000 del reinado del Rey Adur, una nueva galaxia nació, de tonos azules y púrpuras, que fue nombrada Haritz por los dioses, que significa corazón de los dioses
Una gran coincidencia hizo que yo naciera junto a la galaxia por lo que como la tradición dictaba recibí el mismo nombre de la galaxia, pero yo no era el hijo del Rey Adur; era uno de sus muchos bisnietos, fruto de una larga dinastía que se había extendido durante milenios, como ramas de un árbol ancestral que nunca deja de crecer.
Mi padre no era un gran principe digno de admiración , al contrario era un hombre complaciente, cómodo entre los lujos y la quietud del palacio, más preocupado por las fiestas y los banquetes que por las responsabilidades del poder.
Mi madre no provenía de palacios ni de linajes antiguos ;era una mujer hermosa, sí, pero su belleza no nació entre los muros dorados del reino de los dioses, sino en la oscuridad y el bullicio de un burdel en las ciudades mortales.
A diferencia de mi padre yo no tenía los rasgos perfectos y etéreos de los dioses —seres inmortales, esculpidos como mármol vivo— de cabellos platinados, casi blancos, que brillaban como la luna; ojos dorados que ardían como soles y piel tan pálida como la luz de las estrellas. Cada uno de ellos, una belleza inalcanzable, fría, casi inhumana, yo en cambio, era distinto, mi cabello era claro, sí, rozando el rubio platinado , pero con tonos apagados, terrenales. Mis ojos, lejos de brillar como el oro, poseían un inusual color violeta al igual que mi madre . Y mi piel, aunque clara, conservaba el leve matiz cálido de la sangre mortal .
Como todos los hijos de mi padre el príncipe, crecí rodeado de lujos y protocolos, no era único ;tenía hermanos y hermanas, nacidos de distintas madres, fruto del extenso harén que mi padre mantenía, como dictaba la antigua tradición de los dioses.
Donde quiera que mi padre iba —sean templos sagrados, fiestas en palacios o reuniones — nosotros sus hijos lo acompañabamls. Una exhibición constante de poder, belleza y herencia divina.
Cuando cumpli los ocho años, empece a comprender lo que significaba llevar la sangre de los dioses . Lo veía en las miradas de la gente, en los gestos, en las palabras cuidadosamente elegidas cuando se dirigían a mi. Respeto, admiración… o quizás miedo. La diferencia era sutil, pero siempre lo noté .
Muchos de mis hermanos se deleitaban con ese trato. Les hacía sentir importantes, superiores, al igual que mi padre y tíos. Pero para mi, aquello siempre tuvo un sabor amargo.
"¿De qué sirve tener grandes dones si no se usan para ayudar al resto?" —pensaba en silencio, observando cómo mi familia flotaba sobre un mundo de mortales necesitados, como dioses indiferentes contemplando su propia creación.
Desde que tenía uso de razón, no entendía la indiferencia de los dioses .
Alguna vez, lleno de ingenuidad y convicción, me atreví a proponérselo a mi padre: "Desde nuestra posición privilegiada… podríamos ayudar a los menos afortunados."
Lo que recibí no fue comprensión, ni siquiera burla… sino un golpe seco, fuerte.
—El sistema es así —escupió mi padre, con desprecio—. Somos dioses. No intervenimos en la vida de los mortales. Conformate con eso… o arriesga tu vida. Pero que te quede claro: si mueres, no arriesgaría ni un solo cabello por ti.
Aquellas palabras me mostraron algo yo no era como los otros.A diferencia de mis hermanos, que competían por la atención de nuestro padre y se vanagloriaban de su estatus, yo quería buscar mi propio camino .
Por eso, el día que visitamos un planeta habitado por seres avanzados, tome una decisión. Mientras mi padre y el séquito regresaban al reino de los dioses, me escabulli entre las multitudes y me quedé en el mundo de los mortales .Mi padre, rodeado de tantos hijos e indiferencia hacia nosotros , ni siquiera lo notó.
Cuando abandone mis privilegios, fue como caer de un abismo. La realidad golpeó más duro que cualquier palabra de mi padre
Sin el aspecto clásico de los dioses, sin esos cabellos plateados ni los ojos dorados que imponían respeto y temor, la gente me veía como uno más.Un muchacho cualquiera.Nadie me reverenciaba, nadie me abría camino, nadie inclinaba la cabeza cuando caminaba a su lado
Pero no lo lamente , había tomado una decisión, no sentía nostalgia por lo que alguna vez tuve . Sabía que, en ese mundo mortal, al menos tendría la oportunidad de ser algo más que una apariencia.
A los diez años, me uni a La Guardia Estelar, presentándome como un huérfano más, ocultando mi verdadera identidad y el rastro de sangre divina que corría por mis venas. Eligi el nombre Arien, un nombre sencillo, común, lo bastante terrenal para no levantar sospechas.
La Guardia Estelar era una fuerza formada por seres de múltiples razas y planetas, encargada de mantener la paz, brindar ayuda y proteger los sistemas estelares más vulnerables, algo que encajaba muy bien con mis ideales y mis sueños.
Operaban bajo la mirada vigilante de los dioses, quienes permitían su existencia… siempre y cuando no interfirieran con sus designios.
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hay amor y aventura, hay tristeza y felicidad, hay amor entre hombres
Editado: 25.10.2025