Los dioses también sangran [boys Love]

Capítulo 1

Pasaron ocho años... Me converti en uno de los mejores soldados de la división. No destacaba por los poderes divinos sino por mi determinación y habilidad en el campo.

Ya no era un niño, sino un joven que había logrado crear una reputacion.

Pero no todo eran batallas. Entre los muros de los cuarteles y las noches heladas en campamentos improvisados, encontré algo más valioso que cualquier victoria: amistad. Enora y Luk —huérfanos como yo— se convirtieron en mis anclas. Con ellos compartí todo: las risas que nos arrancaban el cansancio, las discusiones que nacían del estrés y los silencios que decían más que cualquier palabra. Éramos tres soldados, sí… pero, sobre todo, éramos familia.

Ahora estábamos en Velaris, el planeta donde ellos nacieron. Desde que bajamos de la nave, el cielo nos recibió con un violeta imposible, como una herida abierta que se extendía hasta el horizonte. El aire era pesado, con ese aroma metálico que se pega a la garganta y recuerda a hierro viejo.

Las calles parecían laberintos trazados sin paciencia: edificios torcidos, muros agrietados, techos improvisados con lo que hubiera a mano. Cables negros colgaban sobre nuestras cabezas como serpientes dormidas, y de vez en cuando, una chispa iluminaba la penumbra. Postes de luz corroídos sostenían pantallas publicitarias que parpadeaban con imágenes deformadas: rostros perfectos ofreciendo lujos inalcanzables.

Había tecnología, claro… pero tan remendada y usada que parecía resistirse a seguir funcionando. Cada máquina llevaba las huellas de quienes la habían poseído antes, cicatrices de un pueblo que aprendió a vivir de lo reciclado.

Velaris era un mundo hermoso y roto. De día, su cielo parecía pintado para engañar a los forasteros. De noche… las estrellas se derramaban como diamantes sobre un lienzo violeta.

Pero bajo esa belleza, el hambre y la pobreza no tenían piedad.

Yo camino entre ellos como uno más, pero sin verme afectado directamente .

Era fin de año, y la división descansaba tras meses de servicio. Aprovechando la tregua, Enora y Luk decidieron que no había mejor forma de celebrar que gastando todo su sueldo en comida y chucherías, llenando las calles del mercado con risas y bullicio.

—“Vamos, Arien, ¡deja de pensarlo tanto y disfruta un poco!” —exclamó Enora, con su sonrisa contagiosa.

Después de todo, tener un sueldo propio era una novedad, y para ellos, una pequeña victoria.

Los acompañaba, aunque sin mucho entusiasmo. El aire era frío, y aunque mi cuerpo no sentía ese frío como los demás, llevaba ropa abrigada por costumbre.

Las calles de Velaris brillaban con una cálida luz. Pequeñas bombillas de colores colgaban de los aleros, acompañadas por decoraciones que parecían extrañas: lazos y moños multicolores, esferas brillantes en todos los tonos imaginables adornaban las fachadas de las casas y los comercios.

Enora y Luk iban adelante de mi, sus rostros iluminados por la emoción y la curiosidad ante cada detalle del mercado festivo.

Pero a diferencia suya solo pensaba en volver a la rutina, a la acción, a la misión que tanto anhelaba.Amaba ayudar a la gente.

De repente, sentí cómo unas manos firmes me sujetaban por los brazos.

—¡Vamos! —exclamó Luk, tirando de mí con una sonrisa cómplice.

—Ni pienses en escapar —añadió Enora, riendo mientras me empujaba por la espalda.

No tuve oportunidad de preguntar a dónde íbamos. Me arrastraron hasta un pequeño puesto de comida callejera, improvisado con tablones y una lona descolorida que apenas protegía de la llovizna. El aroma, si es que podía llamarse así, me golpeó antes de sentarme: un caldo tibio con un toque metálico, mezclado con el olor rancio del aceite viejo.

Me obligaron a sentarme en una de las diminutas bancas de madera, tan bajas que parecían hechas para niños. La tabla crujió bajo mi peso.

—No sabes cuánto extrañaba la sopa de este lugar —dijo Luk, inclinándose sobre el cuenco humeante que le acababan de servir. Cerró los ojos y aspiró profundamente, como si aquel vapor fuera un elixir sagrado.

—A mí también me encanta —añadió Enora, dejando escapar una risa ligera mientras se acomodaba el cabello detrás de la oreja.

Yo me limité a sonreír… una sonrisa ensayada, que no llegaba a los ojos.

En realidad, odiaba la comida de Velaris. No porque fuera exigente, sino porque, siendo lo que era —un dios—, no necesitaba comer. Los mortales buscan sabor, calor o saciedad… yo solo sentía texturas inútiles en la boca, y aquella sopa, en particular, tenía la cualidad de ser insípida y, al mismo tiempo, desagradable.

El cuenco frente a mí soltaba un vapor opaco. El líquido, de un tono marrón turbio, estaba salpicado con trozos de carne fibrosa y vegetales tan blandos que apenas conservaban forma. Hundí la cuchara con resignación.

El primer sorbo me llenó la lengua con una mezcla extraña: tibia, grasosa, con un retrogusto que recordaba al agua estancada. El olor metálico del caldo parecía intensificarse dentro de mi boca, y al tragar, un nudo de desagrado me bajó por la garganta. Tuve que controlarme para no fruncir el ceño.

—¿No está buenísima? —preguntó Luk, con los labios brillantes por la grasa.

—La mejor —mentí, forzando una sonrisa más amplia.

Di otro sorbo, despacio, fingiendo saborearlo. El sabor se aferró al paladar como si quisiera quedarse ahí para siempre. Mi estómago, que no necesitaba alimento, lo recibió como un intruso.

Mientras ellos charlaban animadamente sobre su infancia en Velaris y las veces que venían a este mismo puesto después de entrenar, yo asentía y reía en los momentos adecuados, tragando cucharada tras cucharada de aquella sopa para mantener intacta la ilusión.

Era una mentira sencilla… pero necesaria. Si ser parte de su mundo significaba comer algo que detestaba, entonces lo haría. Aunque cada bocado me recordara que yo no era como ellos.

Cuando terminamos, nos dirigimos a los puestos comerciales en busca de algún recuerdo o capricho. Enora y Luk se adelantaron a curiosear entre peluches y juguetes coloridos, pero, antes de que pudieran siquiera preguntar el precio, un llamado urgente llegó desde el cuartel general.




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