Al llegar al planeta Sadla, la luz artificial de sus enormes torres nos recibió incluso antes de que la nave tocara tierra. La ciudad se extendía en múltiples niveles: pasarelas elevadas, plataformas flotantes y calles subterráneas conectadas por ascensores transparentes que se movían sin pausa. Desde cualquier punto se podía ver el tránsito constante de vehículos aerodinámicos deslizándose entre los edificios, dejando estelas luminosas que parpadeaban en el aire.
Nos dividimos en cuanto pisamos el suelo, siguiendo el plan: preguntar a los locales por el ladrón. El aire estaba impregnado de un zumbido constante, como si el planeta entero respirara a través de su tecnología. A mi alrededor, torres metálicas se alzaban hasta perderse en la neblina luminosa del cielo, atravesadas por pasarelas y cables que vibraban con el tránsito de cápsulas de transporte. Las calles eran anchas, pavimentadas con un material liso que reflejaba los neones de los letreros y las pantallas publicitarias.
Me acerqué al primer grupo de transeúntes que vi: tres figuras altas, de piel clara casi llegando a ser pálida, un poco similar a la mía y sus ojos tan oscuros. Sus ropas eran ajustadas y con placas brillantes en hombros y codos, quizás algún tipo de armadura ligera.
—Disculpen —dije, intentando sonar cordial—. Busco información sobre un ladrón que pudo haber pasado por aquí. Hay una buena recompensa.
Uno de ellos me miró de arriba abajo, su expresión cerrada, casi desdeñosa. Sin contestar, se giró hacia sus acompañantes y siguieron caminando.
Avancé por la avenida, probando suerte con otros. Una comerciante detrás de un mostrador lleno de dispositivos plateados me escuchó en silencio, pero cuando mencioné la palabra "ladrón" bajó la mirada y comenzó a apilar mercancía como si ya no estuviera ahí.
—No sé de qué habla —murmuró, apenas audible, antes de girarse y desaparecer tras una cortina mecánica.
A cada intento, la reacción era la misma: miradas de desconfianza, silencios incómodos, cuerpos que se apartaban de mi camino. Incluso algunos cruzaban la calle antes de que pudiera acercarme. Los habitantes de Sadla no eran solo reservados... parecían temerosos, como si hablar de aquel ladrón fuera invocar algo que preferían olvidar.
En mi comunicador, la voz de Enora sonó cortante:
—Lo mismo aquí. Todos fingen que no saben nada.
Luk intervino con un bufido:
—O saben demasiado y no quieren problemas.
Para cuando el día empezó a declinar, sentía el peso de todas esas miradas clavadas en mi espalda. No eran simples desconocidos... me observaban como si yo estuviera rompiendo alguna norma tácita del planeta.
Finalmente la noche cayó, las luces no disminuyeron; al contrario, la ciudad brilló más. Las fachadas de los edificios se cubrieron de proyecciones dinámicas, y las calles se inundaron de colores en movimiento.
Al final del día, me reuní con mis compañeros en un mercado cubierto que se extendía bajo una cúpula translúcida. El lugar estaba abarrotado, y el aire olía a especias intensas mezcladas con el aroma metálico de componentes recién fabricados. Entre los pasillos estrechos se alzaban puestos modulares repletos de piezas mecánicas, pantallas, armas, dispositivos y recipientes con alimentos en conserva de aspecto sintético. Los comerciantes gritaban las ofertas en tonos agudos mientras pequeños drones flotaban sobre sus puestos para proyectar imágenes de los productos desde todos los ángulos.
Enora estaba de pie junto a un mostrador de armas ligeras, observando con interés un rifle plegable. Luk, en cambio, examinaba un mapa digital portátil, con el ceño fruncido, como si esperara que aquel artefacto revelara algo que los locales no quisieron decirnos durante el día.
Yo avancé entre ellos, sintiendo la vibración del suelo bajo mis botas, causada por la maquinaria oculta bajo el mercado. A pesar del bullicio y el exceso de estímulos visuales, lo que más me llamaba la atención era el hecho de que nadie, absolutamente nadie, parecía dispuesto a hablar del ladrón.
—¿Consiguieron algo? —preguntó Luk, con el ceño fruncido y la voz algo apagada por el cansancio.
—Nada... nadie sabe nada —respondió Enora, dejando escapar un suspiro frustrado.
—Bueno, hemos hecho lo que podíamos. Vayamos a comer, estoy muerto de hambre —dijo Luk, estirándose como si le pesaran los huesos.
Los aromas de especias desconocidas se mezclaban con el humo dulce de las parrillas. Nos detuvimos frente a un puesto de comida: una estructura pequeña, hecha de metal pulido y pantallas translúcidas que mostraban, en un idioma que apenas comprendía, el menú del día. Tras la barra, una mujer de piel cobriza y cabellos negros y crespos se movía con destreza, removiendo un guiso espeso en una olla esférica que flotaba levemente sobre una base magnética.
—Se ve delicioso —comentó Enora, inclinándose para olfatear el vapor que escapaba en espirales.
El guiso burbujeaba, liberando un aroma intenso, entre dulce y picante, que se impregnaba en la ropa. Trozos de carne iridiscente flotaban junto a raíces cortadas en formas perfectas, y un líquido de color ámbar reflejaba las luces del mercado.
Pedimos un plato cada uno. Los tazones, hechos de un material translúcido y tibio al tacto, brillaban tenuemente desde dentro. Mientras Luk y Enora comían con evidente placer, yo apenas toqué la comida. Algo en el sabor metálico del aire me quitaba el apetito.
—Disculpe, señora... —Luk apoyó un codo en la barra, sonriendo con amabilidad—. Estamos buscando a alguien... un ladrón. Quizás haya oído hablar de él.
Ella dejó de remover un segundo, sus ojos oscuros se clavaron en nosotros, y luego negó lentamente con la cabeza.
—No sé nada de eso —respondió, con una voz grave y firme, antes de volver al guiso como si la conversación nunca hubiera existido.
Noté que, alrededor, algunos clientes que comían en mesas cercanas nos observaban de reojo y luego apartaban la vista, demasiado rápido, como quien teme ser visto mirando.
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hay amor y aventura, hay tristeza y felicidad, hay amor entre hombres
Editado: 25.10.2025